Dos mujeres jefas de hogar y beneficiarias de una olla común en La Pintana deben salir todos los días a trabajar para llevar un plato de comida a su casa. “De repente lloro y sufro porque con la pandemia no podíamos salir y sin salir no podíamos trabajar”, cuenta una de ellas.

Por Daniela Calderón P.

En este castillo, la cuchara es de palo, no de plata. Hablamos de la población El Castillo, de La Pintana, con toda su carga de vulnerabilidad y pobreza, lo que justifica la proliferación de ollas comunes o comunitarias, que han permitido paliar el hambre de cientos de miles de familias en pandemia.

Una de esas ollas “La Cuchara de Palo” que se inició en abril de 2020 para alimentar a la comunidad más necesitada por un par de días y que hoy ya cuenta con 11 meses de funcionamiento ininterrumpido y ha permitido ayudar a las familias, que pese al tiempo, no han logrado salir adelante y recuperar sus ingresos previos al COVID-19 y su reguero de muerte, enfermedad y cesantía.

A esta olla llegan principalmente mujeres jefas de hogar que han debido enfrentar solas el cuidado de hijos y nietos, sin recibir ayuda e imposibilitadas de dejar de trabajar. Victoria Medina (58) es una de ellas. Dueña de una fortaleza envidiable, reconoce que ha tenido suerte de no contagiarse de COVID-19, ya que durante la pandemia nunca pudo respetar las cuarentenas de su comuna. “Tengo un puestecito de cachureos y tuve que salir a trabajar igual; me arriesgaba. Iba para La Florida y Puente Alto a buscar ropita y cachureos para vender y así poder mantener a mis nietas”, cuenta, mientras ordena los peluches y ropa que vende en la feria cerca de su casa.

Victoria sufre de artritis a la columna y de lumbago, dos enfermedades a cuyos síntomas debe hacer caso omiso, porque está obligada a generar ingresos para alimentar a toda su familia, incluidas 3 nietas que no reciben ayuda paterna. “A veces no hemos tenido para el gas. De repente, lloro y sufro porque con la pandemia no podíamos salir y sin salir no podíamos trabajar. Hubo momentos en que no tenía nada para vender, porque la gente me cerraba la puerta, pero no por mala, sino por miedo a la enfermedad. Ahí puse a prueba mi fortaleza”, cuenta orgullosa de mantener vivo su puesto de cachureos. “Nos ha costado pero igual salimos adelante, Dios nos ayuda. Y acá me ayudan con un platito de comida”, agrega, reconociendo el aporte de “La Cuchara de Palo”.

Según información del Ministerio de Desarrollo Social, de los 70.635 hogares registrados en la comuna de La Pintana, más de la mitad -39.700- cuentan con una mujer como jefa de hogar.
Es también el caso de Mónica Quintana (71). Dispuesta a emprender con un bazar de útiles escolares, esta adulta mayor perdió toda su inversión cuando, tres días después de abrir su negocio, en marzo de 2020, debió cerrar de forma indefinida.
La cuarentena obligó a cerrar los colegios y con ellos su preciado bazar. “Tenía un negocito y con la pandemia me fui abajo. Invertí mucho y me quedé con toda la mercadería. Me iba bien, pero alcancé a trabajar tres días cuando suspendieron las clases. De ahí hemos estado sobreviviendo, mi hija nos ayuda un poco, las cajitas de mercadería que entregaron también nos sirvieron mucho, pero tengo que buscar algo que hacer porque las pensiones son muy bajas”, cuenta.

Agradece la ayuda de “La cuchara de palo”, “porque muchas veces no nos alcanza para un plato de comida”, explica. Con una diabetes avanzada que la ha dejado casi ciega, no pierde las esperanzas de retomar la vida que tenía antes de la pandemia. “Tanto tiempo encerrada hizo que me empezaron a doler las piernas. Yo creo que eso también me afectó en la diabetes, que se me subió mucho. Con mi viejo ya somos adultos mayores, ya no salimos en las tardes, porque acá se respeta poco la cuarentena y nos da miedo salir a comprar y contagiarnos. Por eso, Dios quiera que se reactive la cosa para ponerme con mi negocito de nuevo”.

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