Mar
2021
“Mi hijo no es como lo describen”
Una novedosa y entretenida iniciativa surgió a partir de la pandemia. Durante el 2020, estudiantes de psicología de la Universidad San Sebastián intercambiaron cartas con participantes del Programa de Apoyo Familiar (PAFAM) de Concepción. Aquí una historia, muy positiva, que profundizamos a partir de este proyecto epistolar. Conoce a Yazmín y Luciano.
Por María Luisa Galán
“Recibir las cartas fue como una válvula de escape porque uno se dedica a escribir y como sabes que la persona que va a recibir tu escrito ha estudiado algo relacionado con las personas, me sentí más cómoda de expresarme”, cuenta Yazmín (43), participante del Programa de Apoyo Familiar del Hogar de Cristo ubicado en Concepción y una de las personas que se animó a ser parte de esta idea. Ella es cuidadora de Luciano, su hijo de 12 años, quien tiene autismo.
“Me sentí incómoda al principio, escribiendo con lápiz y papel. Traté de hacerlo por computador, pero sentía que estaba muy fría. Así que le dije a mi esposo: ‘Lo voy a escribir en papel y después la traspaso para poder enviarla por correo’. Así lo hice. Se la iba leyendo a él y la fuimos trabajando los dos, y fue positivo porque logramos una comunicación que no teníamos. Uno funciona en el día a día y esto sirvió para estar conectados. Y la persona que me contestó me dijo que estaba súper bien, me felicitaba porque en realidad no todas las personas tienen esta capacidad de ver la vida en positivo”, dice Yazmín desde Chiguayante sobre este intercambio de cartas.
A lo que se refiere es a la actitud de vida que asumió desde que supo el diagnóstico de Luciano: ver todo en positivo. Decidió no achacarse ni bajonearse. Conocía y había vivido lo opuesto en la relación que tiene su mamá con su hermana, una joven con discapacidad mental, por lo que no quería repetir el esquema.
El diagnóstico de Luciano lo confirmó cuando el niño cumplió 2 años. Ella lo sospechaba desde que tenía seis meses, pensaba que era sordo, pero los médicos le sugirieron esperar porque aún era muy pequeño. Cuando tuvo la edad requerida, pidió hora con dos médicos. Uno le dijo: “Llegó el momento de decirte lo que pasa con tu hijo, así, sin anestesia: es autista”.
Ella le pidió que se lo explicara. “En palabras sencillas, probablemente, nunca va a hablar, nunca te va a decir mamá, son niños que no reciben afectos, no esperes una demostración de afecto se su parte”, dijo el médico.
-¿Tú que hiciste?
-Me quedé callada porque Luciano es todo lo contrario. Le encanta que lo abracen, besen, es súper regalón. No sé qué cara habré puesto que el médico llamó al tiro a la psicóloga, que me dijo que viviera mi duelo. Yo le respondí que el duelo es cuando se muere alguien y le pregunté: ¿Mi hijo se va a morir? No, me dijo, pero sí va a tener una vida muy complicada. Quedé más colgada y salí con mucha incertidumbre- relata Yazmín sobre aquella visita al doctor.
Ese día salió del hospital y en el camino se encontró con una estación de bomberos y se miró en el reflejo de uno de los carros, miró a Luciano al que llevaba en brazos y se dijo: “Mi hijo no es como lo describieron. No le voy a hacer caso”. Leyó en internet y todo era lapidario. Pero, por salud mental, decidió estar bien. “No puedo cuestionarme a mí misma lo que ya pasó si no va a haber reparación. Tomé la decisión de verlo positivo, no me iba a deprimir ni tirar para abajo, entonces decidí ver todo lo de Luciano en positivo. Si reía y me abrazaba, eso era lo importante”, cuenta esta luchadora tenaz.
La vida le fue poniendo en el camino a las personas indicadas para apoyarla en la estimulación de su pequeño hijo, como unos estudiantes y docentes de la escuela de psicología de la Universidad Pedro de Valdivia de Concepción. En el ámbito escolar, tuvo que volver al colegio; como Luciano se escapaba del recinto, tuvo que empezar a ir con él a clases. “Lo acompañaba en los recreos y, en el invierno, la profesora me hacía pasar a la sala; y vio que tenía habilidades manuales y me pedía que la ayudara con algunos materiales. La tía era mayor y no tenía habilidad con el computador, entonces ella escribía los informes a mano y yo se los pasaba al computador mientras hacía clases. Ahora pasé a séptimo”, dice entre risas Yazmín, quien ha trabajado en tiendas de retail y como secretaria.
Dejó de trabajar mucho antes de que naciera Luciano. Su papá había enfermado de un tumor cerebral que lo dejó postrado y ella decidió quedarse en la casa para ayudar a su mamá y cuidar a su hijo mayor que tenía 7 años entonces. Finalmente su padre falleció y al mes siguiente se enteró que estaba embarazada. “Genéticamente Luciano no tiene nada, así que los doctores me han dicho que el tema del duelo puede haberlo afectado, pero no me lo pueden asegurar. Pero digo, qué saco con saber la razón de por qué tiene autismo, no me sirve porque seguirá siendo autista igual. Tengo que trabajar en base a lo que ya es y desarrollar otras habilidades”, cuenta.
Esto, su vida con su hijo, fue lo que Yazmín describió en su carta. “Una parte resumida de mi historia, que decidí recibir en positivo los diagnósticos de Luciano y no achacarme por sus dificultades. Una tiene que estar bien para que los hijos estén bien”, concluye con admirable sabiduría.