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Testimonio

Dic

2019

Sergio Guzmán Sandoval: “Aquí aprendí a no odiar y a comprender al otro”

A sus 72 años, este guardia de seguridad jubilado, que no conoció a su madre ni jamás supo quién fue su padre,  llegó al Hogar de Cristo en 1958, donde fue acogido y educado. Egresó en 1968, y, aunque no alcanzó a conocer al padre Hurtado, quien murió en 1952, es un fanático de su legado. Conoce aquí la historia de resiliencia de un “ex patroncito”.

Por Ximena Torres Cautivo

Ni siquiera conoce el segundo apellido de su madre, Griselda Sandoval, a quien vio sólo una vez en la vida. De su papá, no sabe nada; nunca tuvo a quién preguntarle.

Sergio Guzmán Sandoval (72) fue abandonado por la mujer que lo trajo al mundo. “Tenía como 6 años, cuando me dijeron que iba a venir Griselda Sandoval. Me dijeron que era mi mamá, porque a mí me crió una señora, que no era ni pariente, la tía Rosa, le decía yo, allá en Pichidehua, cerca de Dalmahue, en la provincia de Cachapoal. Griselda vino un día, yo algo la recuerdo, sobre todo el gesto que me hizo, poniéndose un dedo sobre los labios, mientras metía una maleta dentro del auto y se iba sin despedirse esa tarde y para siempre. Yo no la juzgo. En el Hogar de Cristo me enseñaron que uno no debe odiar, sino comprender. Quizás qué terribles problemas tuvo ella para actuar así”.

Sergio Guzmán Sandoval (72), emocionado, al recorrer las dependencias donde se crió

Es notable la comprensión que demuestra este “patroncito”, como llamaba el padre Hurtado a los niños abandonados que pululaban por Santiago en los años 40 y 50 del siglo pasado (descubre aquí la historia de Pedro Torres, otro “patroncito”: https://dev.hogardecristo.cl/noticias/pedro-torres-luengo-de-pelusa-pase-a-patroncito/). Aunque Sergio no conoció al sacerdote y activista social que creó el Hogar de Cristo en 1944 y murió de cáncer de páncreas en 1952, lo admira por sobre todas las cosas. “Yo fui acogido en esta misma casa en que trabajan ustedes ahora, entre los años 1958 y 1968. A los 9 años me arranqué de donde vivía, allá en Pichidehua y me vine a Santiago. Lo hice porque me maltrataban mucho. Mire cómo tengo esta oreja a causa del golpe con un palo que me dio mi tía”, dice mostrándonos antiguas cicatrices.

Llegó solo a Santiago y fue un chico como él, un niño de la calle, quien le habló de un lugar donde les daban comida y techo a “los pelusas” . “El lugar se llamaba Hogar de Cristo, así lo decía un letrero en la entrada. Llegué y me recibieron la madre Teresa y la madre Bernardita, las monjitas que estaban a cargo entonces. De acá me mandaron a las casas de enfrente, donde se hacía lo que entonces llamaban ´aclimatización´. Yo tenía como 10 años entonces, después pasé a la casa chica, que era como un hogar familiar, con una pareja que nos cuidaba, y estuve aquí hasta los 20, cuando salí a hacer el servicio militar y después entré a trabajar al supermercado Almac. Soy un agradecido del Hogar de Cristo, institución que me enseñó a ser respetuoso, a tener valores, a no juzgar”.

Educado, cariñoso, agradecido, Sergio siempre ha sido bueno para cantar. Dice que, de niño, a veces lo hacía en la micro para conseguir unas monedas. “Cantaba ´Mantelito Blanco´, pero le cambiábamos la letra y decíamos ´Padrecito Hurtado, en tu humilde mesa, donde compartimos el pan familiar´”, canturrea, declarando que le encanta el folclor. Y, embalado, recita un poema de su autoría: ´El cielo está llorando,/ el sol está escondido,/ el mar embravecido,/ el viento sopla con furia,/ los árboles se desnudan de sus hojas,/ pero con la partida del padre Hurtado de esta tierra al cielo/él todo lo ha convertido en primavera´. Anótelo completo, por favor”.

Devoto del padre Hurtado, recita un poema que afirma es de su autoría, dedicado al santo.

Recuerda con detalle a su profesora del colegio Santo Tomás de Aquino. “Era una persona extraordinaria que se preocupó de mí. Cuando supo mi historia, entendió por qué me daban ganas de llorar cuando me preguntaban por mi mamá y empezó a invitarme algunos domingos a almorzar a su casa, que quedaba por acá mismo”.

Sergio fue creciendo, egresó de sexto de humanidades y quiso entrar a las Fuerzas Armadas. Hizo el servicio militar, pero finalmente entró a trabajar en el  desaparecido supermercado “Almac, que era de los Ibáñez, del mismo señor que fundó la Universidad Adolfo Ibáñez, ¿la ubica, usted?”, pregunta, demostrando una claridad mayúscula para relacionar a las empresas e instituciones con las que ha tenido contacto con sus respectivos propietarios. En paralelo, conoció a “Adela del Carmen Velásquez Velásquez, mi mujer. Miro a la Adelita como mi mamá, porque siempre me está corrigiendo, haciendo de mí una mejor persona, formándome. Es mi guía. Ya tenemos 46 años de matrimonio y me siento afortunado de tener una esposa así de maravillosa”.

