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Mar

2020

La dura vida de un ex pescador que hoy más que nunca necesita contención

Juan Carlos Vargas Zúñiga tiene 72 y está enfermo. Hoy lo cuida una sobrina y recibe ayuda del Programa de Atención Domiciliaria para Adulto Mayor (PADAM) del Hogar de Cristo, un modelo único que, según un experto geriatra de la Universidad Católica, debería ser replicado en todos los municipios del país para enfrentar la pandemia del coronavirus.

Por María Teresa Villafrade

Fotografías: Camila Toro

Se estima que hay 600.000 adultos mayores vulnerables en todo el país y que un 22% de los hogares chilenos tiene bajo su cuidado a una persona de este grupo etario. Según un estudio de la Universidad del Desarrollo, en Chile son 470.000 los que pertenecen a la cuarta edad, es decir, superan los 80 años y de ellos, un 16% vive en hogares unipersonales, absolutamente solos.

La recomendación de que hagan cuarentena total y eviten los contactos físicos con otras personas es muy difícil para quienes padecen soledad, abandono y mucha vulnerabilidad, que es el perfil de atención del programa PADAM del Hogar de Cristo en la región de Los Lagos, que vela por el bienestar de 60 adultos mayores: 30 en Puerto Varas y 30 en Puerto Montt.

Uno de ellos es Juan Carlos Vargas Zúñiga (72), quien vive en la modesta vivienda de su sobrina, Malvina Cárdenas (62), ubicada en lo alto del cerro de la ciudad de Puerto Montt y con una vista excepcional a la bahía. Desde allí, el otrora rudo pescador por 40 años rememora su pasado y pelea contra una enfermedad muy frecuente entre quienes se ganan su sustento en el mar: la cirrosis.

“Partíamos la mañana con un ´harinado´ (mezcla de vino tinto con harina tostada) para enfrentar el frío y matar el hambre, ese era nuestro desayuno. Pasábamos el día entero trabajando y pescábamos róbalo, congrio, merluza”, recuerda orgulloso.

Hijo de pescador, de niño iba con su padre a extraer pejerreyes alrededor del tubo de desagüe que había en la ciudad. También de pequeño a menudo le daban vino para “calentar el cuerpo”. Casi no fue al colegio, no sabe leer ni escribir. Durante un tiempo vivió en Calbuco, donde la pesca “se hacía a puro remo, hasta 14 horas llegué a remar para entregar toneladas de sardinas”, dice. Allá se enamoró, pero la mujer con la que vivió lo dejó. Nunca se casó ni tuvo hijos.

Tuvo tiempos de prosperidad en la que llegó a tener una lancha de nueve metros, pero la perdió en un accidente que casi le costó la vida. “El pescador vive su día a día lleno de riesgos, por lo que no tenemos proyectos de futuro ni a largo plazo, nadie sabe si volverá del mar. Esa vez, una ola me dio vuelta la lancha y por pura suerte me salvé de morir ahogado. Usábamos sacos para cuidar nuestras rodillas, ahora todos usan trajes encerados”, agrega.

“HAY QUE DEVOLVER LA MANO”

Malvina Cárdenas, su sobrina y ahijada, lo cuida con cariño y esmero. “Mi tío trabajó mucho, él fue como mi papá, se preocupó de que nada nos faltara. Lo menos que puedo hacer es devolverle la mano”, explica ella, quien vende ropa en la feria.

“Siempre le digo que no le abra a nadie la puerta excepto a las personas del Hogar de Cristo que nos colaboran con una caja de alimentos y con visitas periódicas, pero él es porfiado y algunas veces, cuando llego, lo encuentro en la calle, una vez casi se cae”, dice mostrando la peligrosa escalera por la que se accede a su vivienda.

Cuenta que su tío llegó a ganar mucho dinero, pero no fue previsor y hoy su pensión es de 137 mil pesos mensuales. Él rebate ese argumento: “Tuvimos una cooperativa de pescadores en las que nos sacaron por años, mes a mes, parte del suelo. Toda esa plata se perdió”, acota.

Yerko Villanueva, jefe social territorial del Hogar de Cristo en la región de Los Lagos, conoce a Juan Carlos Vargas desde hace tiempo y afirma que hasta el día de hoy a los pescadores o personas vinculadas a la pesca artesanal les siguen ofreciendo alcohol a modo de sueldo. “Estamos frente a una dura realidad que fomenta el alcoholismo desde la infancia y que debe ser erradicada, porque de lo contrario, muchos pueden terminar en la calle engrosando el número de personas vulnerables y pobres”.

La importancia del PADAM es precisamente que se llega a tiempo para detectar casos de extremo abandono y soledad en los adultos mayores. Y por eso el médico geriatra de la facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica, Eduardo Valenzuela, recomienda copiar este modelo en todos los municipios del país para enfrentar la pandemia.

“El  Programa de Atención Domiciliara Adulto Mayor del Hogar de Cristo es  una de las iniciativas más exitosas que ha tenido la fundación en las últimas décadas. Justamente por esa capacidad de identificar a las personas más frágiles y vincularlas con las redes sociales de asistencia sanitaria y protegerlas. Muchos de ellos habrían muerto solos en sus casas si no existiera este programa”, señala.

Yerko Villanueva comparte totalmente esta opinión y para seguir apoyando a personas como Juan Carlos Vargas es que se determinó que mientras dure la emergencia, los Padam si bien disminuirán las visitas presenciales, aumentarán los contactos con llamadas al menos dos veces al día a los adultos mayores o a sus cuidadores.

“Este es el momento en que ellos más que nunca necesitan contención. No los podemos ni los vamos a abandonar”, ratifica.

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