займ онлайн без проверок
Covid-19

Ago

2020

Ana Isla, directora sala cuna y jardín Rucahue: “Si los adultos están bien, los niños están bien”

Así enfoca su tarea en estos pandémicos tiempos la educadora de párvulos que, pese a todas las dificultades, siente que está siendo un tiempo virtuoso de aprendizaje y crecimiento. Su equipo  se organizó para acompañar a la distancia pero de manera muy personalizada a las familias de los 48 niños matriculados. “Hoy más que nunca debemos relevar el rol de primeros formadores de los padres, el afecto y estar muy presentes”, dice desde Concepción.

Por Ximena Torres Cautivo

 

Una madre primeriza, soltera, joven, trabajadora que trata de terminar sus estudios, yace en su cama, amamantando a su hija. Todos los días igual, desde hace semanas. La incertidumbre, la falta de ingresos y el encierro a causa de la pandemia la han sumido en una depresión profunda.

Una pareja separada por conflictos que el vivir juntos, hacinados y encerrados, acentuaron. Ella se fue con su hija a la casa de sus padres; así evitarán lo difícil que es vivir en cuarentena.

Otro matrimonio debe dejar su casa, repartir lo que no cabe en la vivienda de los parientes que los acogen, cuando ya no queda un céntimo en los bolsillos para seguir pagando el arriendo y las cuentas de servicios. No queda más que aceptar la solidaridad de unos tíos, asumiendo que aquello del “casado, casa quiere”, no corre en tiempos de crisis pandémica.

48 niños forman parte de la sala cuna y jardín infantil Rucahue, en Concepción.

Ana Isla (48), directora de la sala cuna y jardín infantil Rucahue, de Concepción, protege la identidad de los protagonistas de estas historias, que son las de algunos de los padres, apoderados y figuras significativas de los 48 lactantes y párvulos que atienden. Pero cuenta que esas son las temáticas que hoy a ella y “a las 10 mujeres que trabajamos aquí nos están tocando a causa de la emergencia sanitaria”.

Explica que la educación inicial tiene un tercio más o menos de alumnos nuevos cada año, que reemplazan a los que egresan del nivel medio mayor, así es que los primeros meses son puro conocimiento y adaptación, “de establecer vínculos y confianzas con las mamás, las abuelas”. Y este año, a mediados de marzo, se encontraron que todo debía hacerse por teléfono o internet, sin la riqueza del contacto personal cotidiano. “Pero fíjate que todo está resultando virtuoso, casi prodigioso. Como que casi instintivamente nosotras a comienzos de marzo por las noticias que escuchábamos establecimos una especie de turno y nos distribuimos la asistencia y el apoyo a determinado número de familias cada una, para que siempre trataran con la misma funcionaria y se consiguiera establecer los lazos de confianza necesarios, sobre todo con las familias nuevas. Así hemos estado trabajando. Muchas educadoras han integrado a sus propios hijos en videos donde se les enseña a las mamás y a las abuelas a trabajar con los niños en sus casas. Ha sido como abrirse en una gran familia, compartiendo la intimidad de todas las familias por un bien mayor, común”.

Cuenta que han acompañado a los niños y sus familias desde diferentes plataformas y herramientas. “Nos hemos adecuado a sus necesidades, centrándonos en lo que mejor nos ha resultado, enviando sugerencias en guías, talleres por Zoom, encuentros virtuales con los niños y niñas, espacio donde han jugado, bailado y conversado. Los padres han desarrollado experiencias de aprendizaje en sus hogares con elementos principalmente de desecho y han descubierto avances en sus hijos e hijas a partir de lo que ellos mismos preparan y trabajan en conjunto”.

En entrevistas personalizadas y largas, el equipo fue haciendo el diagnóstico psicosocial de cada nuevo grupo familiar, identificando sus necesidades, las que en algunos casos han ido volviéndose más extremas a medida que avanza el tiempo y la crisis sanitaria y económica se acentúa, porque este sector cercano al centro de la ciudad de Concepción, donde está ubicada Rucahue, alberga a familias de alta vulnerabilidad.

Ana Isla es la directora del jardín. Una educadora llena de vocación.

“La información oportuna, que se obtiene a partir de la confianza, es esencial para actuar a tiempo y movilizar a las redes, como es el Centro de Salud Familiar (CESFAM) del sector, especialmente en todo lo que tiene que ver con salud mental. Hemos visto muchas crisis de pánico, depresiones, angustias, que deben ser tratadas. Acá estamos muy atentas y creemos que el aislamiento físico no puede ser la excusa para no seguir trabajando. Nosotras trabajamos, no desde la queja, sino desde el descubrimiento de las oportunidades. Esa mamá joven que no tenía voluntad para levantarse y se pasaba el día en cama, hoy está bien parada, acompañada por profesionales de la unidad educativa y de salud mental,  dedicada a su hija, renovada. La que se separó y se llevó a sus niños al campo, donde sus padres, está en permanente comunicación con nosotras y la apoyamos por teléfono, lo mismo a la familia que se tuvo que ir a vivir de allegados. Acá el principio es: si los padres o los adultos significativos están bien, sólidos, resilientes, los niños están bien, y eso es parte muy importante del trabajo actual. Nosotros hemos relevado a la familia en su rol de primeros formadores”

