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Covid-19

Ene

2021

Brote de COVID-19 en ELEAM de Curicó: “En lo peor de la crisis, mi empeño era no sumarles más dolor”

Misas online, altar de muertos y WhatsApp de condolencias y tributo a los caídos, fueron maneras de paliar la tristeza por  los 14 fallecidos por coronavirus en poco más de un mes. La jefa del hogar, Beatriz Guerrero, como todos los que trabajan con adultos mayores frágiles y dependientes, sabe cómo es vivir con el tema del duelo siempre presente, pero nunca se había enfrentado a tanta muerte junta. Este es un relato crudo y humano del trabajo en una residencia para mayores en situación de dependencia.

 

Por Ximena Torres Cautivo/ Publicado por El Mostrador

Aunque se reconoce malo para las tareas de cocina, el jesuita Andrés Lira (53), coordinador pastoral de la sede Biobío del Hogar de Cristo, desempeñó un rol invaluable en la residencia de adultos mayores Carmen Martínez Vilches, de Curicó, hasta donde no dudó en trasladarse cuando a fines de diciembre empezaron a faltar las manos a causa de un virulento brote de COVID-19.

–Un día de los más críticos, en que el personal escaseaba y no había nadie en la cocina, estuve a cargo del desayuno. Como el té y el café se preparan en termos grandes, se me olvidó el endulzante y varios de los acogidos reclamaron por lo desabrido que estaba todo –cuenta el sacerdote, que implementó tres iniciativas para que trabajadores y acogidos pudieran lidiar con la pérdida y el duelo que se ensañaron con esta residencia.

El 22 de diciembre pasado saltó la alarma: una de las trabajadoras de trato directo y a cargo de 8 de los 68 residentes del establecimiento de larga estadía (ELEAM) dio positivo en el test de PCR. Cuatro días después, el sábado 26, el brote dentro del hogar que alberga a adultos mayores dependientes y postrados en su mayoría y que afectó a 54 de ellos y a gran parte del personal de planta, era noticia regional. Lo sucedido en el ELEAM curicano y en una empresa frutícola justificaron la decisión de las autoridades de decretar cuarentena total en Curicó y en otras varias ciudades cercanas, porque en esos días la región del Maule se ubicó como la segunda a nivel nacional con más casos nuevos de COVID-19 con 247 personas contagiadas, solo por debajo de la Metropolitana donde en esa etapa se contabilizaron 500 contagios. Hoy la medida se mantiene y la pandemia sigue sin dar tregua a la región.

El sacerdote Andrés Lira acudió desde Concepción a prestar ayuda en la emergencia. Fueron claves sus dinámicas para abordar el duelo.

Al 28 de enero, 18 residentes del Hogar Carmen Martínez Vilches habían muerto, 14 de ellos por COVID-19 y 4 por patologías de base o propias de su avanzada edad. La nota positiva dentro de esta lamentable mortandad es que 49 adultos mayores ya se han recuperado, 11 se han mantenido con resultados negativos en tres aplicaciones distintas de PCR y los 22 trabajadores de planta de un total de 48, ya se han recuperado y vuelto paulatinamente a sus funciones, lo que es una buenísima noticia, en especial para los residentes, que son quienes más los necesitan.

El trabajador social Benito Montecino (32), jefe de Villa Giacaman, otra residencia del Hogar de Cristo, ubicada en Hualpén, Concepción, que hasta ahora ha resultado invicta en materia de coronavirus, nos dijo hace un tiempo: “La nuestra es una realidad muy cruda, fuerte. Nosotros trabajamos con los invisibles, los que nadie ve, porque están postrados, abandonados, muy frágiles y necesitan el cuidado permanente de otros. Los adultos mayores que llegan a estas residencias se quedan aquí hasta que fallecen. En ese sentido, no hay final feliz. Nosotros trabajamos con la muerte, la muerte es una presencia con la que vivimos día a día, y eso genera un conjunto de emociones intensas, que nos hace desarrollar lazos, vínculos muy poderosos con nuestros adultos mayores. Nos esforzamos porque su existencia sea digna, sean respetados en su condición de seres humanos y los queremos. Como equipo, hemos aprendido a apoyarnos unos a otros. Nos conocemos, nos cuidamos, lloramos juntos cuando hay que llorar y nos alegramos cuando hay que hacerlo. Esa es la dinámica de estos programas”.

MUDAR, LAVAR, ALIMENTAR

Esto nos lo dijo antes de que el coronavirus ensombreciera al mundo, en particular el universo de las personas de la tercera edad, el grupo más vulnerable frente al contagio. Y antes también de que el Hogar de Cristo se viera enfrentado a esta emergencia sanitaria inédita, que en el caso de la residencia Carmen Martínez Vilches de Curicó, pese a su excelente gestión y manejo de los protocolos, se ha traducido en la muerte de 14 seres humanos entrañables en brevísimo tiempo. Vivir un brote pandémico entre personas con el nivel de fragilidad de los residentes del ELEAM de Curicó es una experiencia que permite dimensionar cómo es el trabajo cotidiano en estos programas.

