Sep
2020
Voluntarios de emergencia: “Somos como los bomberos”
La hermana Vanina, religiosa argentina, apoya a los programas del Hogar de Cristo cuando ven mermados sus equipos porque estos deben hacer cuarentena. Asiste en la entrega de alimentos, además de entretenerlos y escucharlos. Pero además, apoya ollas comunes y a personas en situación de calle en otras comunas. “Dios me protege”, dice.
Por María Luisa Galán
La hermana Vanina, de la Congregación Nuestra Señora de la Consolación, es una voluntaria de emergencia, de esas personas que desinteresadamente presta auxilio cuando algún programa del Hogar de Cristo cuenta con poco personal de trato directo debido a la pandemia. Ella es argentina, oriunda de San Juan, y lleva dos años en Chile. No es su primera vez en estas latitudes. Estuvo a principios de los 90 cuando hizo su noviciado, luego regresó el 2012 y ahora que le tocó vivir la emergencia sanitaria en Chile.
No estaba en sus planes ser religiosa, “Dios quiso y él se encarga de enamorar el corazón, abrirlo a los pobres; los pobres es uno de los grandes gritos que Dios me hizo escuchar”. El primer llamado lo sintió muy joven, pero se le pasó. Estaba terminando la enseñanza media cuando “ya no pude hacerme la sorda”, cuenta al teléfono con una voz juvenil que disimulan sus 50 años, aunque dice que las canas en eso no la ayudan.
Vive en Macul, en una casa ubicada en el colegio donde hace clases, pero con la pandemia se quedó sin actividades escolares y buscó dónde ayudar. Así llegó al Hogar de Cristo, en donde ha estado haciendo turnos de noche en programas de adulto mayor, discapacidad mental y jóvenes, apoyando en la entrega de desayunos o comidas, en la tarea de vestir a los que tienen menos movilidad y también en la entretención y escucha. También colabora con otras organizaciones: en una olla común en Lo Espejo y en otra de Recoleta, y acompaña a personas en situación de calle que viven en un casa del Arzobispado gracias a un proyecto de la Municipalidad de Renca, la única comuna de la capital que aún sigue en cuarentena total.
La mayoría de las veces se moviliza en el sistema público, una inversión en tiempo y en dinero, además del riesgo de contagio, aunque cuando asiste a algún programa del Hogar de Cristo, la fundación le asegura un servicio de transporte privado. Dice: “Dios me está cuidando mucho. No he tenido ningún resfrío en todo el invierno”. Algunas veces su voluntariado en los programas del Hogar de Cristo ha sido un desafío, por la complejidad y experiencia de trabajar con personas con discapacidad mental, por no tener conocimientos de enfermería o porque al final y al cabo, todos estamos aprendiendo en esta pandemia. “Se hace lo que se puede, pero es un voluntariado que funciona cuando no se puede de otra manera. Somos como los bomberos”, dice la hermana Vanina sobre su especial voluntariado que ocurre principalmente cuando el personal de planta está en cuarentena, una medida de cuidado que implementa el Hogar de Cristo para sus trabajadores.
“Siempre donde estoy busco a los pobres. No hace falta buscarlos, hay que verlos. Hay que abrir los ojos porque están en todas partes. Acá en Santiago, además de las tareas en el colegio, busco estar con ellos, aunque sea estar. He visitado centros para personas en situación de calle con problemas de adicciones, he colaborado con un policlínico de adicciones, eso me resulta más familiar”, cuenta la hermana sobre su área de expertise.
Su espíritu de ayuda social la ha llevado estar con diferentes grupos y la generosidad es lo que más destaca, sobre todo en ollas comunes, en donde vecinos de sectores vulnerables comparten lo poco que tienen. “Ese desprendimiento, esa generosidad y la fe en la providencia. Si Dios me lo da, lo tengo que compartir. Si tengo algo y el otro que no tiene nada, esa lógica, esa mirada que si uno da, Dios multiplica, ha sido la experiencia más fuerte, tanto en las personas que intentamos servir, como en trabajadores y voluntarios”, relata la hermana Vanina.
En sus diálogos con las personas a las que sirve, cuenta que en general la comunidad no ha perdido la fe en estos días de emergencia sanitaria, es una “fe a toda prueba”. “En Renca cuando los invito a rezar me dicen: ‘yo la respeto mucho, pero no me venga con la iglesia católica’, pero les digo que no estoy haciendo proselitismo, sino que recemos a nuestro Dios, cada uno en lo que cree, como puede y como le enseñaron. Hay personas que han llegado a lo más bajo humanamente, con sus problemas de adicciones, pero sienten que han sido sostenidos por Dios, siempre. Ellos dicen: ‘Dios no me abandonó’, y esa es una fe a toda prueba. Más o menos católica, más o menos cristiana, pero fe en un Dios que nunca falla. Eso es muy bonito”, dice.
No sabe por cuánto tiempo más va a estar en Chile. Por lo general no es menos de tres años, pero es relativo y depende de las necesidades de la Congregación, donde sea necesario que esté. Por ahora sigue con sus voluntariados, escuchando y atendiendo a los que más hoy la necesitan.