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Opinión

Ene

2019

El delito de ser mujer pobre

El domingo pasado, luego de recibir un llamado desesperado, cuatro funcionarios de Carabineros asistieron el parto de una mujer de 28 años en situación de calle, quien dio a luz al interior de un mugroso ruco. Los carabineros ocuparon sus camisas como sábana, tuvieron que asistirla, recibir a la guagua, cortar el cordón umbilical y trasladar a la recién nacida y a su madre hasta el Hospital Regional de Iquique.

Aquí no hubo un previo baby shower ni acompañamiento al hospital ni un padre presente en el parto. Acá lo que hubo y espanta más incluso que los abusivos casos de violencia obstétrica recientemente conocidos, es la crueldad con que en redes sociales, desde la impunidad y la irresponsabilidad, se permitieron personas que criticaban a la madre por “vaga”, por “droga”, por pobre, en definitiva. Sin conocerla y sin sospechar siquiera la realidad de las mujeres que viven en situación de calle en Chile.

Ellas representan un 16% del total. Son unas 2.400, de las cuales un tercio derivó a esta vida producto de violencia intrafamiliar en su casa. La paradoja es que en la calle esa violencia se perpetúa y toma ribetes de explotación, sometimiento, degradación.

“Yo lo único que quiero es que no me vuelvan a violar”. Esta frase tremenda es de Mireya, una mujer en situación de calle, con consumo problemático de alcohol y otras drogas, que respondió así cuando profesionales del Hogar de Cristo le preguntaron qué esperaba de su potencial rehabilitación en uno de los programas de las fundaciones Hogar de Cristo. Mientras sus compañeros aspiraban a recuperar a sus familias, sus trabajos, sus vidas, ella simplemente quería superar la expresión más brutal del abuso que puede padecer una mujer: la violación sexual sistemática. Siete veces había sido abusada y, pese a su dependencia del alcohol y las drogas, era tal su horror a repetir la experiencia de ultraje, que por sí misma había desarrollado precarias medidas de autoprotección: intentar “no borrarse” por la noche, no dormir en ciertos sectores reconocidos como más peligrosos.

Se hace imprescindible conocer la vida en la calle desde la visión de las mujeres en situación de pobreza. No prejuzgar. Entender y desde ahí ayudar.

Algunos datos: dentro de la oferta de tratamiento de consumo problemático de alcohol y drogas que hay en Chile, solo el 12,5% está orientado a las mujeres. La capacidad de atención mensual para mujeres en el Senda alcanza a 798 usuarias, mientras que para hombres es de 5.758 usuarios. El 57,3% de los adultos mayores en nuestro país son mujeres, lo que se acentúa sobre los 75 años y más, en que las mujeres constituyen el 61,2%.Ligado estrechamente a esto, los adultos mayores con dependencia funcional que reciben cuidados en su hogar, en un 66,6% son atendidos por mujeres, cuestión que limita los estudios y el ingreso al mundo laboral de las chilenas más pobres. Esto explica en parte que dentro de las jóvenes excluidas del sistema escolar, el 70% de ellas nunca logre ingresar a la fuerza laboral.

Todas estas cifras -y hay muchísimos más- revelan la mayor vulnerabilidad de las mujeres en pobreza. Mucho mayor que la que padecen los hombres, y cruzada por la discriminación y el prejuicio que se multiplica por todos los estereotipos de género. Criticar a la mujer de calle que parió en la calle es como patearla en el suelo. Y, junto con ella, a su niña, que llegó el mundo a las 0:52 de la noche, en medio de telas y cartones.

Constanza Bartolotti Carrillo, Hogar de Cristo.
10 enero 2019