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Abr

2021

Obesidad infantil y pobreza: la otra pandemia en Chile

Antes de la llegada del coronavirus a Chile, la epidemia de la obesidad tanto en adultos como en niños causaba estragos. Si bien pasó a un segundo plano, las cuarentenas, el cierre de escuelas, jardines infantiles y salas cuna, han agravado el problema de malnutrición por exceso. Con otro elemento extra: las personas obesas tienen más riesgo de morir si son infectadas por el COVID-19.

Por María Teresa Villafrade

Antes de la pandemia, la OMS advertía que la obesidad en el mundo había alcanzado proporciones epidémicas, matando como mínimo a 2,8 millones de personas por año, afectando no sólo a países de altos ingresos, sino también a los de ingresos bajos y medianos. La entidad llegó a calificar a la obesidad infantil como uno de los problemas de salud pública más graves del siglo 21; se ha multiplicado por 10 en los últimos 40 años. En Chile, el 60% de los niños de quinto básico tiene sobrepeso u obesidad.

La pandemia del coronavirus solo ha venido a empeorar las cosas. Chile es el segundo país con más sobrepeso y obesidad de la OCDE, con el 74,2% de su población afectada, en un ranking que encabeza México, con un 75,2% y en tercer lugar, Estados Unidos, con un 71%.

Según la Encuesta Nacional de Salud (2017), las mujeres tienden a padecer más sobrepeso y obesidad que los hombres (33,9% versus 28,9%) y las regiones que superan el promedio nacional son: Maule, Los Ríos, Metropolitana, Biobío (que incluye a Ñuble) y Magallanes.

HIJOS DEL HAMBRE

En la región del Biobío, provincia de Arauco, se ubica la comuna de Curanilahue. Allí el Hogar de Cristo atiende a 52 párvulos en el jardín infantil “Miguitas de ternura”, cuya directora desde hace ocho años es Cristina Díaz, oriunda de esa ciudad. Actualmente la comuna está en fase 2 y con muy poca asistencia presencial de los niños dado que hay que respetar el aforo de 5 alumnos por sala.

Niñas del jardín infantil regando la huerta, antes de la pandemia.

“Desde septiembre a febrero estuvimos en cuarentena, pero todavía existe mucho temor por parte de las madres que no quieren traerlos al jardín por temor al contagio. Nosotros les entregamos a los apoderados dos veces al mes la caja de Junaeb que incluye arroz, fideos, leche, cereales, un tarro de jurel, aceite, huevos, una bolsa de papas y otra de fruta, pero Curanilahue es muy pequeño y yo lo que percibo es que los niños han subido de peso”, dice con preocupación.

Ella lo atribuye a la inactividad, al encierro y especialmente a que en su comuna la comida siempre ha sido “tema”. Según datos entregados por el hospital Rafael Avaria de la zona, antes de la pandemia habían surgido cambios muy desfavorables de los estilos de vida, donde el sedentarismo y los malos hábitos alimenticios ocasionaron que se pasara de la malnutrición por déficit a la malnutrición por exceso. En los niños menores de seis años corresponde al 31,5% del total.

“En nuestro centro educativo encontramos los siguientes resultados nutricionales: 9 niños y niñas obesos lo que corresponde al 17%, 15 niños y niñas con sobrepeso lo que corresponde a un 29%, 20 niños y niñas que presentan estado normal lo que corresponde a un 38%, y 3 niños y niñas en riesgo de caer en sobrepeso lo que corresponde a un 6%”, explica la directora.

-¿Por qué dices que la comida siempre ha sido “tema” en tu ciudad?

-Porque fuimos criados en una comuna pobre, nuestra provincia es una de las más pobres del país. Somos hijos del hambre y la gente que la sufrió hace de cada celebración o evento una oportunidad para comer en gran cantidad. Todo lo bueno se asocia a la comida abundante. Nuestra dieta está hecha en base a puros carbohidratos porque es lo más barato. Se come mucha papa y mucho pan.