Se entusiasma, cuando le pedimos que nos cuente su historia de amor. “La conocí por casualidad. Me habían invitado a una iglesia, que se llama Creación de Valores, que es la religión a la que ella pertenece. Yo nunca he perdido mi relación con la Iglesia Católica, pero mis hijos son evangélicos y la Adelita tiene su fe. Ahí la conocí. Ella nunca me discriminó ni me miró en menos por haber sido un niño abandonado, un hombre sin familia. Y ha sido mi mejor consejera. ´Pórtate bien, negro´, me dice siempre. Ambos oramos mucho por la gente y por el país, mucho más ahora al ver lo que está sucediendo en nuestra patria con tanta destrucción y violencia”.

-¿Qué piensas del estallido social?

-Hemos hablado mucho con mi mujer del tema. Creemos que está bien salir a protestar contra el abuso y la desigualdad, pero no creemos que eso tenga que ver con salir a saquear y luego ¡quemar! los supermercados. Allá en San Bernardo nos quemaron uno. Yo creo en la prudencia, en el respeto. Hay que respetar para que te respeten. Cuando yo veo a un carabinero, no miro el uniforme, sino a la persona que lo lleva puesto.

Adela y Sergio se casaron y tuvieron tres hijos. Dos hombres y una mujer, que hoy tiene 35 años y “es bellísima, por fuera, pero sobre todo por dentro, igual que su mamá, la Adelita. Yo admiro a las mujeres, a todas, el que contengan la vida humana durante 9 meses en su vientre, las hace superiores”. Cuenta que Adela, su esposa, trabajó por décadas como encargada del aseo de las salas de operaciones del Hospital Clínico de la Universidad Católica. “Es un trabajo muy especializado e importante. No cualquiera lo hace, pero así y todo hoy, ahora que está jubilada, la Adelita recibe apenas 90 mil pesos”. Fue con los ingresos de ella que compraron el departamento en San Bernardo, reconoce, agradecido. Hoy viven solos allí, porque los hijos ya se fueron y tienen sus propias familias.

“Yo del Almac pasé a trabajar a la tienda Shopping Group, que ya no existe. El dueño, don Pablo, era re garabatero, malhablado, pero muy generoso y buena gente con sus empleados. Después hice el curso de guardia y vigilante privado y trabajé hasta mi jubilación en la empresa de valores Brinks. Ahí hasta salí en la tele. Fue el año 2013, cuando con mis compañeros fuimos víctimas de un asalto. Yo recibí seis balazos, dos en las piernas y el chaleco antibalas me salvó la vida, porque un tiro me llegó a la espalda, y el chaleco me protegió. Estuve medio año con licencia. No fue fácil recuperarse, sobre todo del trauma psicológico”.

A Sergio lo salva el folclor. El baile y el canto. Baila cueca “estupendamente”, dice, porque le enseñó “la señora Hilda Parra, hermana de la gran Violeta. Ella me decía: ´Apréndase lo básico y después le va metiendo de su cosecha, con picardía´. Y así, bailando, en el conjunto folclórico Sones de mi tierra, me mantengo bien hasta ahora”.

Lo que no está bien es el monto de su pensión: 190 mil pesos, a los que se suman los 90 mil de Adelita, y no les alcanza. “Por eso ando dejando currículums, por eso vine para acá, a mi antigua casa, porque necesito trabajar y ando repartiendo CV. Estoy postulando en varios lados”.

-Ojalá le salga algo…

-Ojalá no use nunca esa palabra: ojalá, porque al usarla está dudando de sí misma. Denota falta de fe. Hay que creer en uno, decirse esto me va a resultar, va a salir bien. Yo tengo una familia extraordinaria. Tres hijos, cinco nietos, una mujer maravillosa, no me puede ir mal.

Chochea con las historias de sus nietos pequeños: Josué, de 5, Lázaro, de 6. Y con que su hijo Mazaru, nombre que significa “hombre triunfador”, explica, sea músico. “Es el guitarrista de Américo. Él tocó con Américo en el Festival de Viña del Mar”.

Sergio anda en busca de trabajo, porque su pensión se le hace escasa.

Bueno y florido para hablar, al despedirse se reconoce como “un hombre, esposo y padre querendón, quizás porque no me gustaría que ninguno de ellos, ni ninguna persona en este mundo, pasara lo que me pasó a mí: no tener madre ni padre, carecer de familia”. Y vuelve a agradecer a la institución que suplió esa falta “y me formó en valores”.

La infancia abandonada existe y con características cada vez más extremas. Si te interesa contribuir con nuestras residencias infanto adolescentes, aporta aquí: https://dev.hogardecristo.cl/aporta/donaciones/?