Para ello ha sido vital el apoyo del equipo educativo y la vinculación con la academia, que nos permite tener alumnos de la carrera de psicología que han enseñado el manejo de la ansiedad, el uso de técnicas de respiración. “Este va a ser un trabajo de largo aliento, que no termina cuando termine el año y que nos tendrá trabajando mucho tiempo. Ni siquiera acaba cuando se encuentre la vacuna”, reflexiona Ana.

LIMONEROS Y COLIBRÍES

De los 48 niños que atienden en Rucahue –20 de sala cuna y 28 de jardín infantil–, al menos el 70 por ciento proviene de una familia que tiene a una mujer como jefa de hogar. “La mayoría son estudiantes, micro empresarias, y han visto disminuir sus ingresos muchísimo. Todas son emprendedoras, fuertes, inteligentes. Están desde las que pican apio y lo embolsan para vender hasta otras, que a partir de la pandemia han incursionado en emprendimientos sorprendentes, como dos hermanas –acá hay muchas familias emparentadas entre ellas, porque se comparten el dato del jardín-, que están trabajando en albañilería y gasfitería, guiadas por su padre, apoyándolo en el negocio familiar”.

-Eres muy optimista, positiva, pero me imagino que es imposible no ver el aumento de la violencia intrafamiliar, del hambre y de otras lacras que han aumentado a causa de la pandemia.

-Es cierto, hay niños que están solos, cuyos padres no saben leer qué están necesitando sus hijos porque están abocados a sobrevivir. Hay hacinamiento, casas donde viven 10 personas y sólo una está trabajando. Es angustiante. Nosotros identificamos a las familias en situaciones críticas y nos abocamos a ayudarlas. La convivencia en medio de la incertidumbre es un factor estresor tremendo, y hay que intervenir, apoyar, estar.

Este es el jardín Rucahue, que hoy no está abierto, pero funciona con tele trabajo.

Ana cuenta que pese a que la mayoría es trabajo a distancia, con mucho contacto telefónico, cada 15 días pueden reencontrarse físicamente con las familias. Es cuando distribuyen las canastas de alimentos de la JUNAEB. “Justamente, mañana nos toca hacerlo y es un tremendo trabajo, porque primero tenemos que armar las cajas, tomando todos los resguardos sanitarios recomendados. Esas canastas, no son como las de alimentos del gobierno, sino que contienen la alimentación diaria que los niños no están recibiendo en el jardín”.

En esa instancia, se da eso tan importante, que “Humberto Maturana llama ´el lenguajear´. El hablar, decirse las cosas, conversar con confianza”, explica Ana, quien vuelve a agradecer la generosidad y entrega de las educadoras y de todo el equipo “para abrir sus propias casas y ejemplificar con sus hijos grabando en video muchas de las actividades que las mamás, las abuelas, deben desarrollar con los niños en sus casas. Ahí uno constata que la única diferencia entre esas madres y nosotras, es que nosotras tuvimos la fortuna de estudiar y de tener un padre y una madre cariñosos que nos estimularon. Acá uno admira la valentía de estas madres, pero no despreciemos tampoco el valor parental de los hombres, cuando están bien orientados. Acá tenemos casos notables de padres súper comprometidos con la formación de sus hijos. Es bueno destacarlo, para no perpetuar los clichés”.

El rol de los padres como primeros educadores es lo que más destaca la educadora Ana Isla.

Muy espiritual y sensible, la directora de Rucahue explica qué significa esta palabra en mapudungun que da nombre a la sana cuna y jardín: “Quiere decir lugar en construcción, lo que aplica muy bien a lo que hacemos aquí, construir futuro, y en otra acepción es villa, población, aunque a mí me gusta lo que me dijo un sacerdote que trabajaba en Tirúa: ´Las palabras tienen el significado que tú quieras darles´”.

Ubicado cerca del centro de Concepción, el establecimiento cuenta con un amplio jardín, donde hay limoneros y nísperos, que atraen a los picaflores. También hay un canelo, que les donó una familia mapuche al egresar sus pequeños. Eso –la vegetación, el que los niños puedan abrazar los árboles – a Ana Isla, que es mamá de “tres hijos preciosos”, le encanta y agradece estar donde está, haciendo lo que ama y que es consecuencia de la educación de sus padres.

“Somos cinco hermanos, mis papás eran catequistas en Concepción, en la comuna de Hualpén. Nos educaron en el amor al prójimo, en ver al otro como un legítimo otro, y eso marca mi quehacer y la felicidad de estar aquí”.