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Reportaje

Mar

2020

Hospedería de Quellón: Los dos Pepes del Hito Cero

Uno tiene 90, el otro 70; uno está ciego de un ojo y operado de la próstata, el otro sufrió la amputación de ambas piernas; el quellonino y el afuerino deambulan juntos por la estación terminal de la Ruta 5, esperando que llegue “la parca y se los lleve”. Pero Katherine, la joven jefa de la Hospedería de Quellón, “una chilotita comepapas”, como se define, los apapacha y les cambia el ánimo.

 

Por Ximena Torres Cautivo y María Teresa Villafrade

 

Quellón es la estación terminal, el Hito Cero de la Carretera Longitudinal. De la Ruta 5. Allí, en la punta más austral de la Isla Grande de Chiloé, quedan varados los hombres que, cargados de ambiciones, quisieron prosperar en la industria salmonera y no lo lograron, porque se las ganó el frío, el alcohol, la desesperanza.

“Ha llegado mucha gente joven ahora último y quedan literalmente atrapados en Quellón; no en vano, aquí se ubica el Hito Cero. Está justo allá enfrente, en la segunda península de arena más larga de Chiloé”, dice el empresario Juan Gamboa, indicando por la ventana de Mitos, su hostal y restaurante ubicado en la Costanera de la ciudad, el monumento que allá enfrente indica el comienzo o el fin de la Panamericana que parte en Ancorage, Alaska, y termina en Quellón, Chiloé, o viceversa. Está señalado con un enorme sacho o ancla chilota. Agrega: “A esos chicos los noto muy perdidos, con problemas de consumo de drogas y eso, sin duda, es un gran impedimento para que salgan adelante”, dice este llayllaino que más de alguna noche hace años durmió en una

Un ancla chilota, un sacho, señala el hito cero, que es donde se inicia la Carretera Longitudinal de Chile

hospedería cuando se buscaba la vida en el sur, pero que logró salir adelante.

La joven asistente social quellonina Katherine Cisternas Ruiz (28), jefa de la Hospedería de Hombres de Quellón del Hogar de Cristo, que también alberga a mujeres -por estos días a 5 de un total de 25 acogidos, número que siempre crece de acuerdo a las necesidades-, también habla de esta “población flotante” que llega ilusionada con “la actividad de este mini puerto que es Quellón, donde enfrentan condiciones climáticas, geográficas y de naturaleza muy especiales y adversas”. Afirma que representan a menos de la mitad de las personas en situación de calle que acogen cada noche, porque la mayoría son “nativos, autóctonos, chilotitos comepapas, como yo”, que se han perdido en el consumo problemático básicamente de alcohol, que es la gran lacra de la zona. Son personas en completo abandono de sí mismas, sin lazos familiares, filiales, laborales.

“Acá recibimos chiquillos de 18 años en adelante. Ahora, el menor de nuestros acogidos tiene 22 y el mayor, 90. Últimamente nos ha llegado gente joven con otros consumos, porque el que lidera el ranking aquí siempre ha sido el alcohol, pero hemos estado viendo la inhalación de solventes, que los vuelve más agresivos, muy violentos y menos dispuestos a acatar las normativas que establecemos acá para recibirlos. A veces quieren irse en medio de la noche a consumir o hacerlo dentro de la hospedería, lo que no está permitido”.

En la ciudad hay un lugar conocido que alberga a esos consumidores de solventes y otras drogas duras. Lo llaman el Hotel Quemado. E incluso de día es posible ver a jóvenes merodeando por ahí en estado alterado.

El Tatita, José Muñoz, de 90, es el mayor de los acogidos de Hospedería

Anoche, sin ir más lejos, José Gregorio Muñoz Mansilla (90), “El Tatita”, como lo conocen todos, estuvo a punto de recibir un sillazo de un acogido joven y afuerino. Estaba sentado donde mismo se ubica ahora, “en la mesa de los más viejos y pacíficos”, como dice Katherine, y lo salvó del golpe la intervención de José Orfio Delgado Aravena (70), que, pese a ser amputado de ambas piernas, reaccionó rápidamente y desvió el ataque. “Fue un cabro leso que se molestó porque el Tata no le respondió. Fue por una lesera, porque así son esas drogas que alteran hasta al más pacífico”.

LA INTELIGENCIA DE LA MUJER CHILOTA

Ambos Pepes nos esperan en el comedor de la Hospedería tras una noche lluviosa de verano, que ha dejado todo lavado. Verde y resplandeciente, tal como se avecina el día. La Hospedería que se ubica en una moderna casa de un piso frente a la Costanera se vació a las 7 de la mañana. Son la 9 y al llegar nos golpea el olor acre de la enfermedad y la pobreza.

Pepe, “El Tatita”, fue operado de la próstata hace unos años en Puerto Montt y desde entonces quedó con incontinencia urinaria por lo que circula con una bomba de drenaje para la orina. Tiene un ojo ciego y con una irritación evidente. Pese a sus evidentes males, es dulce y, a ratos, optimista. Así nos explica su rutina: “Cuando nos levantamos nos vamos al centro diurno de la Municipalidad, si queremos podemos pasar todo el día ahí mirando tele, después almorzamos como a la una y tomamos once a las 5 y de ahí nos venimos para acá porque abren a las 6 de la tarde. En el verano, cuando están lindos los días, va poca gente al centro diurno, pero en el invierno se llena, porque prenden la calefacción y uno se seca y tiene donde colgar la ropa”.

