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Abr

2021

¡Ding Dong! Esta la historia de un joyero de alma hurtadiana

Hace unos días, Alejandra nos contactó a través de nuestro Instagram por una solicitud. Conversando, descubrimos que su papá fue un fiel seguidor del padre Hurtado. Aquí contamos la vida de Jorge, un hombre de esfuerzo y oficio, que inculcó a sus hijos el respeto y lo importante que es ayudar al prójimo.

Por María Luisa Galán

“Vivían en el paradero 40 y tanto de Santa Rosa, a la altura de San Bernardo, según me contaban mi tía y mi papá. Entonces esa zona eran potreros, parcelas. Mi abuela criaba casi sola a muchos niños, porque en esa época los hombres trabajaban y tomaban mucho, entonces las mujeres quedaban muy solas”, cuenta Alejandra (41) sobre su padre Jorge Alejandro Meza Munita, nacido en 1937, en Santiago, en una familia compuesta por diez hermanos, tres hombres y siete mujeres; él fue el séptimo. Casi no conoció a su hermano mayor, a quien recuerdan como “Tuco”, como tampoco a una hermana llamada María Luisa, también más grande que él. Y no todos los hermanos eran Meza, el último del clan fue del segundo matrimonio de su mamá.

Desde muy chico Jorge fue amigo del estudio. Viendo su interés y talento, una vecina, que era profesora, les sugirió a sus padres enviarlo a un internado franciscano en Chillán. “Le preguntaron si quería ir, tenía como 8 años, y quiso; ahí estuvo hasta los 17 años”, relata hoy Alejandra, educadora de párvulos. Se estaba preparando para ser cura franciscano, y una de las pruebas que tuvo que hacer al final de su formación, era ir a ver a su familia. Al constatar que tenían mucha necesidad económica, que su papá había fallecido y que su mamá y hermanas necesitaban ayuda, decidió no volver al convento. “Fue un dolor muy grande, pero vio que estaba la necesidad de ayudar a su familia”, comenta.

Consiguió trabajo en la tradicional joyería Lavín, ubicada en el centro de Santiago, donde aprendió el arte y el oficio de la orfebrería. Pero debido a la lejanía, en una época en que el trayecto desde San Bernardo a la Plaza de Armas era más extenso que ahora, se retiró y comenzó a trabajar en una panadería. Tenía cerca de 25 años. Estuvo ahí por unos años pero siempre teniendo en mente la profesión del joyero, así es que volvió a su antiguo empleador, quien lo impulsó a crear su propio negocio: Joyería y Relojería Ding Dong, en el tradicional Pasaje Matte.

Tuvo éxito, siempre teniendo como base su formación franciscana. Iba al Santuario del Padre Hurtado o a una parroquia cercana a su casa en La Reina. Alejandra recuerda: “Después de misa siempre hicimos el recorrido sagradamente hasta atrás de la iglesia pasando por todo el santuario hasta atrás, parque, capilla y tumba”.

-¿A qué se debe su lazo con el Padre Hurtado, dado que estudió en un colegio franciscano?

-Era por la obra del Padre Hurtado más que por ser jesuita. Él nos hablaba de su obra, de cómo él ayudaba a la gente, de lo importante que es ayudar, más allá de las creencias o religiones; él admiraba las obras de las personas. Además, él  se relacionó con lo franciscano por casualidad, a los 8 años. Tuvo buenos recuerdos de su paso por ahí, de una vida de campo persiguiendo gallinas. Al margen de las penurias, siempre tuvo un plato de comida, una infancia al lado de la naturaleza, riendo, mirando el cielo, el pasto.

Jorge, además de joyero, fue cantante de ópera y participó en algunos coros del Municipal de Santiago. Su trabajo lo llevó a conocer a algunos famosos locales, como Palmenia Pizarro y Santiago Pavlovic. Falleció el 18 de mayo del 2017. Durante sus últimos 14 años de vida, lidió con el Alzheimer, pero a pesar de su condición, siempre recordó el trayecto en micro hacia el Santuario y a su joyería Ding Dong. Cuatro años después, sus hijos optaron por donar la ropa de su padre, pero a su mamá, también dedicada al mundo de las alhajas con su propio negocio llamado Joyería Mony, le costó tomar esta decisión. “Al final le dijimos, ¿qué sacamos con tenerla? Hay que cerrar el ciclo y ¡qué mejor que darla al Padre Hurtado!”.

Sin embargo, desde el inicio de la crisis sanitaria, las donaciones de ropa a nuestros acogidos se congelaron. La bodega del Hogar de Cristo se reconvirtió para recibir sólo insumos de protección y alimentos, mientras que los programas, a nivel nacional, cerraron sus puertas para proteger a sus trabajadores y participantes, muchos de ellos pertenecientes a grupos de riesgo. Por lo tanto, finalmente no pudieron realizar la donación del vestuario de su papá y aún no deciden qué harán con ella.

Por ahora nuestra bodega sólo está recibiendo donaciones de medicamentos en buen estado, no vencidos, y alimentos no perecibles. Quien desee hacer este tipo de entregas, debe contactarse con hperez@hogardecristo.cl

“Mi papá siempre amó lo simple, la naturaleza y admiraba siempre los paisajes al caminar. Le encantaba pasear e invitaba siempre a los niños a caminar. A sus sobrinos, nietos, a nosotros estando chicos o más grandes, y si no  salía solo a paso reposado con sus manos atrás”, finaliza Alejandra, recordando con nostalgia y gratitud el legado de su padre, Jorge Alejandro Meza Munita.

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