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Reportaje

May

2020

 “O me muero de Covid o me muero de hambre”

Magdalena León, psicopedagoga de 58 años, vive junto a su hermano mayor Juan Antonio, quien tiene esquizofrenia, en La Pintana. A ella la desvincularon de la casa donde trabajaba haciendo aseo y, además, por la pandemia, ya no tiene alumnos a quien hacerles clases. Hoy viven con la pensión de él, que apenas supera los 100 mil pesos. Ambos son beneficiarios de la campaña Chile Comparte.

Por María Luisa Galán

“Yo creo que nació con esquizofrenia, siempre hemos tenido la duda si fue así producto de las golpizas que le daba mi padre a mi madre durante el embarazo, que siempre fue alcohólico”, cuenta Magdalena del Carmen León (58) sobre su hermano Juan Antonio (60), que vive con ella en La Pintana.

Sus vecinos, en la población Pablo de Rocka, la llamen Carmen y en el Hogar de Cristo, Magdalena. Como sea, si hay algo que reconocen todos en ella, es su energía y determinación por lograr sus objetivos. El año 2015, gracias a la beca de gratuidad en la educación superior, entró a estudiar psicopedagogía en el Instituto Profesional Los Leones, titulándose con distinción máxima el año 2019.

No fue fácil, recuerda. “Tenía una meta, quería estudiar. Decía: ‘Quiero estudiar y ser profesional’. No quería ser nada más que yo, quería ser Carmen León. Pensaba: ‘La vida me va ganando. La vida me ganó’… Por las drogas, el alcohol, mi esposo, sentía que me ganaban la batalla. Porque yo luché, los llevé a tratamientos. Me dolió tanto saber que mi hermano estaba en la calle y no en la casa en una cama calientita”, cuenta Magdalena con mucha pena sobre el consumo problemático de alcohol y otras drogas de su marido, hija y hermano, este último, además, con esquizofrenia.

Finalmente se separó de su marido y su hija se independizó. “Me quedé sola con Juan Antonio y me puse a estudiar. Y dije, aguantar la esquizofrenia y el consumo de drogas, también me va a enfermar de la cabeza. Tuve que recurrir a la justicia y sacarlo de la casa. Fue terrible, porque sacar de la casa a un hermano con una enfermedad mental… pero también quería conseguir mi objetivo de vida, que era conseguir mi título de psicopedagoga”, relata con tristeza Magdalena, quien trabajó por años en casas particulares.

Su carrera le sirvió para entender mejor a su hermano. Y mientras estudiaba, pensaba cada día en él, que estaba en situación de calle, y añoraba el día en que terminara su carrera para ir en su búsqueda. “Decía, cuándo podrá tener un cama, un poco de paz en su vida, porque siempre tiene en su cabeza una voz que le habla y le habla”, cuenta con pena.

Estaba en la última etapa de su carrera, en la práctica, cuando volvió su hermano a vivir con ella.  Dice: “Cuando mi hermano volvió, yo lloraba y lloraba, no sabía qué hacer. Él venía llegando del psiquiátrico y no sabía si lo podía dejar solo en la casa. Me daba terror. Pero me dejaron ir a hacer mis exámenes con él, en la sala. Entonces mis compañeras lo conocieron, cuando tenía que dar un examen oral, ellas lo cuidaban. Y una de ellas, me dio el contacto del Hogar de Cristo”, fue así como llegó al Programa de Apoyos Familiares Domiciliarios (PAFAM) del Hogar de Cristo ubicado en La Granja, en agosto del 2018.

Juan Antonio es el mayor de cuatro hermanos, el único hombre. Sus primeras crisis, según recuerda su hermana, fueron a los 15 años, cuando le pegó una patada a ella. “No sabíamos a qué obedecía su violencia”, recuerda Magdalena. Pasarían otros 15 años para que por fin descubrieran su esquizofrenia. Fue gracias a una de las patronas de Magdalena, una profesora de inglés, que le comentó de otro caso. “Me pareció estar escuchando sobre mi hermano. Llegué a mi casa y le dije a mi mamá que no discutiera nunca más con él y que lo llevara al médico”. Así lo hicieron y le diagnosticaron la esquizofrenia.