El “Tatita”, Pepe Muñoz, es acogido de la hospedería desde hace 18 años, cuando dejó de trabajar en el muelle descargando madera en una carretilla. Cuenta que vivió tres décadas en Argentina, migración que es común en la zona, tanto de un país como del otro. Allá tuvo mujer e hijos, pero no sabe nada de ellos. Reconoce que tomaba y que por eso no fue capaz de apoyar económicamente a sus hijos. Perdió el vínculo, no tiene a nadie. Hoy se declara aburrido de vivir, pero aquí está formando una singular dupla con el otro Pepe, de quien se ha hecho amigo y se acompañan mutuamente.

José, Pepe, Orfio no tiene piernas y circula en una silla de ruedas eléctrica de última generación con la que nos sorprende. Él le baja el perfil y dice que “no es para tanto; es china nomás”. Se la regaló un médico que lo atropelló una noche en que circulaba en una mucho más sencilla que tenía. “Me la dio a cambio de que no lo denunciara”, cuenta en un relato exuberante que lo pasea por todo tipo de emociones y que contrasta con la suave parquedad del Tatita.

José Orfio se desplaza en una silla de ruedas eléctrica. “Es china”, dice , bajándole el perfil.

Pepe fue amputado a causa de una diabetes agresiva. Explica que en octubre de 2018 perdió su pierna izquierda y que, hace un año justo, la derecha. “Tengo dos hermanos que murieron por la misma enfermedad y también fueron amputados: uno falleció a los 60 años en la Fundación Las Rosas y la otra hermana, a los 50”. Fue el tercero de 14 hermanos. Nació en octubre de 1949, en Valparaíso, pero creció en Licanten. A los 11 años se arrancó para Santiago porque le pegaban mucho. “Mi papá fue un hombre mujeriego, gordo y violento, tuvo tres mujeres y a todas les pegaba, a nosotros también. Tuvimos un muy mal crecer”, dice.

Estudió sólo hasta cuarto básico, pero sabe leer y le gusta hacerlo. En Santiago lo acogió una hermana pastora evangélica que fue como su madre. “Ella tiene ahora más de 90. Me educó muy estrictamente. Recuerdo que me vestía de marino, no podía jugar ni bailar. Vivimos en La Pincoya primero y luego en Conchalí”.

Enviudó dos veces y tuvo tres parejas. En total, es padre de 8 hijos. Fue administrador de un fundo en Santa Cruz, donde criaban venados y aves exóticas, perdices y codornices, cuenta. Y empieza a lamentarse: “Yo nunca he tomado, no tendría que estar así. Yo no tengo la culpa de nada, estoy pésimo, he perdido tres casas. El hijo de mi primera mujer se quedó con nuestra vivienda. Tengo una hija que vive en Dalcahue, pero dice que no puede recibirme. A mí, que les pagué colegio particular a todos, que no escatimé plata en su educación”, dice, soltando el llanto. Se ve muy joven. Y tiene sus coqueterías, como un pañuelo al cuello que le da un look de vaquero. Más calmado, desarrolla una teoría sobre las mujeres chilotas: “Lo enamoran a uno para que le des todo lo que tienes y cuando te sacan el último peso, ya no vales nada y entonces te largan. Son muy inteligentes e independientes. Salen solas adelante y si no hay trabajo acá, parten a la Argentina”.

Este Pepe, a diferencia del otro, el mayor, es afuerino. Parte de la población flotante a la que se refiere Katherine Cisternas. Sobre esta condición, afirma: “Acá, el de afuera no es bienvenido”. Y vuelve a lamentarse por sus pérdidas, sin mayor alegría por la vivienda tutelada que le dará el Estado en los próximos días. “Ya no quiero más vivir con este cuerpo, quiero puro morirme nomás”, solloza en un deseo que comparte con su amigo Pepe, “El Tatita”, que se quedará solo de nuevo, cuando él se vaya a su nueva casa.

“Me preocupa que haya tanto dinero y tanta droga circulando. Los pescadores pueden ganar hasta dos millones de pesos en la pesca del bacalao y se lo gastan en tres días. Y el trago es barato: una botella de ron cuesta mil 300 pesos, la petaca chica, 700. Hace poco conocí aquí al Jota, un chico de 17, que decía que esperaba vivir hasta los 30. En 10 meses, han muerto tres acogidos de la hospedería. El finao japonés, el finao Aliro y otro finao de cuyo nombre no me acuerdo. Del 2015 al 2020 han muerto 23 usuarios de la Hospedería de Quellón, según me he enterado. Hay varios que tienen aquí sus fotos”, indica, mostrado la pared donde hay varios retratos de acogidos que se han ido, poniéndose definitivamente fúnebre, mientras el Tatita afirma. “Ese de ahí murió muy jovencito”, agrega, mientras Katherine, que los ha estado escuchando en silencio, los alienta y les sube el ánimo.

Katherine y el Tatita. Ella se siente “una privilegiada de San Alberto Hurtado” al ayudar a los adultos mayores en situación de calle.

Para eso, con su juventud y belleza, es maestra. “Este es un trabajo muy desafiante y dinámico, donde lo más importante es el cariño y la cercanía. Yo entré a la fundación en 2015 y lo que más me gusta de mi trabajo actual es el contacto con las personas mayores que están en situación de calle. Siento que con ellos formamos una familia, que nos abrazamos para capear el  frío de la isla y nos apapachamos entre todos. En lo personal, me siento parte de los elegidos, de los privilegiados de san Alberto Hurtado, porque realmente estamos donde nadie más quiere estar. Aquí hay que soportar desde malos tratos y situaciones conflictivas hasta olores tremendos que uno si siquiera imagina que existan, pero eso no es nada al lado de cuando logras la conexión humana con personas tan excluidas y dañadas. En esos momentos, escucharlos, entregarles contención, darles un abrazo, sentir su dolor y humanidad, a mí me llena el alma. Y me hace valorar lo que tengo, sobre todo a mi familia”.

Conoce más sobre Katherine Cisternas en este video

 

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