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Entrevista

Jul

2018

Jose Curna, aisenino que vivió en la calle: “Estoy muy contento. Hasta mi cara ha cambiado”

Vivió en calle, soportando el peso de la nieve, el frío de una zona extrema, sobreviviendo apenas, en realidad. Hoy habita su propia casa, se dedica a la poesía, es secretario de un club de adultos mayores que existe en su condominio, se acercó a su familia y hasta conoció a un sobrino que no tenía idea que existía.

Por M. Ester Gómez Lizana

José Curna (77) dormía en cualquier parte. Según comenta, lo más duro de vivir en la calle era el hambre, el frío del invierno, el andar mojado casi sin calzado porque no tenía otro par. Siempre estaba medio resfriado, su salud fue deteriorando poco a poco. Fumaba y tomaba para resistir el frío. “Era mi rutina para poder sobrevivir y eso duró de manera intermitente 15 años. En ese tiempo nevaba mucho, pasé inviernos crudos, llenos de incertidumbre, de no tener una mano amiga que pudiera brindarme un apoyo”.

En la calle aprendió a sobrevivir, a ser prudente y respetuoso. Aunque sus ropas andrajosas eran penosas, seguía adelante porque tenía la idea grabada de que Dios lo hizo especial al igual que a las otras personas con que compartió la calle.

¿Se sintió discriminado por aquellos conocidos que los vieron en situación de calle?

Sentí harta nostalgia de aquellos amigos y familiares que estaban bien y que, de repente, me miraban discriminatoriamente. Pasaban por el lado mío y ni siquiera me saludaban o se acercaban para darme un abrazo o prestarme ayuda.

¿Hay alguna experiencia que lo haya marcado cuando vivía en situación de calle?

La ayuda de una señora evangélica, que me arrendó a muy bajo costo una pieza cuando empecé a trabajar por el sueldo mínimo. De ella me marcó su bondad. La ruta de Dios que seguía. Íbamos a la iglesia y, en aquel tiempo, sentí que mi vida comenzaba a arreglarse después de llevar una carga muy pesada. Viví 25 años en ese lugar hasta que la señora falleció. Entonces, quedé más sólo que antes. Sus hijos me pidieron que dejara la casa. Ahí nuevamente volví a la calle.

Al Hogar de Cristo Aysén llegó por un amigo que después nunca más vio. “Me dijo anda al Hogar de Cristo, deja de andar en la calle, te van a dar ropa, comida, pero como estaba medio borracho, lo escuchaba un rato y después se me olvidaba todo. Fue tanta la insistencia de este amigo, que un día de lluvia fuimos juntos. Después de eso nunca más volví a verlo. Él era una persona que andaba de paso por Coyhaique”.

En la Hospedería, donde estuvo aproximadamente nueve años, le brindaron abrigo y comida. “Lo que más me gustó fue la ayuda desinteresada, el cariño y la preocupación por cada uno de nosotros además de poder salir, de no estar retenido en el lugar”.

Como cualquiera,estuvo mucho tiempo postulando a un subsidio para lograr una casa propia. Fue hasta Serviu con una asistente social donde le hicieron una tarjeta, un archivo. Pasaron dos años y nada. Siguió luchando, esta vez, a través del Senama. Ahí tuvo que esperar otro tanto hasta que el 18 de mayo de 2017 recibió las llaves de su hogar.

“Estoy demasiado contento. Hasta mi rostro ha cambiado. Mi manera de conversar, mis palabras son más abundantes, brotan como el agua del manantial”, dice, haciendo alarde de satisfacción y poesía.

Ahora que salió de su situación de calle, que tiene una casa propia, ¿qué les diría a los que están durmiendo a la intemperie?

Que gracias a Dios y a la ayuda del grupo humano del Hogar de Cristo pude emprender el vuelo nuevamente, dejando atrás todos mis problemas de calle. Fui renovándome como el águila que cuando tiene varios años se va a una cima para cambiar su plumaje y todo su ser. Ahora sueño con expresarme mejor, tanto para hablar como en relación a lo que escribo. “Porque, ¿sabe? Hay que perder la vergüenza para salir adelante”.

Fuente: El Divisadero.

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