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Entrevista

Jul

2016

Pía Salas “Cuando veas alguien en calle, piensa que es tu vecino, es tu hermano, es tu amigo”

Apasionada y amante de los desafíos. La palabra imposible no se encuentra en su vocabulario y sin duda la negatividad, para ella es sólo un impulso para proponerse algo. Gracias a esa rebeldía nació la Fundacion Abrazarte, dedicada a trabajar con niños y jóvenes en calle, logrando sacar al 77% de ellos del puente del río Mapocho.

Por Daniel Osorio Díaz

Actriz del área de la creación, como ella se define, a los 35 años tuvo el privilegio de ser parte de la Séptima Compañía de Danza Contemporánea dirigida por Luis Eduardo Aravena. Es separada y madre de cuatro hijos, todos vinculados al mundo artístico. Testaruda, perseverante como ella se define, nunca entendió el mundo de los adultos pues lo encontraba absolutamente incoherente; además tanto desamor en el mundo le dolía profundamente, pero al pasar los años un día despertó y encontró su espacio, algo que le permitió sanar su alma.

¿En qué capítulo de tu vida estabas cuanto te diste cuenta de la pobreza dura que existía en nuestro país?

Cuando salí a buscar niños a la calle en el Mapocho, era la mujer más feliz en el mundo, tenía todo. Estaba “bailando a pie descalzo”, mi matrimonio era pleno y podía estar con mis hijos siempre, pero por temas económicos decidí salir a trabajar para apoyar a mi marido. Tenía un buen trabajo, casa con piscina, todo bien… Era feliz, pero sentí que tenía que hacer algo por los que no tenían nada, porque yo había logrado mi propia felicidad y era el minuto de entregar felicidad a otros.

¿Qué fue lo que gatilló el inicio y por qué trabajar con ese grupo de personas?

Me acuerdo el día exacto y hasta la hora: fue el 12 de octubre del 2005, cuando estaba mirando televisión buscando algo que me hiciera sentido, aparece un aviso de WorldVision y empiezo a llorar. Luego me dije ¡hasta cuándo hago esto, frente a un televisor sin hacer nada…! Y salí porque había niños en el puente Mapocho y los elegí a ellos porque nadie creía ni daba un peso por ellos. Muchas personas me dijeron que me cuidara, que mejor trabajara con las guagüitas o los abuelitos, que “a esos cabros le gusta robar, drogarse, son casos perdidos…” Y sin duda eran los más difíciles, pero ahí estaban mis tesoros y los tenía que descubrir.

¿Cómo empezó todo y por qué seguiste adelante?

Al principio mi oficina fue debajo de los puentes, así empezamos. Yo llevaba el arte para allá. Hacíamos teatro, pinturas, ya que uno tiene que intervenir desde su propia realidad, no hay que pretender llegar y sacarlos sino estar ahí de día y de noche, en su propio espacio. Tienes que revertir energéticamente ese sitio, tú no puedes intentar llevarte a los niños a un lugar donde no están acostumbrados a las normas y al encierro. Por eso se arrancaban de los hogares, porque en las caletas estaban sus familias. Una trabajadora social me dijo que no podría cambiar la  estructura de una caleta y ¿qué hice yo? Trabajé, trabajé y  trabajé duro de forma voluntaria ocho años, hasta cambiar esa realidad.

¿Al principio que fue lo que más te marcó?

Cuando conocí a Luis Rivera Beltrán, alias “el churreja”, lo abracé bien fuerte y me invitó a conocer a sus otros amigos. Yo le dije que todo el mundo me decía que tuviera cuidado al venir para acá, que no eran tan niños, y él me respondió: “Tía si nosotros no somos delincuentes, lo que pasa es que las personas no se detienen a conocernos”. Eso me entregó un mensaje bastante profundo. Efectivamente al principio los niños salían a robar a las 7 de la tarde, pero de a poco se pudo cambiar esa realidad, y si las personas se detuvieran, se sentaran y conversaran con el que es su vecino en la calle, daría lo mismo que estuviera en la calle porque finalmente sería parte de ti.

