Ago
2018
Cristóbal Fones, el jesuita que canta
Tiene 43 años y diez producciones musicales. La presentación en vivo de su último disco “Küme Mongen”, de raíces mapuches, lo trajo a Santiago a celebrar junto a comunidades y grupos juveniles el Mes de la Solidaridad. Y nos habló de todo: de música, de la crisis de la Iglesia, del conflicto en la Araucanía y hasta de las redes sociales. “A los jesuitas nos interesa estar con la gente. Si esperamos a que únicamente lleguen a la parroquia, estamos fritos”.
Por Mauricio Bascuñán A.
“Küme Mongen, mi primer disco instrumental, inspirado en la encíclica Laudato si’, se conecta con el recorrido que tuve por comunidades mapuches en los años 2000 y 2001. Allí compartí profundamente con la cultura de los pueblos originarios, incluso la producción contiene un tema en quechua. Este disco es también una herramienta que busca bajar el ritmo de las personas, que nos ayude a detenernos”, dice el jesuita. El disco, de canciones inéditas y antiguas, lo hizo junto a músicos de excelencia y aprendió muchísimo.
-¿Cómo genera el dinero un cura para grabar un disco?
-Antes yo pedía un préstamo y, con la venta de los discos, recuperaba la plata. Ahora como no se venden discos, la recaudación es más lenta y el dinero debe generarse en presentaciones. Yo no hago esto último, entonces debo conseguir donaciones, vía crowdfunding o entre los cercanos.
-¿Tienes mecenas musicales?
–El financiamiento cambia en cada caso, cada producción tiene una historia distinta. La gente quiere colaborar. En los últimos 5 años no he tenido tiempo de componer cosas nuevas, ya que la labor de la misión itinerante me lleva a viajar por muchas ciudades del país, con una agenda apretadísima. Debido a ello, el financiamiento de mis últimos discos ha sido desafiante, pero el tema de los recursos es hoy una realidad de todos los músicos. Hay que trabajar con esfuerzo y dedicación.
-Tu desventaja es que los otros músicos pueden cortar entradas y hacer giras, y tú no, entonces.
-Claro, se dificulta más por el modo en que estoy viviendo la música. Para mí resultaría impresentable que para asistir a una oración cantada en una iglesia hubiera que pagar una entrada. Y, en consecuencia, ocurren situaciones muy simpáticas: la gente me invita a cantar para juntar fondos para otras cosas, sin pagarme a mí o a mis músicos. Lo que hago al final de los encuentros es pedir que se colabore por la causa de tal o cual parroquia, así la plata no es un impedimento para participar. Por lo mismo, queda pendiente el financiamiento de lo que yo hago; esa plata es más difícil de conseguir. Hasta ahora vivo muy ministerialmente mi música. Soy un sacerdote que, entre otras cosas, canta como parte de la misión. Es cierto que los chilenos y en particular los católicos debemos saber que las cosas que uno quiere para su vida espiritual tienen un costo. Estamos acostumbrados a que alguien, en abstracto, lo financie. El sistema del crowdfunding es interesante porque supone que la gente que quiera que exista esto, pone el dinero para que continúe. Y funciona además cuando hay alguien que está posteando todo el tiempo; ahí hay una estrategia comunicacional que yo no tengo ni es a lo que me dedico. Pero como Iglesia vamos para allá: a que los recursos los pone cada uno, no “alguien” desde la estratósfera ni un empresario ricachón. Si muchos ponen dos lucas es mucho más valioso a que uno ponga un millón. Ojalá se tome conciencia.
“Jesuitas acústicos” y “Tú, mi hermano” han sido financiados vía crowdfunding exitosamente, destaca. Y hace notar que lograron que muchas personas vieran sus trabajos en redes sociales. “En Youtube subimos también videoclips que hicimos de muy buena calidad”, cuenta.
EL PAPA FRANCISCO EN CHILE
Durante la fallida visita de Francisco a Chile en febrero pasado, Cristóbal Fones participó en varios actos “diversos y significativos”. Detalla: “Por ejemplo, me pidieron ayudar en varios coros y celebraciones, como las del Templo Votivo de Maipú y del Santuario del Padre Hurtado. Animé en “Magis”, que es una propuesta de vida cristiana ignaciana para jóvenes menores de 30 años. Allí vi que los chicos quieren cosas más profundas, no sólo de entretención sino de concientización. También estuve en la Catedral de Santiago animando a quienes esperaban la llegada del Papa Francisco. Allí fue un poco tenso, animé como durante dos horas, la mayoría de pie. Me costó un poco. Al final vimos lo que sucedía con la hermana Nelly en la cárcel. Y cuando terminó ese día llegué al Santuario del Padre Hurtado y salí llegando tarde en la tele.
