Nov
2020
Rubén Peña: De una hospedería al piso 16 de un departamento con vista al mar
Le tiemblan las manos de nervios y emoción mientras empaca sus enseres personales en la hospedería del Hogar de Cristo en Valparaíso, donde ha vivido los últimos seis meses. Rubén no puede creer todavía la suerte que tiene de ser parte del programa Vivienda Primero, pionero en Chile y en Latinoamérica, que entrega un techo digno a personas en situación de calle.
Por María Teresa Villafrade
Con Rubén Peña (59) ya son 17 las personas que han ingresado en Valparaíso al programa Vivienda Primero del Ministerio de Desarrollo Social y que ejecuta el Hogar de Cristo en el puerto. Quedan aún tres cupos más por llenarse, ya que en total serán 20 las personas que se contempla incorporar en esta primera etapa, todas mayores de 50 años y con más de 6 años de permanencia en calle.
Este programa es pionero en Chile y en Latinoamérica y representa un cambio de paradigma en la forma en que se aborda el problema de quienes viven en situación de calle. El Ministerio de Desarrollo Social en conjunto con el de Vivienda comenzaron a implementarlo el año 2019 en Santiago. El Hogar de Cristo tuvo la importante misión de ejecutarlo en la capital y son ya 36 las personas en situación de calle que han accedido a una casa o departamento. Muy pronto, otras 20 lo harán en Osorno.
A fines de 2019 y pese a todas las dificultades del estallido social, la fundación comenzó a operarlo en Valparaíso y siguió adelante con pandemia y todo: hasta ahora son 17 los beneficiados. Rubén Peña es el más reciente y el pasado jueves 12 de noviembre pudimos acompañarlo junto al coordinador del programa, Raúl Oteíza, en su traslado desde la hospedería del Hogar de Cristo, ubicada en calle Retamo 839 a su nuevo hogar.
EL SUEÑO DE TODOS
“Me tiemblan las manos”, confiesa mientras arma las bolsas en que llevará sus objetos personales. No puede creer en su buena suerte. Justo el lunes empezó a trabajar como cocinero en un restaurante del Mercado Cardonal. Su nerviosismo se aplaca un poco cuando se da cuenta de que le han preparado una pequeña despedida en la hospedería donde vivió los últimos 6 meses.
Se emociona al escuchar las palabras de la jefa, Daniela Moreno, quien le entrega un obsequio, y de sus compañeros y compañeras del recinto deseándole el mayor de los éxitos en esta nueva vida. “Es el sueño de todos el que vas a vivir ahora Rubén”, le dice una de las hospedadas, mientras él asienta con su cabeza.
Después es el turno de los abrazos y las fotografías hasta que llega el momento de salir “por la puerta grande”, como dice él. El auto de Raúl Oteíza -de profesión terapeuta ocupacional y coordinador del programa en el que participan también una psicóloga y una trabajadora social-, va repleto con todos los artículos nuevos que usará Rubén en su departamento: sábanas, cobertores, utensilios de cocina y electrodomésticos.
El edificio está ubicado a cinco cuadras del mercado donde trabaja Rubén, y al llegar al piso 16 y abrir por primera vez las puertas del departamento en el piso 16, la vista al mar que se aprecia a través de la terraza es sencillamente espectacular. “Es hermoso”, dice contento. Ya se puede imaginar allí recibiendo las visitas de su hija de 27 años y de su nieta.
“Yo no me he establecido por tonto, porque ganaba buena plata. Soy separado, pero 10 años atrás yo era garzón cuando vivía con mi señora y le dejaba veinte lucas diarias, eso era plata. Pagué dividendo siempre, la casa que compré ella la tiene. Nos llevábamos mal. Ahora quiero ahorrar para poder comprarme algo propio. Pero primero que nada tengo que vestirme con el primer sueldo que me paguen. No me gusta andar atorrante sino encachadito, los zapatos que sean Caterpillar, bien buenos para que duren. Ahora tuve que comprarme estas zapatillas chinas que me sacaron de apuro”, dice Rubén Peña.
Con el estallido social se quedó cesante y el no poder ver a su hija y a su nieta le afectó. Recayó en el consumo de alcohol y perdió la pieza que arrendaba en 60 mil pesos mensuales. “No encontré trabajo porque le ponía. Alcancé a estar seis meses de nuevo en la calle y es muy peligroso. Yo había estado antes dos veces más en la hospedería, pero siempre he salido por la puerta grande”, recuerda.
“TENGO POCO ESTUDIO PERO SOY BIEN EDUCADO”
Rubén nació en Victoria, Región de La Araucanía, provincia de Malleco. En 1981 se vino con su señora a Valparaíso de donde no se movió más. No tiene buenos recuerdos de su infancia. De su padre menciona solo los malos tratos y de sus 8 hermanos, tres ya han fallecido. En séptimo básico dejó de estudiar para ponerse a trabajar.
“Mi papá siempre me decía que yo era flojo, que no hacía nada, me pegaba sin motivo, eso me persiguió mucho tiempo. Jamás me compró un cuaderno. Pero nada de lo malo en mi vida me hace mella. Yo me iba para el cerro y cuando veía que mi papá salía me acercaba a la casa a comer, mi hermano y yo dormíamos en el galpón. Nunca se preocuparon de nosotros, si estudiábamos o no. Tengo poco estudio pero soy bien educado, soy respetuoso, no me gustan los boches. A mi hija nunca le levanté la mano y tengo un hijastro, de quien siempre me preocupé, les di de todo. Fui un papá diferente al que yo tuve”, agrega.
En la hospedería se entretenía leyendo, especialmente la Enciclopedia Universal porque allí aprendía nuevas cosas que le sirven para hacer puzles y sudoku. Cuenta que, gracias al oficio de garzón, perdió la vergüenza de hablar con personas desconocidas. “Un colega de más edad, me enseñó a conversar con la gente, a dirigirme primero a la señora, a poner bien los cubiertos, todo. Aprendí buenos modales, por ejemplo, que la mujer debe caminar por la derecha en la vereda”.
En su nuevo hogar reflexiona sobre la oportunidad que ahora tiene de recuperar sus sueños. “Yo ahora no consumo, pero no digo que nunca más porque eso se lo dejo al tiempo. Estando en el trago, éste sí me domina, pero cuando paro, no, y ahora no estoy tomando. Aunque me ofrezcan una cerveza, sería muy tonto de ponerme a tomar con la tremenda oportunidad que me están dando”, dice.
Para lograrlo, cuenta con el apoyo de todo el equipo del Hogar de Cristo que lidera Raúl Oteíza y de los especialistas de Paréntesis que lo están tratando en su rehabilitación. Rubén sabe que no está solo y hace planes. Raúl le explica que pronto llegará un sofá que es el único mueble que falta, porque ya tiene todo lo demás: un enorme plasma en el living, el comedor, su cama y la cocina completamente equipada.
Desde la terraza, ambos observan los barcos en la bahía e imaginan cómo será el Año Nuevo que se anuncia con fuegos artificiales. “He sido muy afortunado”, admite mientras se da cuenta que ya no está nervioso ni le tiemblan las manos.