¿Qué hiciste para que los niños y jóvenes confiaran en ti?

Me dediqué a ellos, a mostrarles el mundo; los llevaba a los museos, al cine, los rescataba de los Carabineros, les presenté a mi familia. Había que fusionar mundos: ellos me abrieron las puertas de sus vidas, yo la de mi casa. Tenía que quitar de sus mentes el pensamiento de “yo le robo a ese porque tiene”. Para eso fue necesario mostrarles mi vida, que los que tenemos somos capaces de amarlos y respetarlos y así se creó el vínculo. Lamentablemente siempre va a existir gente en la calle, pero nosotros sabemos que están ahí por algo, para crecer junto a ellos, encontrar la unidad e ir al encuentro verdadero del otro de corazón a corazón.

Marcando diferencia y concretando el sueño

Con los años, el trabajo fue aumentando. En muchas ocasiones hubo entusiastas voluntarios pero al final, Pía siempre se quedaba sola y tenía que volver nuevamente al inicio. Su vida perfecta de un comienzo empezó a cambiar, las prioridades eran diferentes, una enfermedad paralizó un poco las cosas pero nunca detuvo el camino.

¿Cuándo empezó a materializarse todo?

Primero armé un proyecto que se llamaba Casa Encanto, que era una casa-escuela siempre pensando en educar a través del arte como salvación y para sanar el alma. Pero el verdadero cambio fue cuando Felipe Cubillos el 2011 bajó a tomar desayuno junto a Felipe Kast y se comprometieron a construir la escuela refugio. Luego se constituyó un directorio en donde participó Ángela Díaz, hija de un empresario que fue un niño del río Mapocho y gracias a ellos se abrieron muchas puertas.

¿Cuál es el trabajo que ustedes realizan?

Es un trabajo psicosocial con un fuerte acompañamiento en todas las áreas. Trabajamos con el arte y la autogestión, ya que eso te permite libertad de creer y generar tus propios recursos sin ser apatronado, porque al principio es muy complicado para los chicos estar en una estructura, pero muchos ya están trabajando en empresas u otros oficios. A través de los talleres y de este trabajo ellos sanan su alma. Decir “qué bello soy”, ya te dignifica, te pone en otro lugar y desde ahí tú puedes trabajar en otras áreas, porque la metodología que proponemos es que no existan los educadores y los profesores dando clases. Acá todo aprendemos por igual y hay unidad, pero hay también disciplina y uno de nuestros lemas es educar con amor, rigor y humor, porque el humor siempre disuelve el conflicto.

¿Hoy en día como pueden salir adelante?

Con recursos a través de las empresas y a través de las personas, pero el dinero no es lo que saca  a una persona de una determinada situación, sino el amor. Sin duda necesitamos aportes, pero cuando veas alguien en calle, piensa que es tu vecino, es tu hermano, es tu amigo. Dale un tiempo, anda a verlo, llévale algo y preocúpate de que no que tenga frío. Y con respecto los chicos con que trabajamos, si tú crees en el ser humano y en los jóvenes, ellos son el futuro y tienen una misión, por eso ayúdanos con donaciones, para que esto siga sucediendo y que la Fundación Abrazarte siga interviniendo.

Finalmente, ¿cómo se puede cambiar la mirada de las personas ante la pobreza?

Cuando uno sale de su casa y ve a alguien que vive en la calle tiene dos posibilidades, llamar al Hogar de Cristo para que lo vayan a buscar, o llamar al Estado que le va a decir “vayan a tal lugar”. El tema es que ellos están con sus perros, tienen sus cosas y les gusta ser seres solitarios. Donde hago yo la diferencia, es que me siento con ellos, los abrazo, me río, comparto algo de comer y ese instante milagroso, hace que otro ser humano se sienta digno, igual a ti en ese minuto. Ya no hay más diferencia, porque las diferencias las hacemos nosotros y ahí está el mensaje que yo encontré con los niños del río Mapocho.