–¿Qué concluyes de la visita del Papa Francisco?
-Mi impresión es que el Pueblo de Dios que peregrina en Chile está más adulto y quiere cosas más verdaderas. Sentí que el espectáculo de la visita del Papa les importaba menos que el contenido y eso hizo que fuera menos masiva. Los organizadores no lo tenían pensado así. Tenían en mente la visita de Juan Pablo II y las grandes peregrinaciones. Chile ha cambiado para bien. La Iglesia, pese a que esté desprestigiada, es una mejor Iglesia que la de hace 20 años, está con los ojos más abiertos. Es doloroso pero ciertamente mejor.
-¿Qué valor tiene la música como herramienta evangelizadora?
-La música y la evangelización tienen que ver con la predicación. Algunos sacerdotes tienen el talento de hablar en cuñas; yo, cultivo el de la música. Estos dos son espacios importantes para la Iglesia. Yo distingo música de la oración. Cuando le canto a Dios no debo usarlo como plataforma para dar mi mensaje, debo más bien tratar de desaparecer y ser una mediación en el encuentro con el Creador. No hemos de robarle a Dios su protagonismo. Mi gran deseo es permitir que cada corazón logre hablar como un amigo habla con otro, y así encontrar la Verdad. Somos colaboradores de una misión que no nos pertenece.
-En las últimas décadas han proliferado bandas y cantantes de música católica, ¿son más profesionales que los de antes?
–El fenómeno parte hace unos 20 años, cuando jóvenes y adultos católicos empiezan a explorar la música con contenidos de fe fuera del templo y la liturgia. Por muchos siglos la música litúrgica fue “la” música religiosa. Y esa música tiene un fin que es la celebración comunitaria. Han ido surgiendo canciones celebrativas, de anuncio, salmos con otros ritmos. Mientras no abandonemos lo otro, creo que esto enriquece. Aplaudo el camino que han hecho iglesias hermanas, con distintas tradiciones eclesiales. Han arriesgado mucho en ese sentido. Como su liturgia es menos normativa y más espontánea, el camino que te indiqué anteriormente, los evangélicos lo vienen haciendo desde hace rato. Y ese camino ha inspirado a los católicos a crear nuevas entradas musicales para vivir la fe.
No quiere ser “criticón”, dice. Pero afirma: “Hay algunas cosas bien hechas, con una intensión recta, y otras como selfies, que son para mostrarse uno. Antes era muy caro acceder a grabar. Hoy cualquiera puede hacer una grabación, lo que estimula a muchos grupos. Si tu objetivo es grabar un disco de música católica, creo que estamos mal, si en cambio es comunicar la música en que Dios está inspirado, hazlo. La producción musical es el medio no el fin. La música exige mucho discernimiento y compromiso con la comunidad”.
-¿No está mal que un católico vaya a un recital de música evengélica?
-Un buen católico, consciente de su identidad y tradición, no debe tener miedo de dialogar con otras tradiciones, no sólo cristianas. Lo que pasa es que muchas veces no sabemos en lo que creemos. A veces quedamos deslumbrados por una frase que dijo no sé quién y tiramos todo por la borda porque no sabemos de nuestra fe. Este año di un concierto con un pastor evangélico, que titulamos “Cura y Pastor” y, sin deslavar lo particular de cada una de nuestras tradiciones, cantamos a dúo un tema que habla del celibato, Paz armada-, y el pastor lo introdujo. En lo fundamental, nos encontramos en todo. Me pasa lo mismo con el mundo mapuche, yo no tengo que tratar de ser mapuche para sentirme hermano de ellos, ni viceversa. Siempre está la tentación de querer colonizar, de homologar. Cuando uno supera la dinámica de la sospecha, es posible dialogar con todas las culturas, religiones y tradiciones.
