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Voluntariado

Dic

2015

Un fuego que enciende fuegos

Durante 10 años viví en situación de calle, las drogas me mantuvieron anclada al abandono y el maltrato. Mis familiares y seres queridos me buscaron durante años, y soporté constantes abusos físicos por parte de quien entonces era mi marido. Luego de un grave episodio de violencia, miembros del Hogar de Cristo me cuidaron. Esta terrible experiencia marcó profundamente mi vida, porque luego de ser hospitalizada, fui a la tumba del Padre Hurtado para que hiciera algo por mí y le pidiera a Dios un milagro en mi vida.

Desde ese momento mi vida cambió totalmente. Ingresé a la Hospedería de Mujeres de la Fundación, y recibí el apoyo que tanto necesitaba. Logré dejar atrás el maltrato, el abandono, y las drogas. A partir del año 1989 comencé a dedicarme  completamente al voluntariado, realizando labores en la bodega de donaciones del HC, organizando y clasificando el  vestuario para los diferentes acogidos. Ser voluntaria me sirvió como terapia. Tener la mente ocupada todo el día me permitió olvidar mis propios problemas. Fue cuando comencé a tirar para arriba.

El voluntariado es un modo de agradecer lo que el Padre Hurtado hizo por mí. Lo que él hizo es un milagro, me saco de la droga, me dio esperanza, y algo por lo que luchar.

Mientras viva voy a ser voluntaria del Hogar de Cristo. El día que llegué al voluntariado, le prometí a Dios y al Padre Hurtado que jamás recaería ni los defraudaría. Luego de mi recuperación, y tras 10 años sin ver a mi familia, decidí volver a su casa. Todos mis seres queridos me esperaban en el terminal de buses de Concepción con una bandera: “Bienvenida nuevamente Isabel”.

María Isabel Peña Concha, 52 años.