Jul
2020
José Francisco Yuraszeck: Presenta Manual para poder descansar en paz
El documento recoge 30 años de experiencia ayudando a bien morir al prójimo. Y en este trance de la pandemia, con miles de personas yéndose en soledad, sin nadie que les coja siquiera la mano, en particular adultos mayores, el jesuita explica que a la institución le pareció pertinente compartir este conocimiento con quienes prestan cuidados paliativos de fin de vida en distintas instituciones. El texto se puede descargar en https://bit.ly/3eUdKa9
Por Ximena Torres Cautivo
“Tú estabas, abuela, sentada en la puerta de tu casa, abierta ante la noche estrellada e inmensa, ante el cielo del que nada sabías y por donde nunca viajarías, ante el silencio de los campos encantados y dijiste con la serenidad de tus 90 años y el fuego de una adolescencia nunca perdida: ´El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir´”.
Con simplicidad y belleza, narra José Saramago, escritor portugués ateo y comunista, ganador del Nobel de Literatura 1998, en su texto autobiográfico, “Las Pequeñas Memorias”, las tribulaciones finales de su abuela campesina y nonagenaria. Son muchas las referencias en su obra a la muerte, a su llegada y a su significado. Esa que a él le sobrevino en 2010, a los 87 años.
En estos meses alterados, muchos han recordado su “Ensayo sobre la Ceguera”, donde imagina una suerte de plaga que deja a todos ciegos de repente, abandonados a la necesidad de sobrevivir y sacando lo peor de sí para hacerlo. Otros, más conocedores de su obra, se han acordado también de “Las Intermitencias de la Muerte”, donde la epidemia es la no-muerte. “No murió nadie ayer”, es la mala noticia en un mundo donde no muere nadie. Un mundo absolutamente distinto al que estamos viviendo hoy, donde hasta hace algunos meses “el espectáculo” parecía ser el creciente número de contagiados y de muertos, con un informe diario, enfocado en el récord de fallecimientos que la TV parecía celebrar. Y donde esos fallecimientos se producían fundamentalmente en soledad, sin acompañamiento familiar ni cercano, y de forma mayoritaria entre ancianos.
“Cerca del 80% del total de muertes por COVID-19 corresponde a adultos mayores. Pero, si se revisan con detención esas cifras, se observa que los más afectados entre ellos son los que viven en residencias. Y eso es igual en todo el mundo: por ejemplo, en Canadá el 82% del total de fallecimientos por el virus ha sido de adultos mayores que vivían en hogares. En España, el 65%; en Irlanda, el 60%. En Suecia, el 49% y en Hong Kong, el 85%.Como sabíamos que eso podía ocurrir, hemos debido trabajar muy fuerte en todo lo que tiene que ver con los Establecimientos de Larga Estadía para Personas Mayores (ELEAM)”, le explica Octavio Vergara, director nacional del Servicio para el Adulto Mayor (SENAMA), al capellán nacional del Hogar de Cristo, Francisco José Yuraszeck, quien lo entrevistó en el último número de revista Mensaje.
Morir solo ha sido parte del luctuoso paisaje que ha creado el Covid-19 en el mundo, en especial para la población de mayor edad, por eso Hogar de Cristo ha considerado que es permitente y oportuno dar a conocer su “Manual de Apoyo Psico-Espiritual de Fin de Vida”, un texto que recoge la experiencia de 30 años entregando cuidados paliativos espirituales desde la creación de la Sala de Enfermos Terminales en la casa matriz de la institución. Y ponerlo a disposición de hospitales, residencias, casas de reposo e instituciones que prestan apoyo en servicios de salud.
En el prólogo del Manual, el capellán del Hogar de Cristo escribe: “Coloquialmente decimos cuando alguien es muy pobre que ´no tiene ni siquiera un lugar donde caerse muerto´. Al padre Josse van der Rest le gustaba decir que en el Hogar de Cristo los pobres mueren como ricos: con atención médica de calidad, una cama limpia, buena comida varias veces al día, y tal vez lo más importante, compañía cercana y atenta. La experiencia de servicio de la Sala Padre Hurtado de cuidados de fin de vida, que funcionó por más de 3 décadas a pasos de la Casa Matriz del Hogar de Cristo en Estación Central, está expresada en estas páginas que no buscan si no ofrecer compañía y cariño en la hora del paso de este mundo al otro. Hoy en varias residencias de adultos mayores en distintos lugares de Chile ofrecemos este servicio de profunda humanidad”.
-¿Qué significa dar cuidados espirituales paliativos de fin de vida?
-El cuidar de la salud no tiene sólo que ver con jeringas y medicamentos, sino con ser parte de un colectivo. Cuando alguien se muere, se “nos muere”. Y ese “se nos muere” supone pertenencia a una comunidad, a una familia y eso esperamos ser en el Hogar. No es un depósito de personas vulnerables, abandonadas, pobres y enfermas. Una especie de bodega. Procuramos estar cerca, tomar la mano y ofrecer lo que las personas requieren para poder eventualmente ayudarlos a reconciliarse, reconectarse con una persona que no han visto en años, recibir el apoyo espiritual a través de una oración, da lo mismo el credo del que se trate, sean cual sean sus creencias. Se respeta mucho eso. Y aunque nada suple el contacto físico, en estos tiempos, la posibilidad de conectarse vía video ha resultado un importante apoyo al que hemos tenido que recurrir.
-¿Cómo es tu experiencia personal con este tipo de acompañamiento?
-He sido parte de esto desde antes de ser cura. Yo fui voluntario de la sala de cuidados paliativos el año 2000. Entré a los jesuitas en 2001, ahí tuve la oportunidad de asistir a personas a buen morir. A veces con ayudas puntuales. Es algo habitual en mi labor como sacerdote.
-¿Podrías reconocer actitudes comunes entre las personas que están viviendo el trance final?
-Muchos no son muy conscientes al momento de morir. No hay mucho saber sobre cómo se toman esto. A veces se muestran agresivas. Otros agradecen profundamente una cama limpia, un lugar abrigado, donde reciben todas las medicinas, apoyo médico y el sentirse como en casa, eso es muy común en las hospederías y residencias del Hogar de Cristo, donde, como dice el padre Josse van der Rest, “los pobres mueren como ricos”. A la hora de enfrentar la muerte, cada uno la vive de manera muy particular, aunque lo común, a ricos, pobres y medios, es la fragilidad y dependencia de los cuidados de otros.
-¿Cuál es la utilidad de este Manual que ahora ponen en común con todos los que lo requieran?
-Sistematiza algo que llevamos mucho tiempo haciendo en el Hogar de Cristo con la colaboración de otras organizaciones, particularmente con la Facultad de Medicina de la Universidad Católica, el Centro de Espiritualidad Santa María y todo tipo de personas creyentes que ofrecen acompañamiento espiritual. La idea es ponerlo al servicio de la comunidad para que pueda ser replicado en momentos en que la población en Chile envejece, en que la vida se alarga y ni qué decir en estos tiempos pandémicos que estamos viviendo. Morir no involucra sólo la dimensión biológica, sino la unidad psicoorgánica que somos, eso hay que considerarlo. En este documento y en estas prácticas se reconoce esa doble o triple dimensión que tienen los cuidados paliativos de fin de vida y que permiten como se dice que la persona finalmente descanse en paz.
Aunque “el mundo sea tan bonito, y yo tenga tanta pena de morir”, como se lamentaba la abuela de Saramago.
Publicado en El Líbero.