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Testimonio

Jun

2018

Vivir y morir en la calle: “No es el frío el que mata, sino el desprecio, la discriminación y la indiferencia”

Recopilamos retazos de las vidas de los 4 chilenos muertos por hipotermia desde el sábado hasta hoy martes a causa de la ola polar. Uno no tiene historia; sigue como NN. Los otros pertenecen a un desconocido universo, cruzado por una constelación de razones, que aquí explicamos.

Por Ximena Torres Cautivo.

Publicado en diario The Clinic.

¿Qué hay debajo de esos cartones?
Un muerto.

Un hombre sin identidad, que amaneció sin vida en la mañana del lunes 4 de junio, tendido en calle Exposición, en Estación Central, barrio de migrantes y personas en situación de calle, tapado con sábanas y trozos de cartón. Quienes pasaron por ahí alertaron a la policía pasado el mediodía. “Se descartó la participación de terceros”, anota el parte policial y al difunto se le identifica como NN.

La onda polar que cruza el país, subió desde el sur, sesgando la vida de los más vulnerables. En menos de tres días, dejó 4 muertos por hipotermia. Uno sin identificar aún y los 3 restantes -todos de sexo masculino- sí tienen nombres y apellidos. Estas son sus circunstancias.

El sábado pasado, en el apacible Frutillar, en la Región de los Lagos, por la mañana, cuando la temperatura marcaba -2,7 grados, transeúntes descubrieron el cuerpo sin vida de Jaime Montiel Guerrero, de 43 años, padre de dos hijos a los que casi no veía, ayudante de carpintería, hombre reconocido por su amabilidad, la que no se alteraba con el consumo de alcohol, pero sí lo llevaba muchas veces a quedarse botado en la calle. Murió de hipotermia, según indica la autopsia hecha por el Servicio Médico de Puerto Montt.

Jaime no era literalmente una persona en situación de calle. Tenía un domicilio en Frutillar Alto, que compartía con sus dos hermanos -Hernán y Alejo, carpintero avezado uno y con discapacidad a causa de un accidente el otro-, pero los problemas con el alcohol hacían habituales sus desapariciones. “Se perdía por dos o tres días”, comentan sus conocidos, los mismos que participaron del triste velatorio y del entierro en el cementerio municipal de Pantanosa.

En Santiago, el lunes 4 de junio a las 07:40 horas, carabineros de la 43ª Comisaría de Peñalolén acudieron a la esquina de Río Claro con José Arrieta, alertados por los vecinos.

Allí, yacía el cuerpo sin vida de Juan Bautista Sepúlveda Veloso (67), quien se encontraba en situación de calle. “No mostraba lesiones atribuibles a terceros”, sentenció la policía.

Horas después, a las 11:41, en calle Alberdi con pasaje Claudia, Quinta Normal, otro hombre apareció muerto sobre un colchón, tapado con una frazada raída. Fue identificado como Germán Antonio Gálvez Serei, de 31 años, el más joven de los 4 muertos por hipotermia y por vivir en la situación de mayor vulnerabilidad imaginable: la calle.

Cuatro maneras de estar en calle

En 2017, 15.518 personas con RUT distintos participaron de los programas para personas en situación de calle del Hogar de Cristo, que es el mayor colaborador del Estado para abordar la manifestación más cruenta de la pobreza y la vulnerabilidad. La cifra supera los 12.255, número en que estima a esta población el catastro oficial que data de 2011 y fue hecho por el Ministerio de Desarrollo Social.

El Registro Social de Hogares de 2017 indica que el 85% de las personas en situación de calle son hombres, el 49% completó la educación básica, un 48% duerme en la vía pública, el 43% se ubica en la Región Metropolitana, el 41% llegó a la calle antes de los 18 años, la edad promedio es 46 años y el tiempo promedio de permanencia en la calle llega a los 6 años y 9 meses.

