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Covid-19

Jul

2020

Isolde Reuque: “Los huinca traen las enfermedades pero morimos nosotros”

Partió como defensora de los Derechos Humanos en 1974, hoy es una reconocida dirigente que trabaja por los pueblos originarios, las mujeres, por los DDHH del pueblo mapuche, pero por la vía pacífica. Católica y mapuche, es una llamativa mezcla. La propagación del coronavirus ha puesto a las comunidades mapuche en alerta máxima, conscientes de que unos pocos casos pueden desencadenar el desastre en lugares alejados de los hospitales o con poco acceso al agua. Los distintos grupos indígenas declararon cuarentena voluntaria en el territorio.

Isolde Reuque Paillalef (66) ha viajado por el mundo. Nos cuenta que su visión pacificadora en torno al conflicto mapuche se debe a la experiencia internacional que ha constatado de otros países: “He conocido las experiencias de Estados Unidos, Canadá, Australia con sus pueblos originarios y –yendo más cerca– he visto lo que han hecho en Perú. Eso me ha servido para descubrir que no estamos solos. De todas esas experiencias, tomé la participación activa no violenta, en que nadie muere como camino para recuperar nuestros derechos, nuestra tierra, conservar nuestra identidad y vivir en paz”.

En 1974, tiempos difíciles, Isolde empezó su andadura de activista por los Derechos Humanos mapuche, todo sin más estudios que los que le ha dado “la universidad de la vida”, como dice. Partió muy joven y con una hija. Nos explica que la pandemia, como en muchas partes, también ha atacado con más fuerza a los adultos mayores del territorio. Una realidad que se agudiza, considerando que el 47,6% del pueblo mapuche no cuenta con un adecuado acceso al sistema de salud. Para ella, esta situación no es nueva: “Las enfermedades traídas por forasteros acabaron con muchas comunidades nativas y este legado está marcado en la memoria colectiva. Como nosotros decimos: los huinca traen las enfermedades, pero morimos nosotros”.

La dirigenta mapuche, que en 2006 se convirtió en la segunda mujer de su etnia en ocupar un puesto diplomático al ser nombrada agregada laboral de Chile en Bolivia, le preocupa que en muchas comunidades no se alcanzó a comprar semillas para el próximo cultivo. Otra dificultad es que muchos mapuche no hablan bien el castellano y cuando van al consultorio no pueden explicar qué es lo que les pasa. “Una se pregunta cómo es posible que nadie en Chile hable el mapudungun, cuando los mapuche tuvieron que adaptarse y aprender el castellano”, opina Isolde.

La propagación del coronavirus ha puesto a las comunidades mapuche en alerta máxima, conscientes de que unos pocos casos pueden desencadenar el desastre en lugares alejados de los hospitales o con poco acceso al agua. Los distintos grupos indígenas declararon cuarentena voluntaria en el territorio, sin embargo, el Gobierno no validó la medida.

-¿Cómo se desenvuelve el pueblo mapuche en la Región de La Araucanía, donde se han reportado más de 3 mil casos de contagios de COVID-19?
-El mapuche es muy limpio, no importa si se vive en casa de piso tierra. Nosotros barremos y limpiamos todo el día, a cada instante, no importa si se cayó una semilla o alguien entró con los pies embarrados, tenemos la cultura de sacar toda la suciedad hacia afuera. En ese sentido, lo que el resto de Chile está viviendo con el tema de la higiene como algo nuevo, para nosotros no es nuevo. Desde niños nos enseñan que cuando alguien se enferma, siempre hay que cubrir la nariz y la boca para no contagiarnos.

La Araucanía continúa siendo la región con más muertes y la segunda con mayor cantidad de contagios después de la Metropolitana. Todo esto en una región con 1 millón 14 mil habitantes, de los cuales un tercio corresponde a población rural, con los mayores índices de pobreza del país. “La clave para enfrentar esta pandemia ha sido la organización comunitaria, que nos ha servido como barrera cultural contra el virus. Es que ya hemos vivido una serie pestes foráneas, como el tifus, el sarampión, el cólera, todas traídas desde afuera. Por eso, como cultura, hemos ido aprendiendo, desde un principio nos hemos tomado esto con la seriedad que corresponde”, declara.

Mientras la respuesta nacional al contagio indígena no ha sido bien recibida, las comunidades y municipios parecen haber respondido mejor. Son los propios pueblos indígenas quienes han alzado la voz con declaraciones y acciones de alcance local. Y los municipios, a través de sus funcionarios, han actuado en los contextos locales en que se han presentado contagios en comunidades indígenas, promoviendo acciones más pertinentes, a pesar de los pocos recursos con que cuentan.

En este sentido, a cuatro meses de haberse implementado la cuarentena en Tirúa, en la costa de Arauco, solo 24 personas han sido diagnosticadas con el virus. No hay fallecidos. El alcalde, Adolfo Millabur, quien respaldó la cuarentena instaurada por las propias comunidades, señala que “nosotros hemos privilegiado la vida por sobre la actividad económica. Es importante también reconocer la capacidad organizativa de la comuna, porque fueron organizaciones sociales, juntas de vecinos, comunidades indígenas, sindicatos, sectores económicos, que acordaron hacer una cuarentena voluntaria”.

