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Reportaje

Sep

2017

José María di Paola, cura villero, amigo del Papa: “Esta normalización del narcotráfico no sería posible si no hubiera policías involucrados”

El “cura Pepe” estuvo de visita en Santiago y Antofagasta para compartir su experiencia en el trabajo de recuperación de adicción a las drogas en las villas miserias bonaerenses y para conocer el trabajo del Hogar de Cristo en el tema. Lo trajo una fundación que trabaja en escuelas vulnerables de Cerro Navia.

Por Ximena Torres Cautivo

 

“Paco”, le llaman a la pasta base en las villas miseria porteñas. Como la que queda frente a la Estación Retiro, en el límite de la “paquetísima” Recoleta, barrio chic de Buenos Aires y que pasa sorprendetemente inadvertida para los turistas: la inexpugnable Villa 31, a la que sólo se puede entrar con la mediación de un “cura villero”.

José María di Paola es eso: un sacerdote diocesano argentino avecindado en una población bonaerense, donde campean la pobreza, la droga, la vulneración de derechos, pero el conocido “cura Pepe” es mucho más que eso.

A sus 55 años, con 31 dedicados al sacerdocio y uno de profunda duda vocacional, que pasó como obrero en una fábrica de zapatos y que lo ligó indisolublemente al entonces obispo auxiliar de Buenos Aires Jorge Bergoglio, quien lo hizo volvel al redil sin presionarlo, es un símbolo del movimiento de los curas villeros argentinos. Y algo así como “el hijo pródigo del Papa Francisco”, con el que tiene línea directa.

Los curas villeros no son tan antiguos como el tango, pero son tan argentinos como el baile. Su origen se emparenta con el de los curas obreros franceses, surgidos en los años 60. En 1969, el Arzobispado de Buenos Aires creó el Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia (ESVE), que años sería protagónico en la defensa de los derechos humanos en dictadura. Tanto así, que en 1979, la siniestra agrupación paramilitar Triple A asesinó a Carlos Mugica, constructor y responsable de la parroquia Cristo Obrero, ubicada precisamente en la Villa 31, a pasos de la estación Retiro.

Ahora, sentado y quitado de bulla en torno al círculo que ha organizado un grupo de trabajadores del Hogar de Cristo para escucharlo, el “cura Pepe” precisa: “La Villa 31 es muy emblemática; en ella mataron al jesuita Carlos Mugica. Yo estoy en la Villa 21, que bien pudo llamarse Villa 32, y queda a unos 30 kilómetros de Buenos Aires. Algunos la conocen como la Pequeña Asunción, porque viven en ella muchos migrantes paraguayos. Cuando partí, a mediados de 1997, eran unas 15 mil personas las que vivían allí, ahora somos unos 50 mil”.

 

EN LA CHIMBA Y EN LA PABLO VI

Con el regreso de la democracia, el trabajo de los curas villeros se empezó a centrar en el consumo y el tráfico de drogas, que a partir del año 2000 se convirtieron en peligros latentes para los niños y jóvenes de los barrios vulnerables porteños. En una entrevista, el padre Pepe explicó la importancia de vivir dentro de la villa miseria: “Cuando sólo veníamos de visita teníamos una comprensión muy acotada de esta realidad, un conocimiento mediado por prejuicios, teorías y por la (des) información que publicaban los medios. Este conocimiento fue dando lugar a otro más directo, sin otro mediador que la luz de la fe”.

El cura Pepe, a cargo de la parroquia Virgen de Caacupé, devoción mariana absolutamente paraguaya, que da cuenta del origen de muchos de sus fieles, se empeñó en demostrar cómo la fe puede generar cambios y transformaciones en las comunidades vulnerables. En esa tarea tuvo grandes logros, pero  también sufrió una serie de amenazas de muerte que concluyeron con su traslado en 2010 a una parroquia en Santiago del Estero, en el interior de la Argentina.

Tras dos años fuera de Buenos Aires, regresó a la capital bonaerense, a la parroquia San Juan Bosco en la villa La Cárcova, uno de los asentamientos más pobres del cono urbano bonaerense. Desde allí, el Padre Pepe dirige el Hogar de Cristo, coincidencia de nombre, que allende los Andes designa a un programa de recuperación de adicción a las drogas, que tiene réplicas en las villas de Retiro y Bajo Flores, y en otras provincias del país.

La semana pasada, gracias a una invitación de la Fundación Sara Raier de Rassmuss, el cura Pepe estuvo en Santiago, visitando el Hogar de Cristo y su Fundación Paréntesis, que se especializa en el consumo problemático de drogas y alcohol. También fue a Antofagasta, donde conoció La Chimba, población donde vive el jesuita Felipe Berríos, con quien se entrevistó. En Santiago, tuvo la posibilidad de conocer directamente cómo viven los habitantes de barrios críticos tomados por el narco, como la población Pablo VI, de Pudahuel, donde es párroco el capellán del Hogar de Cristo, el jesuita Pablo Walker.

Allí, en la casa de Benedicta, una vecina de la población, el cura Pepe pronunció una frase que quedó resonando en los pasajes dominados por parejas de hombres que controlan las entradas y las salidas con gritos y señas. Dijo: “Esta normalización del tráfico de drogas no sería posible si no hubiera policías involucrados. Y la situación es la misma que se vive en las villas miserias argentinas”.

 

NARCO: SARAMPIÓN DESENCADENADO

Pablo Walker evalúa la visita del sacerdote argentino como “la precisa presencia de un cura villero en el Hogar de Cristo para entregar claves del trabajo comunitario que permite liberar los territorios secuestrados por la exclusión y la droga. Nosotros le mostramos cómo encontrar rumbos para involucrar a otros actores, que aporten con la inclusión laboral, por ejemplo, desarrollando oficios en las villas miserias, para salir del microtráfico como fuente de ingresos. Y encontró sintonía, solidaridad y complicidad con los que acá en Chile trabajan por liberar a los que sufren los estragos del narco en las poblaciones”.

En un impresionante informe llamado  el “Observatorio de la Fiscalía 2016”, sobre barrios críticos tomados por el narcotráfico, en el cuadro 60 aparece la población Pablo VI. Lo lamentable es que no es la única; resulta aterrador ver  mapa tras mapa, cómo proliferan los puntos rojos, que dan cuenta de que el narco es  como un sarampión desencadenado en las poblaciones más pobres de Santiago.

La visita del sacerdote José di Paola a nuestro país fue organizada y financiada por la fundación Sara Raier de Rassmuss, que desde hace 5 años trabaja en las escuelas públicas de la comuna de Cerro Navia. Juan Álvarez Guzmán, su director ejecutivo, explica así el porqué de la invitación: “La pasantía a la que invitamos al padre Pepe tiene un doble alcance: nos interesaba que docentes y directivos conocieran su trabajo y su testimonio de vida. Y que él, por su parte, se interiorizara de los aprendizajes que se han verificado después de años de programas comunitarios en el Hogar de Cristo y sus fundaciones Paréntesis, Súmate y Emplea”. Y agrega: “Sabemos que la droga es un tema con el que conviven a diario nuestros alumnos, comunidades escolares, docentes y directivos. Como fundación estamos enfocados en facilitar la inserción activa de estudiantes de escuelas públicas en la sociedad global por medio del desarrollo de competencias para el siglo 21, apuntando siempre al bienestar del niño y alejándolo de situaciones de riesgo que hoy, lamentablemente, están presentes en Cerro Navia”. 

 

Foto portada: Fundación Sara Raier de Rassmuss.

 

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