“En un sentido literal, la vida en calle es solo la característica más visible de una constelación de carencias que se retroalimentan mutuamente: falta de alimentación, vestuario e higiene, la ruptura de vínculos interpersonales cercanos, la desvinculación de las instituciones sociales, desempleo o inactividad, consumo problemático de alcohol y otras drogas, entre otros aspectos que deterioran el cuerpo y la mente de quienes se encuentran en situación de calle. Mientras que en algunos casos estas privaciones constituyen una causa de la vida en calle; en otras, son más bien su consecuencia, emergiendo una vez que la persona se encuentra en dicha situación”, indica la Matriz de Inclusión Social del Hogar de Cristo. Otro dato relevante lo aporta el Registro Social de Hogares: el 63% de las personas indica que la causa principal de su situación de calle son profundas crisis o quiebres de pareja o familiares.

Un interesante Estudio de Caracterización Cuantitativa de esta población hecho por el Hogar de Cristo en 2017, divide a las personas en situación de calle en 4 grupos de acuerdo al cruce de dos ejes: el tiempo que llevan en calle y las redes con que cuentan. Así, están “los autosuficientes emergentes” (18,9%), que viven entre 1 a 3 años en calle, pernoctando en la vía pública. Presentan baja prevalencia de enfermedades y consumo de drogas y alcohol relativamente alto. Es el grupo que presenta mayor concentración de personas menores de 40 años. Tienen un bajo índice de uso de redes formales, pero presentan una mayor búsqueda de ayuda en redes informales, como amigos y pareja, y mayor convivencia con animales callejeros. Presentan una mayor proporción de individuos que trabajan y tienen una mayor concentración de personas que llegaron a la calle por consumo de drogas y problemas con la justicia.

Los “en asistencia emergentes” (24,8%) llevan de 1 a 3 años en calle, pernoctando principalmente en centros de alojamiento para personas en situación de calle o residencias institucionales. Presentan una prevalencia de enfermedades media-alta. Tienen mayores concentraciones de personas menores de 18 años y mayores de 60 años. El índice de redes formales es alto, lo que explica en parte su rasgo “en asistencia”. Tienen una mayor concentración de individuos que viven con personas no familiares e individuos que reciben pensiones y subsidios. Una mayor proporción dice haber llegado a la calle por problemas de salud.

“Los autosuficientes prolongados” (30%) llevan más de 7 años en calle. Pernoctan principalmente en la vía pública. Presentan una prevalencia de enfermedades media y un mayor consumo de drogas y alcohol. Tienen mayor concentración de personas entre los 18 y los 40 años y un bajo índice de uso de redes formales, con una mayor búsqueda de ayuda de amigos y pareja, y mayor convivencia con animales callejeros. Una mayor proporción trabaja, lo mismo que los que llegaron a la calle por consumo de drogas, alcohol y problemas con la justicia.

 

Los “en asistencia prolongados” (26,1%) llevan más de 7 años en calle. Su prevalencia de enfermedades es alta. Tienen una mayor concentración de personas mayores de 60 años. Presentan un uso intensivo de redes formales, con un bajo índice de redes informales. Tienen una menor proporción de individuos que trabajan y una alta concentración de personas que reciben pensiones y subsidios. Una mayor proporción afirma haber llegado a la calle por problemas de salud.

Algunas conclusiones evidentes que surgen al cruzar esta información son que “las personas en situación de calle no son todas iguales. Que cada una de ellas esconde una historia particular y debe ser tratada de acuerdo a ella. Que la calle daña y destruye el cuerpo y la mente y que existen personas en calle con mayores posibilidades de reinsertarse y recuperar los derechos básicos que tienen absolutamente vulnerados por su situación. Como señala una persona trans que vive en calle desde los 10 años y que hoy tiene más de 40: “No es el frío el que mata. A eso se puede sobrevivir. Es el desprecio, la discriminación y la indiferencia”.

 

 

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