May
2019
Roberto López: “Podemos reparar un refrigerador, pero no el corazón de un niño abusado”
El jefe de la Residencia Infanto Adolescente Hogar Arica de Estación Central, trabaja a diario con niñas que vivieron situaciones traumáticas y fueron vulneradas en sus derechos. Desde su experiencia, la empatía y cariño siempre son las mejores herramientas para reparar el daño sufrido.
Por Jacqueline Otey A.
Roberto López (30) comenzó su carrera como voluntario en la Fundación Protectora de la Infancia y lleva dos años trabajando en el Hogar de Cristo. Hoy, por su trabajo cotidiano, conoce la realidad de las niñas que viven en la residencia Arica y que llegaron a este lugar como medida protectora, luego de haber sido vulneradas en sus derechos.
El centro tiene capacidad para 17 usuarias de 6 a 18 años, aunque hay algunas excepciones para las que estudian una carrera técnico profesional. “En este momento, tenemos 12 jóvenes que pernoctan aquí y las recibimos por orden del Tribunal, eso quiere decir que el perfil de niñas es de alta vulneración de derechos”, dice.
Roberto describe su día a día con muchos “incendios”, que se encarga de apagar junto a su equipo. “Cada niña es un universo. Algunas llegan enojadas del colegio, otras contentas. Siempre todo es muy complejo. Hace un par de meses, una niña saltó desde una muralla, cayó 10 metros y se quebró una clavícula. Sin embargo, situaciones como esas no nos condicionan a subir las rejas, pero nos hacen reflexionar. Hay abandonos que son inminentes, especialmente para fechas como Navidad o Año Nuevo, pero esto no se resuelve con tener puertas fortificadas, sino porque las niñas logren entender que este es un espacio de protección para ellas”.
Afirma que la mayoría de los niños que circulan por las residencias infanto-adolescentes con vulneración de derechos no logra terminar con el círculo de la pobreza y la exclusión. “En esto influyen múltiples factores. La pobreza es un tema de vulneración de derechos humanos y las condiciones sociales y la desigualdad impiden romper este círculo de pobreza y exclusión”, asegura.
En sus años de experiencia laboral, ha visto casos en que sí se logra la reinserción social y la concreción de una adultez saludable y plena, con la construcción de una familia propia. “Creo que esos jóvenes tenían una mixtura de capacidades individuales de resiliencia, que lograron darse cuenta que los centros son espacios de protección y ayuda. Pero ese darse cuenta es un proceso individual. Podemos estar con un grupo de niños en una terapia focalizada, pero no todos logran resignificar su existencia de la misma manera. Depende del nivel de daño, de la cronicidad del abuso. Podemos reparar un refrigerador, un televisor, pero no el corazón de un niño abusado”.
“Por qué me tocó a mí”
Respecto del abuso y vulneración de derechos, cuenta que muchas de las niñas que viven el centro infanto juvenil suelen preguntarse: “¿Por qué me tocó a mí? ¿Por qué tuve que ser yo?.
“Una niña no decide ser pobre, abusada o vulnerada, sino que sucede. Hay niñas que han sido abusadas una, dos, tres o crónicamente por un miembro o más de uno de su familia de origen. Su madre, padre y/o hermanos y la desesperanza aprendida llega al punto de hacerlas culpabilizarse a sí mismas y, por eso, algunas se autoflagelan”, explica.
López recalca que los niños vulnerados muchas veces desarrollan una personalidad conflictiva y reactiva. “Hay que entender que las figuras que debían protegerlos los vulneraron. En el centro lo que hacemos es resignificar esa imagen y la construcción se da en confianza y generando vínculo. Por ejemplo, cuando una niña es sorprendida autoflagelándose, lo que siempre resulta es acercarse a ella con cariño y empatía, no desde el reto, el prejuicio o el enojo. Es clave la comprensión. Son niñas que están muy perdidas, que viven un tormento interno y la forma de expresarlo puede ser la autoflagelación, el ser más bacana que el resto, pero, al final, son los mismas niñas carentes de afectos y privadas de vivir su niñez”.