Cristina Díaz cuenta que otro fenómeno que ha percibido es que la gran mayoría de las personas sin trabajo del sector han accedido al Ingreso Familiar de Emergencia y eso ha significado que cuenten con más recursos que antes y la tentación de caer en la comida chatarra es muy grande. “De repente han comprado cosas que antes no podían adquirir”, afirma.

En el jardín infantil aplican la metodología Montessori y para celebrar los cumpleaños hacían un ritual alrededor de una vela, con un globo terráqueo al medio, simbolizando la vuelta al sol. “Este ritual les encantaba a los niños, pero no sé cómo se fue desvirtuando y los apoderados empezaron a traer dulces y golosinas, cada vez en mayores cantidades, tuvimos que pedirles que no lo hicieran más y nos quedamos solo con el ritual”, relata como anécdota.

También piensa que la minuta de la Junaeb que se siguió aplicando no se adaptó a los cambios de estilos de vida y al aumento del peso en los niños. “De repente tenías una minuta de tallarines con croquetas, un exceso de carbohidratos”, dice. Esto, antes de la pandemia, pues ahora sólo están entregando las cajas mencionadas.

DE DESNUTRIDOS A OBESOS

Sabemos que el pan, las bebidas gaseosas y la carne son los alimentos más consumidos en Chile, según la VIII Encuesta de Presupuestos Familiares (EPF), realizada entre julio de 2016 y junio de 2017 por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Claramente no son los más saludables para una dieta alimenticia equilibrada.

A juicio de la doctora Cecilia Castillo, nutrióloga infantil que fue Jefa del Departamento de Nutrición en el Ministerio de Salud (Minsal) de 1990 al 2000, en Chile no hubo una transición desde la desnutrición a la normalidad, sino que “pasamos de la desnutrición directamente a la obesidad a partir de la década del 90. Si miramos los gráficos del Minsal vemos que la obesidad ha ido progresivamente aumentando”, advierte. Y destaca particularmente un incremento importante de la obesidad severa en los niños de todas las edades.

El problema, agrega, es que la obesidad llega acompañada de resistencia a la insulina, prediabetes, hígado graso, “que determina un estado inflamatorio de base que se ha descrito también en adultos, lo que es un factor de riesgo para esta pandemia que estamos viviendo”.

Para ella más que una enfermedad, la obesidad es la respuesta que ha tenido el organismo para adaptarse a un ambiente absolutamente inadecuado, con gran cantidad de comida de baja calidad. “Se acumula en forma de grasa en todas partes del cuerpo menos en el cerebro. El 99% del aumento de peso que uno ve es por aumento de la grasa corporal”.

La obesidad no es un tema exclusivamente médico o biológico; es además ambiental. La pérdida de estilos de vida saludable y la gran oferta de alimentos ultra procesados a bajo precio, con mucha azúcar, sal y grasa, ha hecho que pierdan terreno muchos alimentos de nuestra comida tradicional.

“Cocinar en casa perdió importancia y se ha demostrado que a medida que aumenta la llegada a los países de este tipo de comida, se percibe de inmediato un aumento en el peso en la población. En las comunidades indígenas de Ecuador, Colombia y Brasil donde hay poco acceso a estos productos, no hay obesidad”, agrega la nutrióloga infantil.

-¿Qué relación existe entre obesidad y pobreza?

-Lo que pasa en Chile es un buen ejemplo de cómo factores económicos y culturales convergen a que sea en los estratos de menores recursos donde se dan más casos de obesidad. A menor ingreso económico, más consumo de estos alimentos que no solo son baratos sino que producen placer: el consumo de azúcar genera mucha dopamina.

Respecto a las campañas que ha habido para evitar que siga creciendo este problema, asegura que la estrategia ha sido equivocada. “Nosotros hemos estado educando igual que cuando tuvimos el problema de la desnutrición, pero la obesidad es mucho más compleja y difícil de abordar. Tiene factores relacionados con las emociones, lo que menos piensa la gente al comer es que lo hace para nutrirse, se come para calmar la ansiedad, para tranquilizarte, para celebrar…”.

