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Abr

2018

Participante de Fundación Paréntesis: “En mi inocencia, seguí el juego; después fue una pesadilla”

Hace casi dos meses que Carolina Astudillo, de 38 años, llegó al Programa Terapéutico Residencial para Mujeres de Fundación Paréntesis, que en mayo cumple un año desde su inauguración. El centro, ubicado en Quilicura, acoge a mujeres adultas que se encuentran en situación de pobreza y presentan consumo problemático de alcohol y otras drogas.

Por María Luisa Galán

Carolina tiene dos hijas, de 19 y 12 años. Nació y creció en Huechuraba, dentro de una familia común, mamá dueña de casa y papá técnico dental. Su consumo problemático comenzó a sus 23 años, con su pareja. Hasta ese entonces no conocía nada de drogas ni alcohol. “Siempre consumí con él, era el único medio para comunicarnos, porque, cuando se drogaba, su estado cambiaba, se relajaba y, en mi inocencia, seguí el juego, pero después fue una pesadilla”, cuenta. Y agrega: “Cuando estaba lúcido era muy enojón, todo le molestaba. Salía el sol y decía: ‘Chuta, salió el sol, va hacer calor’ o si hacía frío decía: ‘Pucha va a hacer fío, hay que abrigarse’. Entonces en el momento del consumo, era todo bien, no era violento”, relata Carolina, quien afirma que este era un consumo más de carrete, de fines de semana, de cuando los pololos se juntan.

-¿Cuándo comenzó a ser un consumo problemático?

-Cuando me di cuenta que ya no lo esperaba a él, sino al otro tipo, con el que me relacionaba bien, no con el ogro, con el tipo amargado, pesado. Ahí consumíamos, pero después empecé a no hacer comida, no hacía aseo, esperaba a que él llegara para salir. Empecé a entender que algo no estaba bien, pero seguía porque no quería estar sola. Ya había tenido una ruptura después de siete años y  me preguntaba cómo mis hijas van a estar sin papá. Él no era malo con las chiquillas, pero a mí me agredía psicológicamente primero y después fue maltrato físico. Por las drogas comenzaron los golpes, patadas, garabatos. Pero siempre con las chiquillas fuera. Con el tiempo empecé a tener otras actitudes, le decía que por qué llegaba tarde, me empecé a despreocupar de mis hijas y más de él. Me puse celosa, de todo.

Carolina se había transformado en una mujer muy dependiente de su pareja. Aunque había estudiado dos semestres de enfermería, no trabajaba. Y se había enamorado de un artista, del personaje, del malabarista, pero al tiempo descubrió que tenía múltiples personalidades. “A los 32 años desperté, pero no hice nada. Me quedé en silencio por la droga y el círculo vicioso: pelea, disculpas, nunca más, reconciliación y drogas. Y al otro día lo mismo”, cuenta.

-Pero lograste decir ya no más.

-Sí, es que ya era mucha la violencia. Yo lo amaba, si me deja, me voy a morir de amor. Era mi príncipe azul. Le decía, tú tienes la respuesta, si me dices que no fume más, no fumo. Pero por qué tenía que esperar la respuesta del otro, cuando le respuesta estaba en mí. Nos separamos, él se fue a Suecia; yo, a la calle. Quedé sola, con mucha pena y no quería más hombres. Tenía un problema grave, quería seguir consumiendo. No lo podía dejar por mi sola y empecé a fumar más. Estuve un mes viviendo en un ruco. Después, estuve de casa en casa, en casas de amigos. Un día mi hermana me propuso internarme y dije que sí.

-Qué pasaría si Paréntesis, que es del Hogar de Cristo, no existiera.

-Estaríamos como en una cárcel porque hay otros lugares de rehabilitación, pero son pagados y no todas las familias tienen el dinero. Paréntesis es gratuito, te dan de todo. Desde los útiles de aseo, hasta camas limpias, pasando por la lavandería, la ropa, las cuatro comidas diarias. En otros lugares es conductual, es como tenerte en un régimen carcelario. Aquí es muy familiar. Llegué con 55 kilos, ahora estoy en 63. En un mes, recuperé el peso.

-¿Qué opinas de la despenalización de las drogas?

-Hay una ignorancia total. Existen drogas duras y drogas blandas, y uno siempre empieza por la blanda y después saltas a la dura, que es donde queda la embarrada. Creo que falta información, porque la marihuana que no es procesada suprime dolores, ayuda mucho, a través de agüitas. Sí deben penalizarse las drogas duras, las que son químicas. Pero la otra, que viene de la tierra, es una planta como cualquier otra, sólo que no le han dado el uso adecuado.

-Qué le dirías a la gente, a los que no tienen consumo y muchas veces juzgan.

-Que no enjuiciaran tanto, que fueran más empáticos. Que se pusieran la mano en el corazón o en los zapatos del otro, que no apuntaran con el dedo, porque esto le puede pasar a cualquiera, desde el más rico al más pobre. Somos todos seres humanos, aquí no hay clases sociales, aquí habemos seremos humanos que sentimos, lloramos, tenemos penas y alegrías. Sólo somos personas a las que les ha tocado situaciones y suertes distintas.

-Las mujeres son más castigadas cuando fallan.

-Sí, por eso es que no nos apunten tanto con el dedo, porque las mujeres somos más silenciosas. Nos cuesta más hablar por la violencia, porque venimos dañadas, porque las mamás no tenemos derecho a equivocarnos. Y, a veces, sí, nos equivocamos. Pero como todos, nos limpiamos las rodillas y nos volvemos a levantar siempre y eso es lo que menos ven.

-Hay quienes dicen que consumo de drogas es igual a delincuencia…

-Claro, es como lo que sucede con los que estamos tatuados que piensan que venimos de la cárcel. Pero conozco a un anestesista que tiene muchos tatuajes, es el mejor, y tú lo ves en la calle, y lo ves como un pelagatos con tatuaje. Hay mucho prejuicio, aunque para él no es tanto porque es hombre. Pero a mí, cuando me produzco, me dicen otras cosas.

-Este año, nuestra campaña es que “terminar con la pobreza te mueva tanto como…”, ¿qué te mueve a ti?

-La empatía, por eso quisiera que la gente tuviera más conciencia de que hay personas que no tienen los mismos medios que ellos, que no han tenido la misma suerte de haber terminado los estudios.

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