EL MACHI CELESTINO
“Viví 2 años en una comunidad mapuche, donde aprendí mucho. El llamado conflicto mapuche no tiene 500 años; el problema actual no es el encuentro entre culturas, sino la invisibilización del encuentro entre culturas. Esto comienza hace 200 años, cuando se constituye Chile. El mayor apogeo de la cultura mapuche fue en el período colonial, allí se encontraron los dos mundos. Los mapuches adquirieron destrezas con el caballo, desarrollaron la platería, organizaron a las comunidades. El problema más grave fue cuando alguien por decreto, en Santiago, dictaminó que un mapuche es un chileno, y ellos dicen “¿y aquí qué pasó?”. Hoy el pueblo mapuche nos está ayudando a darnos cuenta que ellos nunca han dejado de ser una nación. Son un pueblo que hoy pertenece al Estado de Chile, y es un tremendo desafío aceptar que hay varias naciones dentro del Estado de Chile. Eso supone repensar y organizarnos. Es un desafío gigante y apasionante”.
Así resume el jesuita un tema que conoce in situ, en terreno. Y las canta claras: “Los que se sienten amenazados de la diversidad en la unidad son los que tienen patrimonio en territorio mapuche. Intereses personales que van en otra línea por la que debemos caminar. Lo que estamos viendo con el machi Celestino, por ejemplo, para la gran mayoría es incomprensible. El gasto que debe hacer el Estado de Chile para que él deba ir a renovarse espiritualmente a su rehue, es incomprensible para muchos. No todos deberían estar de acuerdo, pero las cosmovisiones diversas que coexisten aquí siempre han existido. El conflicto mapuche es un aguijón para que, como Estado de Chile, podamos dar un salto cualitativo de maduración y comprendernos más. La aproximación es demasiado judicial y con muy poca altura intelectual”.
-¿Cuál es la raíz del problema?
-Si los mapuches fueran los más ricos de Chile, no tendríamos este problema. El clasismo chileno ha marginalizado a nuestros pueblos originarios porque son pobres. Es por nuestro prejuicio europeizante y ahora estadounidense de creer que tener plata es el modelo de felicidad, éxito, estética. Este modelo nos tiene agotados e infelices, con altas tasas de suicidios. No es normal que el chileno no pueda resolver sus dramas afectivos, familiares y laborales. ¡No me digan que este modelo de felicidad es mejor que el mapuche! Hay un prejuicio porque son un pueblo pobre y el chileno medio le tiene miedo a la pobreza. Lo dice la hermana Nelly León: “En Chile se encarcela la pobreza”, se invisibiliza porque nos da miedo. Hacerla explícita significa hacerse cargo, y eso nos cuesta.
-¿La música puede aportar de alguna manera en estas crisis, incluyendo la de la Iglesia?
-Totalmente, desde todos los ángulos. Lo que está en crisis es un modelo de Iglesia y no la Iglesia de Jesucristo, la gran mayoría sintoniza con lo que Él nos propone en el evangelio. La Iglesia no está en crisis, sino la jerarquía de la Iglesia; además nuestra participación es muy clericalista, con un endiosamiento de los ministros, y muy infantil. Muy poca gente sabe de verdad quién es Jesús, de qué hablaba, qué hacía. Más fácil es decir “padre, ¿es pecado o no es pecado?”. Esta última es la Iglesia que se debe caer a pedazos, y me parece muy bien. Tiene que surgir, una que siempre ha estado: la Iglesia comunitaria. No creo, que valga decir, que antes era el tiempo de los curas y ahora el de los laicos. Ahora es el tiempo de los bautizados. El Papa le dijo a los obispos de la Iglesia de Chile que “se ha olvidado de Jesucristo”, cuando esa es la única misión que tienen. Si me preguntas, esto es muy doloroso, pero menos mal que lo estamos viviendo. El Espíritu Santo está más que soplando, está tirando un huracán para bien. No sólo para el bien de las víctimas de abusos, sino para todos.
–¿Hay críticas de los jóvenes más activos que participan en la Iglesia Católica?
-Sí, y me debo dejar interpelar. Trabajo con los jóvenes y ellos no tienen pelos en la lengua, te dicen las cosas en la cara y es súper doloroso escucharlas, pero hace bien. Y no siempre tienen la razón. A veces creen que saben las respuestas, pero muchas veces no las tienen, necesitamos encontrarlas juntos. Una de las cosas atroces de la cultura actual es que endiosa a la juventud, y tenemos abandonados a todos nuestros abuelos, porque no producen y porque no saben usar el celular los miramos en menos. Eso es de una soberbia absoluta. El Chile del mañana no es el Chile de los jóvenes de hoy, es el Chile de los niños, los jóvenes, de los adultos y los mayores. Si no cachamos eso, vamos a tropezar siempre con la misma piedra.
Foto portada: Arzobispado de Santiago.