Ago
2016
Hugo Zamorano Vidal: “Yo Viví en la Calle”
En el mes de la solidaridad, Hugo Zamorano Vidal tiene más trabajo que nunca en la hospedería Padre Alvaro Lavín del Hogar de Cristo; ayer se conmemoró la muerte de San Alberto Hurtado, ocurrida en 1952. Hace más de tres años trabaja como monitor en el lugar, donde incentiva y ayuda a personas a salir de la calle.
Por Cecilia Rivera.
Cuando tenía 40 años, trabajaba como contratista en una construcción y llevaba una vida acomodada. No tenía esposa ni hijos, por lo que el millón y medio de pesos de su sueldo lo gastaba en cumplir uno que otro capricho.
En su trabajo conoció a personas que lo incitaron a cometer excesos. Cayó en el alcoholismo y se volvió adicto a la cocaína. Durante años vivió sumido en los vicios y gastaba hasta el último peso en ello. La droga lo consumió al punto que debió renunciar, pues ya no era capaz de trabajar.
Cuando se acabó el dinero de su último sueldo lo echaron de la casa que arrendaba y no tuvo más opción que vivir en la calle.
-¿Cómo describe su adicción a la cocaína y el alcohol?
Era todo para mí. Sólo pensaba en consumir y no me importada nada más. Lo primero que le metía a mi cuerpo en la mañana era un trago y la cocaína, era mi desayuno todos los días.
-Una persona con trabajo y un buen pasar, ¿cómo y por qué termina viviendo en la calle?
Por la dinámica de consumir demasiado, las adicciones lo degeneran a uno. No le encuentras sentido a trabajar y pierdes el valor de las cosas. Yo iba a trabajar drogado, a un trabajo donde me exigían demasiado físicamente, en labores como enyesar. En mi rol de contratista me tocaba revisar que un departamento de lujo quedara lo mejor posible, pero no lo estaba logrando. Ahí, yo mismo dije ‘no puedo. Si voy a hacer algo, lo hago bien o no lo hago’. Entonces preferí salir de ahí hasta que duró la plata. Cuando se acabó, me fui a la calle.
-¿Buscó ayuda para superar su adicción?
Cuando uno es adicto no sabe que es un enfermo. Ninguna persona que consume es capaz de reconocerlo, mientras no toque fondo ni sea capaz de darse cuenta de cómo llegó a esa situación. Bueno, eso me pasó a mí. Cuando llegué al fondo me di cuenta que tenía un problema.
-¿Cómo fue su primer día en la calle?
Las primeras noches son las más crueles, porque uno no conoce y no sabe con qué se va a encontrar. Después empiezas a tener contacto con la gente que vaga, que es mucha, pero no nos damos cuenta. La mayor parte va a parar a las postas en las noches o cuando está lloviendo. Nunca fui de grupo, siempre fui más solitario.
–¿Cómo se alimentaba, cómo sobrevivió?
Transportaba cocaína durante la noche a los restaurantes y los grandes hoteles. Como me manejaba en el tema sabía dónde la vendían. Ellos me enviaban a los locales, yo transportaba la droga y mi pago era parte de esa misma droga, comida o trago. Así sobreviví casi cuatro años y después me desprendí de eso. Los años siguientes me dediqué a cachurear en el barrio alto. De la basura sacaba todo lo que servía, lo vendía en la Vega y el dinero lo gastaba en droga. Después traté de dejar el consumo, porque no siempre tenía plata y eso me descompensaba.
-¿Dónde dormía?
En un principio en las postas, porque me sentía protegido. Sentía miedo de lo desconocido y de lo que significaba vivir en la calle. Después me empecé a manejar y sabía donde me podía encaletar y ahí dormía, donde se hiciera la noche. Andaba con mi carpa, tenía frazadas y las dejaba en los alcantarillados, porque se levantan las tapas de donde están las líneas telefónicas y ahí no hay electricidad. Las guardaba en una bolsa de nylon y después andaba todo el día vagando.