Lo jubilaron. Juan Antonio, hasta ese momento, había trabajado como ayudante en las construcciones. Sufría de verborrea. “Ahora no, es muy difícil hablar con él. Hay que sacarlo de la pieza, decirle que siente en el comedor, que no se pare si no ha terminado de comer, ahora habla muy poco. Pero además tenía delirio de persecución, antes decía que había un complot contra él, entonces terminaba las relaciones de trabajo o se iba. Ahora está jubilado, pero no por el Estado, sino por la AFP. La ayuda que recibe es la del Hogar de Cristo, sino fuera por el Hogar, no sé qué habría hecho”, dice Magdalena.

“Él ahora habla de la esquizofrenia, antes hablaba de la locura. Decía, por ejemplo: ‘yo no estoy loco porque hoy es sábado 14 de marzo’. Cuando le hicieron la primera evaluación, a los 32 años, decía todo eso, pero su conducta obedecían totalmente a una esquizofrenia paranoide, ha tenido brotes psicóticos muy graves, que es cuando una persona escucha voces, alucinaciones”, agrega Magdalena, hoy con más conocimiento, debido a sus estudios, sobre la condición de su hermano.

Pero actualmente no lo están pasando bien. En enero de este año, Magdalena fue desvinculada de la casa donde trabajaba haciendo aseo y no le pagaron los años de servicio. Luego, con la pandemia, se restaron los alumnos a los que les hacía clases. “Cuando me quedé cesante y después la pandemia, los padres volaron con sus niños. Los niños venían a mi casa e iba de aquí a Quinta Normal a hacer clases. Al mes, hacía 500 mil pesos. Además, tenía la plata de mi hermano”, cuenta.

Hoy viven sólo con la pensión de Juan Antonio: 117 mil pesos.

“Estamos en una edad en que tenemos que alimentarnos bien, y es lo que más aconsejan los médicos en esta pandemia. Ocúpese y no preocúpese. Tengo todo para la limpieza y los productos que dan la seguridad que dicen los expertos. Para mi hay tres puntos clave en esta pandemia. Alimentarse bien, mantener la higiene y estar encerrados. Pero si me mandan a hacer clases a la China en medio de la pandemia, voy a ir igual. Porque como dice la gente aquí en La Pintana: o me muero de Covid o me muero de hambre. Es una realidad muy dolorosa y terrible porque nosotros desayunamos leche todos los días, pero hay otros que apenas toman té. Aquí hay realidades muy terribles. Acá la gente no va poder quedarse en casa”.

-¿Cómo se lleva una alimentación saludable con 117 mil pesos?

-Aprendí a administrar todo muy bien y los psicopedagogos somos muy buenos para las estrategias. Estudié mucho el tema de los alimentos. Por ejemplo: para mí hacer porotos para dos días a la semana es una gran estrategia para economizar porque los porotos son más ricos el segundo día que el primero. Todas las legumbres son más ricas el segundo día. Entonces puedo hacer perfectamente porotos o lentejas para dos días a la semana. Otra alternativa es comprar tarros de jurel, que ahora están más caros… Entonces, con la avena Quacker hago croquetas con un tarro de jurel, y el tarro aumenta poniéndole harta cebolla, zanahoria o verduras surtidas, más dos cucharadas de harina y queda el doble. Con un tarro saco 12 croquetas. Ser dueña de casa es la mayor empresa que uno tiene que administrar.

Magdalena y Juan Antonio recibió una caja solidaria de alimentos gracias a la campaña Chile Comparte, en donde participa el Hogar de Cristo junto a Techo, Fondo Esperanza y otras organizaciones solidarias. La iniciativa ha entregado, hasta la fecha, más de 4 mil cajas en 192 comunas del país a participantes de las fundaciones mencionadas.

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