Comparte con la directora del jardín infantil del Hogar de Cristo, Cristina Díaz, que la calidad de los alimentos que se entregan a través de los distintos programas deberían ser distintos. “Salud, por ejemplo, sigue entregando la Purita Cereal que no es un producto adecuado para la epidemia de obesidad que estamos viviendo. Lo mismo pasa en la Junaeb, que ha hecho intentos por mejorar pero hay un tema de costo de por medio, porque la alimentación con más proteínas, verduras y frutas es más cara. Es mucho más barato un flan que contiene almidones y saborizantes y con logística de distribución menos complicada que lo que significa entregar fruta”, dice.

NIÑOS ABUELOS

La obesidad infantil es un tremendo problema para la salud pública. “Estos niños son como abuelitos, les duele todo: las articulaciones, la espalda, tienen baja autoestima, son menos felices porque son discriminados, además de los problemas de salud asociados que ya conocemos”.

Piensa que los más desfavorecidos obviamente son los niños de menores recursos. “La inequidad aquí también es enorme. Si además están en pandemia, encerrados, sus padres sin trabajo, el dinero no alcanza, la única gratificación viene por el lado de la comida. Los niños sentados todo el día frente al computador o a la pantalla, con acceso inmediato al kétchup, las galletas, la mayonesa. Sacar estos alimentos de las casas no es fácil porque los padres de estos niños se criaron igual: ellos fueron niños premiados comiendo así y están repitiendo el modelo”.

Sin ir más lejos, en el reciente estudio lanzado por Hogar de Cristo “Ser niña en una residencia de protección”, se dan cifras que muestran la inequidad y las brechas de género en cuanto a la salud: “Las mujeres en Chile declaran haber tenido problemas de salud en mayor medida que los hombres, con un 22,3% y un 17,3% respectivamente (Mideso, 2018a). Las mujeres suelen ser también más inactivas en cuanto a actividad física (74,2% de ellas declara no hacer actividad física versus 54,7% de hombres) y en los estratos socioeconómicos de más bajos ingresos realizan aún menos actividad física (51% inactivos en ABC1 versus 82,5% en niveles socioeconómicos más bajos) (Ministerio del Deporte, 2018).

“En consecuencia, las desigualdades de género en salud estudiadas muestran que las mujeres tendrían peor salud percibida que los hombres, más síntomas emocionales o psicológicos y más dolor, problemas somáticos, depresión, así como la mayor utilización de los servicios de salud”, revela el estudio.

Desgraciadamente, el impulso que trajo la obligatoriedad del etiquetado de los alimentos ((Ley de Etiquetado de los Alimentos 20.606), que la doctora Cecilia Castillo impulsó y que rige desde el 2016, no fue acompañado de un plan de educación en los centros de salud, según la especialista. Afirma: “Se hizo de forma muy gradual y se vio paralizado por la llegada del COVID-19. La gente mira pero no ve. Lo peor es que los alimentos para niños que vienen sin etiqueta negra, no son los apropiados para un niño obeso, porque son endulzados igual”, aclara.

Para ella la solución pasa por ayudar a que la gente vuelva a cocinar. “No se trata de decirle a la gente ´coma poquito´, eso no sirve, porque la obesidad produce efectos a nivel hormonal y cerebral. Se requiere de toda una reingeniería social. He conocido pequeños jardines infantiles y escuelas de sectores medios que tienen normas de alimentación que son distintas e innovadoras. Pero a nivel de políticas públicas, esto requiere de más recursos  para la prevención. Las cocinas de las casas no pueden ser tan pequeñas, las plazas se llenan de gente porque son pocas disponibles y así”. La doctora hace su propio mea culpa: “Se requiere un cambio cultural profundo e implica un trabajo más cercano, persona a persona o a grupos de personas. Estamos aplicando conocimiento de nutrición del siglo 20 y no del siglo 21. Yo soy parte de los errores que se cometieron, tenemos que seguir aprendiendo porque la obesidad es mucho más que contar calorías”, concluye.

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