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Covid-19

Dic

2020

Columna: Patricio Lobos, acogido de la hospedería de Hogar de Cristo en Concepción

Señor director:

A pocos días de ver a mi mamá por videollamada, tengo claro que la víctima de las  drogas no es sólo quien consume, sino toda la familia, en especial,  la madre. ¿Qué hace una madre con un hijo hundido en las drogas? ¿Lo reta? ¿Es amable para no perder su confianza? ¿Lo echa de la casa si le roba sus cosas? ¿Deja de quererlo?

Desde hace seis meses, no consumo pasta base, cocaína, alcohol, marihuana ni pastillas. Fue un proceso difícil que logré después de ingresar al Hogar de Cristo. El único lugar donde me dejaron pasar la pandemia. ¿Quién diría que el encierro lograría sacarme del vicio? Ahora también duermo tranquilo. Ya no me acuesto con un ojo abierto, ya no espero que algún punky me pegue porque no le gusta la gente pobre. Hace poco desperté así, con patadas en la espalda, uno me dijo que no le gustaban los indigentes, que éramos basura. Eran dos; uno le pegaba a un tatita que dormía cerca y el otro me pateaba a mí.

Pero no escribo para contarles pellejerías, sino para decirles que en estos meses de pandemia han sucedido milagros. No me refiero a que el aire esté más puro en algunas ciudades, ni siquiera a que logré estar sobrio o que, gracias al 10%, pude emprender un taller de muebles. No, me refiero a haber hecho en un año lo que no había hecho en toda mi vida: reencontrarme con mi madre.

Ahora que estoy sobrio, ahora que por fin estoy despierto, entiendo el dolor que mi ausencia le provocó. Fueron años deambulando por las calles de Concepción, sin escucharla, sin responder los cientos de mensajes que me dejó en redes sociales. Pero a ella no le importó nada. Cuando me armé de valor para llamarla, me contestó, llorando: “Hijo, pensé que habías muerto, pero soñé que me ibas a llamar, te eché de menos, Patito”.

Patricio Lobos, 44 años.

Acogido de la hospedería de Hogar de Cristo en Concepción.

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