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Nov

2021

Cómo nutrir los primeros mil días de vida

Por Ximena Torres Cautivo/ Publicado en El Dínamo

Alcancé a conocer niños desnutridos. A comienzos de los años 70, cuando yo misma era una niña, mis vecinos adoptaron a una pequeña que había logrado ser salvada de ese flagelo en CONIN; por eso me quedó instalada para siempre en la azotea mental lo demoledora que resultaba entonces la desnutrición en los primeros mil días de vida.

Chile no tiene niños desnutridos desde 1989. Cuarenta años tomó acabar con esa desgracia que limitaba el desarrollo integral de la infancia y sumía al país en la pobreza y el subdesarrollo. Y que hasta las indagaciones del médico Fernando Monckeberg no era visto por pediatras y autoridades como un problema de salud subsanable, sino como consecuencia de la pobreza y de las condiciones raciales, del ADN indígena, decían, que limitaba la talla y el peso de los niños.

Ahora que Hogar de Cristo y otras cuatro organizaciones acaban de lanzar el documento “Nacer y Crecer en Pobreza y Vulnerabilidad” y que entrevisto al doctor Mönckeberg, que ya tiene 95 años, confirmo que esos primeros mil días de un niño, que son considerados “la primera ventana de oportunidad” en el pleno desarrollo humano, resultan más cruciales que nunca. Esa etapa, que se inicia en el útero materno y alcanza a los tres años, es donde más se puede enderezar la cancha de la igualdad de oportunidades. Porque como en ningún otro momento de la vida está el cerebro tan abierto al aprendizaje, a la formación de hábitos, a la construcción de estabilidad y equilibrio.

En la década del 50 del siglo pasado, morían 180 niños por cada mil nacidos vivos, hoy esa cifra es de 7 por mil; un 23% pesaba menos de 2,5 kilos al nacer, ahora es sólo el 2%; la esperanza de vida era de 38 años, en el presente alcanza a 82 años en el caso de las mujeres y 78 en los hombres; el 63% de los que tenían entre 0 y 5 años estaba desnutrido; en la actualidad sólo el 0,2%.

El déficit crónico de proteínas y nutrientes afectaba el sistema inmunológico, por eso los niños morían como moscas. De diarrea, de enfermedades respiratorias. Y los que sobrevivían, no salían indemnes. El mayor daño era en la arquitectura cerebral, lo que se traducía en un menor rendimiento intelectual.

Hoy esa desnutrición no existe, pero hay otros “nutrientes” vinculados a los contextos de pobreza y vulnerabilidad que siguen faltando: un ambiente estimulante en lo cognitivo y en lo afectivo, donde el habla, el canto, la comunicación despierten la conectividad neuronal y la plasticidad cerebral; de ahí la importancia de la educación inicial tan imprescindible, liderada por las educadoras de párvulos, que hoy celebran su día. Cuando impera la violencia intrafamiliar, los abusos, el abandono, se va generando un profundo daño que acompañará al niño hasta su adultez.

Impactan dos estudios hechos por Mönckeberg y su equipo hace 70 años: grabando con autorización las conversaciones en casas, tanto de la población La Legua como de sectores rurales de Curicó, descubrió que el promedio de palabras que constituían el vocabulario materno era de apenas 140. La comunicación era básica, y conceptos como apego, vínculo, empatía, que hoy nos suenan tan familiares, eran desconocidas.

Hoy se mencionan mucho en relación a la infancia, pero ¿cuántos niños y niñas nacidos y criados en pobreza se nutren de ellos? ¿Cuántos logran el estímulo cognitivo que necesitan en ambientes hacinados, disfuncionales, violentos, donde muchas veces se convive con el narco, el consumo, la violencia, el abuso, la indolencia? Es de esa nueva “nutrición” de la infancia vulnerable de la que debemos ocuparnos hoy y para eso el estudio “Nacer y Crecer en Pobreza y Vulnerabilidad” propone un piso de protección social para la infancia, que asegure todo el alimento que un niño requiere en esos cruciales primeros mil días de vida.

Por Ximena Torres Cautivo.