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Ene

2020

Voluntariado en la cárcel de mujeres: “Muchas veces somos su única visita”

Cada sábado en la mañana, dos trabajadores del Hogar de Cristo asisten al penal de San Miguel para realizar un taller que busca acompañarlas y contener a las mujeres privadas de libertad. Son imputadas que aún no reciben condena, quienes redactaron este conmovedor decálogo de solidaridad.

María Luisa Galán

“En todas las comunidades en donde he participado, los que se involucran en los talleres son hombres y mujeres que están con una disposición distinta ante la vida y el futuro. Algunos están mirando la posibilidad de dejar de delinquir. Otros, dicen que van a seguir en lo mismo porque tienen los papeles manchados y no ven otra posibilidad. Pero una gran parte está con una disposición y mirando un cambio”, cuenta Jaime Muñoz, miembro de la pastoral del Hogar de Cristo, quien desde hace 15 años realiza voluntariado en centros penitenciarios del país. Ha estado en varios. Colina I, San Joaquín, la ex Penitenciaria y ahora está todos los sábados en la mañana con un taller para las mujeres de la cárcel de San Miguel.

¿El objetivo? “Acompañarlas, generar un espacio de libertad, de poder expresarse sin la mirada de Gendarmería, que las mujeres puedan llorar libremente. Que sea un espacio de contención, desahogo, de aprender cosas nuevas, reconocer a Jesús”, enumera.

El grupo promedia las 10 personas y son primerizas en su mayoría. Son mujeres imputadas, a las que todavía no se les dicta sentencia. El taller consiste en ligar la realidad de ellas, la carcelaria, con el evangelio. “Según el mes vamos viendo la temática. En agosto fue la solidaridad y creamos un decálogo (ver imagen al final), inspirado en uno que hizo el Hogar de Cristo”, cuenta Verónica Toro, también trabajadora del Hogar de Cristo, que se unió el año pasado a estos talleres como voluntaria. “Dijeron sus ideas, las anotamos, priorizamos diez. Las escribí y se las leí, me pidieron cambios. Fue un trabajo de tres sesiones y lo mandamos a imprimir y enviamos a distintos lugares”, agrega Jaime sobre este decálogo de la solidaridad.

-En el primer punto del decálogo dice “cambio forzado”. ¿A qué se refiere?

-(Jaime). Es aceptar cuando te privan de libertad, cuando te sacan de tu hogar y te llevan a la cárcel. Te obligan, te llevan al pabellón, al juzgado… Es forzado porque ellas no quieren irse detenidas. Muchas han estado años delinquiendo y no se las han llevado detenidas. Cuando se las llevan, es un cambio radical en sus vidas, impuesto por la policía. La pobreza te puede vulnerar de tal manera que la cárcel sea un horizonte de posibilidad. No es que los pobres delincan más, sino que el sistema penal y carcelario es más represivo con los excluidos. Lo importante es comprender que el delito no es un acto racional en cuanto a costo y beneficio. Las personas no se paran y dicen: “Si yo delinco, gano esto, pero el costo es este porque me puedo ir preso”. Ese es un pensamiento más elaborado, académico, que los haces con tus facultadas intactas, sin influencia de drogas, de violencia. Desde lo racional, la delincuencia se atribuye al delincuente, pero no es así. Es algo más sistémico, es un fenómeno social, de precariedad laboral, injusticia en las poblaciones, violencia, drogas, sistema económico, desigualdad.

En el contexto de la crisis social, el equipo de voluntarios ha realizado otras iniciativas del Hogar de Cristo, como los Círculos Territoriales. “Ellas se sintieron full integradas, estaban felices. Muy preocupadas sobre cómo aportar desde donde están. Ella decían: ‘Si no estuviéramos aquí, estaríamos manifestándonos’. Ahora estamos revisando prejuicios, a través del juego Derribando, otra iniciativa del Hogar de Cristo”, cuenta Verónica.

-¿Por qué hacer voluntariado en la cárcel?

-Cuando me convertí al cristianismo, muy de la mano del Padre Hurtado, me di cuenta que la buena noticia de Jesús es preferentemente para los más empobrecidos, excluidos. En eso, entran los privados de libertad con sus historias de vulneración, con la cárcel como lugar de violencia extrema. Siempre los presos son hombres y mujeres empobrecidos. Los pobres, los excluidos son los que están en prisión. La cárcel tiene rostro de pobreza, aquí y en casi todo el mundo –responde Jaime. Verónica, por su parte, reflexiona: -Como se dice ‘esto amarra como el hambre’, cuando uno empieza a trabajar en cárcel, ves tanta necesidad como cariño, afecto, preocupación, buen trato, que uno siempre quiere seguir aportando. Nosotros vamos a hacer un aporte desde lo espiritual, desde la fe, tratando de transmitir un mensaje de esperanza, que es lo que tanta falta hace. Las vamos a abrazar, a contener, a preguntar cómo están. Muchas veces somos su única visita, porque muchas no las tienen o  no las ven tan seguido. Vamos haciendo un vínculo desde lo humano que es lo que va haciendo la distinción dentro del penal.

¡Involúcrate tú también!