-¿En qué momento decide dejar la calle?
No fue una decisión. Un día domingo estaba en Plaza Italia, cerca del Parque Bustamante, con mi trago y un pito de marihuana. Se me habían acabado los cigarros y me acerqué a un grupo de cabros que estaban haciendo ejercicio. Uno de ellos se da vuelta y me dice ‘sale cochino de aquí. Ustedes tienen cagado el país’. Me di vuelta para irme, pero me tiraron el pelo y sentí un fierrazo en la cabeza. Fue una mujer. Entonces me arranqué por miedo a que siguieran pegándome.
-¿Alguien le brindó ayuda?
Caminé ensangrentado hasta la Posta Central y me dijeron que no podían atenderme, porque había mucha gente por un choque. Un enfermero me pasó un apósito y cuando se secó la sangre me empecé a desvanecer, pero me di valor con un trago y volví a la calle. Tenía contacto con muchos cabros jóvenes que robaban en el supermercado que está al frente de la posta. Eran cabros a los que les guardaba sus cosas en mi caleta y en la noche ellos las pasaban a buscar. Yo los ayudaba y ellos me protegían cuando otras personas me querían pegar o quitar las cosas que a veces nos regalaba la gente que hace obras de caridad. Una de las chicas me subió a una micro y nos fuimos al Hogar de Cristo, que en esa época tenía un consultorio. Llegamos a General Velásquez y no era capaz de seguir, así que me quedé apoyado en una pared mientras la chica buscaba ayuda. Me estaba desvaneciendo y justo alguien me toma y dice ‘¿para dónde vai? Todavía no es tu tiempo’. Aunque no podía ver, sentí que llegó una camioneta y me subieron. No podía ver las caras de las personas y después me desmayé. Cuando desperté estaba en el Hogar de Cristo, pero la gente que me ayudó no era de ahí. Nunca supe quiénes me ayudaron.
-¿Cómo es su vida ahora?
Estuve dos meses en el hogar y me di cuenta que debía cambiar. Decidí que quería ser monitor del Hogar de Cristo y ayudar a otras personas, pero no fue fácil. Como en cualquier otro trabajo si uno tiene problemas de consumo no te dan trabajo. Llegué a la hospedería y me dieron la posibilidad de terminar el cuarto medio, después me puse a trabajar y arrendé una pieza. Tuve varias recaídas, porque pese a las ganas que tenía de salir de todo eso, no estaba consciente de que tenía una enfermedad y que no es fácil recuperarse. Fui a Alcohólicos Anónimos, empecé a estudiar, a leer, y a buscar motivaciones. Después salieron los albergues y fui a pedir trabajo, ya que conocía muy bien la vida de las personas en la calle y esas personas me conocen a mí. Trabajé ahí cinco años mientras insistía en ser monitor de acá, hasta que un día la directora consideró mi trabajo y me dio la oportunidad.
-¿De qué forma ayuda a las personas que ahora están en la calle?
Siempre quise trabajar acá. Había luchado por ello desde el momento en que entré al Hogar de Cristo. Se trata de hacer que las personas se sientan bien. De tratarlas como personas, de la mejor forma posible, ya que la gente que vive en la calle tiene un daño enorme, algo que viene de muy atrás. A veces ni siquiera están en la calle por su propia responsabilidad sino que fueron víctimas de otros o de situaciones que se salen de sus manos. Con tan sólo escuchar un rato a la persona, ésta se va a sacar una mochila muy grande. No es mucho lo que necesitan estas personas, sólo un poco de atención, tiempo y ser escuchadas. Pero la sociedad está tan metida en otras cosas, en comprar, en la tele, que no se da cuenta de lo que pasa a su alrededor y ve a la gente de la calle como si fuera lo peor, pero no toda esa gente es mala.