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Opinión

Oct

2019

Para Ana Elisa, víctima de femicidio

Por Ximena Torres Cautivo

Los Lagos ocupa el primer lugar como la región con más femicidios consumados en el país. Un récord que avergüenza, pero que aún no consigue llevarnos a la acción para lograr perder ese ominoso top one. En lo que iba corrido del año al primero de octubre, se habían cometido 7 femicidios en la región, de un total de 34 en todo el país, y aún quedan dos meses para que termine este 2019. Esos 7 asesinatos de mujeres a manos de sus parejas representan un quinto del total nacional.

Con marcas evidentes de haber sido asfixiada, murió Ana Elisa Millán, una mujer de 48 años, procedente de Santiago, que vivía en situación de calle en Puerto Montt y desde hace 10 meses estaba emparejada con un hombre de 38, con antecedentes de violencia intrafamiliar. Hoy,  él es el principal sospechoso.

Ana Elisa sería la séptima víctima de femicidio en Los Lagos si se comprueban las sospechas que pesan sobre su compañero. Y su caso es particularmente doloroso para nosotros porque ambos eran acogidos intermitentes de nuestra hospedería en Puerto Montt, pero sobre todo porque la muerte de Ana Elisa revela cómo la desigualdad de género extrema la pobreza, la vulnerabilidad y el riesgo de convertirse en víctima.

Las mujeres en situación de calle son minoría; llegan sólo al 16% del total, pero la acumulación de daño en ellas supera, por lejos, al de los hombres. Casi todas han sufrido violencia, agresiones o maltrato antes de ingresar a la calle, y es esa la razón que dan para explicar por qué están en calle, en un 30% de los casos. Entre las mayores de 18 años, el 32,4% ha padecido violencia física, el 15,8% agresiones sexuales y el 31,5% violencia, maltrato o agresiones de parte de su pareja o cónyuge. Lo más triste de todo es que este círculo de violencia no termina en la calle donde buscaron escapar y liberarse del tormento que vivían puertas adentro, sino que se extrema. En la calle, donde la violencia es parte de la vida, emparejarse es una fórmula de protección y las mujeres terminan viendo al que las maltrata como su “guardaespaldas”, su protector, normalizando abusos que van más allá de lo imaginable. Todo, porque son mujeres y son pobres. Si el femicidio en sí mismo es horroroso, en la calle es un símbolo pasmoso de la desigualdad de género.

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