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Sep

2021

Tejiendo contra las balas

Por Ximena Torres Cautivo, escritora y periodista/ Publicado por El Dínamo

“Género” y “tejido” son dos palabras asociadas a lo femenino, como tarea, como quehacer, como material. Las mujeres tradicionalmente hemos cosido y tejido, ¡y cómo ha vuelto a tejerse en pandemia! La cuarentena validó el carácter terapéutico de las manualidades y el palillo y el crochet han sido las armas para combatir el estrés de muchas y de algunos, como el clavadista británico, Tom Daley, lo que amplía el género de la afición.

El género y el tejido, sin embargo, tienen otras acepciones, propias de la sociología y de los tiempos que vivimos. Se dice que cuando se debilita el tejido social, verdaderamente suceden cosas lamentables, como la irrupción nefasta de esa lacra que es el narco, corrompiéndolo todo.

Hace un par de semanas conocí el testimonio de la dirigente de una toma que con una valentía admirable explicaba cómo ella y otras mujeres de la población intentaban defender a sus hijos del narco, impidiendo que se tomaran las calles, defendiendo las plazas y los juegos infantiles.

Tejiendo eso que llaman cohesión social.

Por los mismos días, conversé con Pablo Walker, el jesuita que fue capellán del Hogar de Cristo. Me dijo: “Viviendo en una población donde habitan nuestros compatriotas más carenciados, donde se sufre el flagelo de las adicciones que son la única salida para sostener una vida desastrosa, difícil, dominada por problemas gravísimos de salud mental que no han sido atendidos por el Estado como correspondería en derecho, observo a quienes están en el negocio de la droga, vendiéndole veneno a sus hermanos, con una especie de desconexión psíquica y social de lo que su actividad económica significa para los demás. El que saluda con cariño al cura y ofrece ponerse con las camisetas y los completos para el bingo a beneficio de las ollas comunes es el mismo que vende veneno a los jóvenes del sector. Imagínate el nivel de descohesión social. Cuesta entender cómo opera esa disociación que hace que algunos se compren las zapatillas y la ropa de marca, el auto de alta gama, a costa de la adicción y la miseria de sus vecinos”.

Eso lo conversamos antes del 9 de septiembre, cuando se presentó el Informe 2021 del Observatorio del Narcotráfico. Un texto de más de 300 páginas desoladoras. Esa noche en los noticieros todos supimos que en medio de los muertos por la pandemia, aprovechando las urgencias sanitarias, económicas y sociales del país y del mundo que tienen superadas a las autoridades, tres de las cinco organizaciones criminales más fuertes en América están operando en Chile este año. El Cártel de Sinaloa y el Jalisco Nueva Generación, ambos de México, y el del Golfo, de Colombia, estarían disputándose el control del tráfico de drogas en nuestro país. El informe reporta además un aumento de asesinatos en las cárceles ante el interés de los grupos del narcotráfico de convertirlas en centros de negocios. Breaking bad.

Al cabo de tres días, el impacto provocado por el informe se había diluido. El tema ya no estuvo más en la prensa. Los canales buscaron otros temas con buen “mono”, aunque en los campamentos, en las poblaciones, en “los territorios”, como dicen hoy los políticos, el narco celebró las fiestas patrias poniéndose con el asado dieciochero, con los petardos y los fuegos artificiales y con la narco beneficencia que en tiempos de crisis económica tanto reditúa. Eso, mientras las madres, la abuelas, las hermanas, intentan poner el pecho a las balas, conservando las calles y habilitando plazas para defender a sus hijos. Tratando de retejer un tejido social debilitado por décadas de abandono, angustia y abusos.