Sep
2015
La casa donde vivo
A mis 68 años no tuve la suerte de conocer al Padre Hurtado, pero sí he podido descubrir su obra gracias a los muchachos de la Fundación, que me buscaron y me ofrecieron lo que hoy en día considero mi casa.
Luego de enfermarme del pie, los médicos me diagnosticaron una artrosis muy avanzada y no pude seguir trabajando. Quedé sin nada y en la calle. Entonces fui a la Hospedería del Hogar de Cristo, allí hice cursos de carpintería y estuve más o menos un año. Tiempo después mi hija pudo recibirme en su casa, y me fui a vivir con ella y su familia, pero ella ya tenía cuatro hijos y muchísimos gastos, por eso tomé la decisión de irme… Yo no quería ser una carga para nadie.
Cuando me fui de la casa de mi hija, volví a al barrio donde mis amigos me preguntaron ¿Qué vas hacer? ¿Vas a volver al Hogar? yo les respondía con la verdad, que me daba vergüenza. Un amigo me consiguió frazadas y almohadas, otro un colchón, y me instalé en la calle. Ellos me acompañaban hasta que me quedaba dormido.
Una noche pasó un furgón, y se bajó un muchacho que se puso a conversar conmigo. Me preguntó si conocía el Hogar, yo le respondí que sí, que ya había estado ahí hace años. El furgón era del Hogar de Cristo, y el joven que me hablaba era un voluntario de la Fundación que enviado por el Hogar venía a buscarme.
El Padre Hurtado nos enseñó que además de mirar hacia adelante, debemos mirar para el lado y hacia atrás, ya que no se sabe quién te puede estar necesitando. En noviembre cumplo 69 años y no tuve la suerte de conocer al Padre Hurtado, pero sí he conocido su obra, que es para mí, la casa donde vivo.