Oct
2019
Casa de Acogida cumple mayoría de edad: Los “chiquillos” de San Bernardo
Carne mechada, torta y 100 ml de tinto aprobado por el médico fue el menú del cumpleaños número 18 de esta residencia que acoge a 22 hombres adultos mayores, casi todos con experiencias de haber vivido en la calle. Marcial es uno de ellos y su caso refleja una realidad de la que nadie está a salvo.
Por Ximena Torres Cautivo
Marcial (73), como los caballeros, las prefiere rubias.
Dice que no es una cuestión puramente estética, sino algo más profundo que se acentuó con la trágica y temprana muerte de su tercera y última mujer, la de su vida. “Era una rubia nórdica, de ojos color violeta, tan maravillosa que yo la llamaba Diosito. Una verdadera Barbie”.
Esa muerte prematura desbarajustó su vida, lo trajo a Santiago desde su Valdivia natal, donde llegó a ser director de la carrera de tecnología en sonido de la Universidad Austral, lo desajustó a tal punto que perdió todos sus documentos, su cordura, sus redes y terminó viviendo en la calle durante una década. Ahora, tras un período de ajuste y compensación en el Instituto José Horwitz, lleva 9 meses residiendo aquí, en la Casa de Acogida de San Bernardo del Hogar de Cristo, que recibe a hombres mayores de 50, casi todos con experiencias de vida en calle. Hoy estamos invitadas, porque este día, cuando conversamos, la residencia celebra su mayoría de edad: 18 años.
Marcial es uno de los 22 habitantes de la casa, cuya jefa es Jessica Aguilera (33), psicóloga que antes estuvo a cargo de un programa similar en Estación Central. Ella está feliz porque el suculento almuerzo, la torta, los globos, fueron donados por una pareja sanbernardina que celebró sus bodas de oro y les pidió a sus familiares y amigos que no les hicieran regalos, sino que aportaran con plata para celebrar el cumpleaños de la Casa de Acogida. No es algo excepcional, porque “Pepe, su mujer y Claudia, su hija, aportan 100 mil pesos todos los meses para hacerles un almuerzo mejorado a los chiquillos”, cuenta Jessica, reconociendo la fidelidad y compromiso de los benefactores. Y aclarando que “mejorado” quiere decir con una presa más suculenta de lo habitual.
La aludida Claudia explica sus razones para ayudar: “Yo trabajé en el Hogar de Cristo, entonces lo conozco por dentro, y uno de mis conocidos me propuso que donara en esta Casa de Acogida. Esta donación nace porque mis papás cumplieron 50 años de matrimonio, y a estas alturas uno ya tiene de todo así que en vez de recibir regalos, cada uno de los invitados hizo una donación. Juntamos toda esa plata y trajimos estufas, frazadas, loza y seis meses de gas porque de qué sirven las estufas si no hay gas. Lo que sigue es una actividad de Navidad”.
FLAÑO, SCAPPINI Y ONOLFO
Bonita, entusiasta y apasionada por su trabajo, la psicóloga disfruta con logros como que Marcial cobrara las pensiones que tenía acumuladas después de tanto tiempo en calle, se re vinculara con su hijo mayor, “que es abogado y vive en Valdivia” y hoy se encuentre “compensado y sereno” como lo vemos.
Ella misma nos recomienda conversar con él, porque su caso revela que nadie está a salvo de llegar a la situación de calle. Ni la educación, ni una situación económica acomodada, ni la existencia de redes y relaciones, sirven frente a ciertos traumas que son un verdadero tsunami. “Marcial es un hombre educado, lleno de contactos y amistades, pero al que un golpe emocional y una patología mental, lo hicieron perder todo. Incluso tiene una red de amigos que le abrieron una cuenta vista en Banco Estado y le depositan plata regularmente, lo que revela cuán querido fue en Valdivia, pero acá lo tenemos y parece contento”.
El propio Marcial habla de ese cariño traducido en depósitos de sus ex alumnos de la universidad. Y de su interés por la ropa, entre otras confidencias y recuerdos. “Siempre fui de gustos finos. Me perfumaba con Flaño, me vestía con Scappini”, dice, haciendo referencias a marcas desaparecidas hace mucho tiempo. Hoy asegura que, exceptuando a Onolfo, “un compañero de la casa que me enseña mucho”, no se relaciona mayormente con los demás. Es amable, educado, convida cigarros, pero “tengo poco tema con ellos. Es que yo soy muy leído. He leído millones de libros, pero ahora estoy viendo mal. Necesito ir al oftalmólogo”.
En la casa hay dos hombres ciegos, a uno le falta además una pierna, a causa esto último de un mal común por estos lados, la diabetes. Ambos males son consecuencia de la destructiva vida en situación de calle, que perjudica la salud física y mental, favorece el consumo, altera los hábitos de higiene. Que, en suma, daña hasta lo indecible.
“Acá los logros parecen pequeños, pero para nosotros son grandes. Tenemos a chiquillos que llevan años acá, aunque teóricamente esta es una residencia transitoria. Pero nosotros no echamos a nadie que no tenga donde irse y muchas veces esta termina siendo su última casa. Delfín murió acá , después de 10 años de vivir con nosotros. Mueren aquí y lo hacen con dignidad, como merece todo ser humano”.
Hay dignidad y solidaridad en esta celebración, también en el taller de madera que funciona al final del patio de esta casa antigua de fachada continua, cercana a la gran y arbolada plaza Guarello, donde habitualmente duermen personas en situación de calle.
Esa realidad que ellos vivieron en carne propia, conmovió tanto a los habitantes de la casa de acogida este invierno, que organizaron una vaca para llevarles desayuno a esos hombres y mujeres que les recordaban lo padecido por ellos mismos. “Café solidario”, lo llamaron, y lo financiaron con sus propias monedas. Esa sencilla acción es parte de los logros que se celebran en este almuerzo de 18 años, donde conocimos a Marcial, a los benefactores de la Casa de Acogida, a su comprometido equipo de trabajadores y a este grupo de hombres que no teniendo nada, son capaces de dar y de empatizar con los que más sufren.
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