“La clave para enfrentar esta pandemia ha sido la organización comunitaria, que nos ha servido como barrera cultural contra el virus”, relata el alcalde. Sin embargo, el lunes de 13 de abril la prensa se centró en el ataque explosivo en el puente Lleu-Lleu con un auto bomba, lugar en el que también se apostaron distintas personas con armas de fuego, y hace unos días quemaron una escuela en Tirúa. “Esta situación hace que la población externa se confunda, porque hace invisible la enorme pega de las comunidades mapuche, organizándose, trabajando en conjunto por los mil trescientos adultos mayores del territorio”, finaliza Millabur.

Hoy es poco lo que se sabe respecto de la situación de las comunidades, pues no hay cifras que den cuenta de la magnitud del coronavirus en el pueblo mapuche. Dificulta el acceso a la información que más del 70% de los adultos mayores mapuche vive en zonas rurales y, de ellos, el 63% es pobre multidimensionalmente.

Hace pocos meses cerca de 70 comuneros se congregaron alrededor del rehue –el altar ceremonial del pueblo– para participar del nguillatún. Y a pesar de que el Gobierno prohibió estrictamente cualquier reunión de más de 50 personas a nivel nacional, la ceremonia se realizó con éxito. “La gente aprovechó para pedir por las siembras, por los animales y también para que se acabe el coronavirus. Es que nosotros miramos una enfermedad en forma integral. Es decir, desde una perspectiva espiritual y material. Por supuesto, se tomaron precauciones, con decir que no hubo contagiados”, dice Isolde.

-¿Y cómo están los ánimos por allá?
-El clima en la región sigue tenso. Aún continúa el aparataje armado que tiene mucho tiempo acá, no es de ahora. No es que una no pueda salir a la calle, moverse por el campo o vivir sin miedo. Pero la presencia permanente de Carabineros, que nos estén vigilando y nos tilden de terroristas, llama a la violencia.

-¿Serviría que ese contingente no estuviera en la zona?
-Sí, las cosas estarían mejores, porque militarizar la región no es la forma de enfrentar el problema. Menos ahora. Acá lo que está de fondo es desconocimiento, abuso de autoridad del Estado, en todos los gobiernos, sin excepción. Ninguno ha sabido resolver la demanda de tierras, la pobreza, la necesidad de reconocimiento, que no significa crear otro país dentro de otro país, sino respeto y comprensión de cómo somos.

Mal augurio

Desde un punto de vista cultural mapuche, esta pandemia se inscribe en una crisis civilizatoria enorme anunciada por los agentes espirituales mapuche. Desde el año pasado, con el florecimiento del coligüe como indicador de catástrofes, se presentaba la crisis social desatada en Chile, la que junto a la desoladora sequía y la inminente plaga de roedores, hizo comprender que esta pandemia es un efecto más de dicha crisis.

-¿Cómo se tradujo este mal presagio?
-Cuando vimos que la quila floreció, comprendimos que se venía algo malo: sufrimiento, dolor, nerviosismo, hambre, muerte. Al principio, pensé que era por el estallido social, del cual participé, pero ya en enero, cuando el virus era una realidad inminente comenzamos a guardar alimentos, aceite, trigo, azúcar, mate… Yo creo que eso sirvió, porque logramos guardar alimentos, especialmente ahora que no podemos ir a los pueblos a buscar comida.

Todo esto en una región donde la pobreza en indígenas alcanza un 14,5%, mientras que en no indígenas es de un 8%, brecha que aumenta en el caso de la pobreza multidimensional, que vincula a la población indígena con un 30,2% respecto de un 19,7% de la población no indígena. “La poca comida que nos quedaba, ya se nos terminó. Si no fuera por mis hijos que nos traen papas, no sé qué haría”, dice Javier Tralma (65), que vive en las afueras de Temuco.

Por su parte, Isolde expone otro problema que la pandemia reveló en su gravedad: la falta de agua. Desde la visión mapuche, no es solo un elemento vital para el consumo humano, sino que también es “dadora de vida, tiene esencia o espíritu, el NgenKo, por tanto, es un Newen o energía que forma parte fundamental de nuestra cosmovisión”.

-¿Cómo han enfrentado la pandemia sin agua?
-Hace años que no hay agua en el territorio, se secaron los ríos, nada crece. Antes había mucha humedad, se podía sembrar el trigo, las legumbres, pero ahora dependemos de los camiones aljibe. ¿Entonces cómo podemos alimentarnos si no podemos salir? Antes vivíamos de la siembra, ahora nuestra vida depende de la mercadería que nos traen los hijos. Los adultos mayores en el territorio viven en casas con piso de tierra, sin aislamiento, con poco acceso al agua. ¿Cómo pedirles que tengan mascarillas, guantes o desinfectantes si apenas tienen agua para lavarse las manos?

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