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Jun

2016

La Sra. María y Don Hernán: una vida para encontrarse

Fue la primera vez que la vio. Ocho años atrás, un martes 1 de abril, don Hernán reconoció –a pesar de su avanzada ceguera- a la señora María, quien caminaba junto a una amiga por el patio del Hogar Abierto de la Fundación. Casi nueve años después, los conocemos celebrando su matrimonio.

La vida de la señora María Bonilla Tapia no ha resultado fácil. Tras cuidar a su madre, vivió con su hermana por algunos años. Los maltratos que sufrió en esa casa la obligaron a irse a vivir con otro hermano. Quien tiempo después, le cerró las puertas abandonándola en la calle. Tenía 70 años de edad. Desde entonces vive con nosotros en el Hogar Abierto, que acoge adultos mayores en situación de calle. Allí conocería al amor de su vida: don Hernán.

Don Hernán Núñez Ramírez, de 71 años, fue acogido por la Fundación nueve años atrás. Su mamá falleció cuando él tenía cuatro años. Quedando al cuidado de su padre quien lo inició en el alcohol cuando sólo era un niño. “Mi padre llenó un zapato vacío y me dijo que tomara, tenía como seis años”. Vivió con él hasta los doce. Momento en el que se vino a Santiago desde Melipilla. “Tuve muchos trabajos pero el vino siempre me la ganaba. Así que viaje por muchos lugares trabajando la tierra en unos huertos. A veces dormía en la calle. Un día me atropelló un camión y perdí el ojo izquierdo… a veces veo sombras con el derecho”.  Estuvo en diferentes hospederías y albergues del país. Hasta que la Fundación se enteró de su situación y fue a buscarlo, acogiéndolo en el Hogar Abierto en Estación Central. Allí también conocería al amor de su vida: María Bonilla.

Entonces ambos se encontraron un día caminando por el patio. “Ella pasó por al lado mío caminando con una amiga suya, la Anita. Yo estaba sentado conversando con el Roberto. Entonces le dije a mi amigo: Me gusta ella.  ¿Cuál de las dos? me dijo Roberto. Ésa, la bajita, la rubiecita, le respondí.  Se llama María Bonilla y dicen que tiene mucho carácter así que ojo, me advirtió mi amigo (ríe)”.

“A los dos días me acerque para hablar con la amiga de María y le dije: Me llamo Hernán, ¿Sabe qué? me enamore de su amiga. Entonces Anita me respondió para callado: oiga Hernán, usted a ella también le gusta, invítela a salir nomas”. A los 17  días, Hernán y María ya estaban pololeando. Hoy caminan por el mismo patio en el que se conocieron. Ella lo guía con cariño porque Hernán cada vez ve menos. Él le recuerda las cosas porque ella a veces olvida momentos.

María nos cuenta. “Todas las tías del Hogar nos ayudaron en nuestro matrimonio, desde mi vestido hasta en la comida. ¡Nos recibieron en la iglesia con aplausos! yo nunca pensé que encontraría a mi esposo. Pero aquí está mi viejo al lado mío”

Y así fue como los dos nacieron a su nueva vida. Pero ahora, tomados de la mano.