Así lo describe la kinesióloga Doris García (55), jefa técnica nacional de la línea adulto mayor del Hogar de Cristo:

–Acompañar y asistir a personas en condición de dependencia requiere de mucha experticia ya que es una tarea integral y 24/7. Por un lado, está el apoyo y asistencia en las actividades básicas de aseo y confort, que son distintas en cada persona y requieren conocer muy bien a cada una de ellas. Hay que respetar sus tiempos, gustos, intimidad, costumbres, todo. Por otro lado, están el cuidado de su salud y la mantención de su funcionalidad, que exige rutinas de actividades muy precisas e impostergables, como mover sus extremidades, cambiarlos de posición en la cama o en las sillas de ruedas, ayudarlos en su movilidad…

¿Qué pasa cuando esas tareas se espacian mucho en el tiempo o no se hacen?

–Estas son tareas que deben hacerse permanentemente, al menos cada 2 horas, porque si no pueden tener consecuencias graves para las personas, desde generarles escaras hasta trombosis, pasando por depresión, y desorientación. Otro tema clave es la alimentación e hidratación, tareas a las que hay que poner mucha dedicación, debido a las dificultades que pueden presentarse en la deglución y los riesgos que implica. Todo esto son tareas críticas. Por eso, cuando no tienes a tu equipo de planta, todo se vuelve aún más complejo.

Beatriz, la jefa del ELEAM de Curicó, no ha parado desde que se produjo el brote. Lleva 28 años trabajando en esta residencia.

Quien ha padecido en cuerpo y alma esta situación es María Beatriz Guerrero (57),  planificadora y técnica social, jefa del establecimiento de larga estadía de Curicó. En el peor momento del brote, de los 57 trabajadores totales, entre los de planta y los externos, hubo noches en que ella misma hizo turnos para asear y mudar a los acogidos, ya que casi no había personal. Cuenta:

–Además de los trabajadores que se contagiaron y debieron hacer cuarentena, había varios con licencia, porque muchos padecen enfermedades crónicas y otras, que son madres, se acogieron a la Ley de Crianza Protegida en tiempos de pandemia. Lo más angustioso de todo era no contar con el equipo de siempre, con los trabajadores que conocen a nuestras personas mayores, con las que tienen relaciones de años, que saben sus gustos, sus problemas. Aquí no hay tarea prescindible, porque el apoyo es en todo. De los 68 residentes que había antes del brote, sólo cuatro tienen cierto nivel de autonomía. Todos los demás necesitaban que se les cambie de ropa, se les vista, se les alimente. Hacen faltan las asistentes, las manipuladoras de alimentos, los kinesiólogos, la enfermera, los tens, todos se necesitan y hubo momentos que en estuvimos muy mermados.

Como señala Marcela Ramírez, jefa de operación social en la región del Maule, quien ha viajado desde Talca permanentemente para apoyar, incluso en la cocina de la residencia, hace ver lo difícil que fue reclutar personal de reemplazo: “Curicó está en cuarentena y el brote asusta. A esto se suma la condición agrícola de la comuna y el  que en la estación veraniega hay mucha oferta laboral en la industria de la fruta y se paga bien. Eso complejizó aún más todo”.

Beatriz, que es risueña y animosa. “Aperrada”, agradece el apoyo de los trabajadores de su programa, y de otros de la región, de sus jefaturas, de sus compañeros, en especial de aquellos trabajadores y reemplazantes que realizaron turnos de 24 y hasta 36 horas para que ningún residente se quedara sin atención, y también del jesuita Andrés Lira.

–Muchos se ofrecieron para aliviarnos en las tareas administrativas, porque lo fundamental era que los que somos de la casa, como yo que llevo 28 años trabajando aquí, que conocemos a nuestros acogidos, hiciéramos las tareas de trato directo: bañar, mudar, alimentar, contener.

Cuenta que los separaron en 3 pabellones: uno para albergar a los que dieron positivo al PCR, otro para los que habían tenido contacto estrecho con los contagiados y un tercero para los que estaban con PCR negativo.

Para Beatriz y su equipo lo más duro ha sido aislarlos, separarlos, porque ya llevaban meses en cuarentena, sin ver a sus familiares y personas significativas, y estos cambios y urgencias les generaban mucha angustia.

LA CORTINA DE LOS ABRAZOS

-Por suerte, eso sí, antes del brote, Senama validó el protocolo de visitas e implementamos un lugar bajo todas las medidas de seguridad exigidas. Así, muchos se reencontraron después de meses con sus hijos, nietos, amigos. Habilitamos un espacio en el patio techado, con separadores en mesas, un lavamanos previo al ingreso. Trabajamos con la terapeuta ocupacional y con una alumna en “una cortina de los abrazos”, con PVC transparente y mangas, para que pudieran abrazarse. Tengo en la retina las imágenes de la hija de la señora Florinda Osorio abrazando con tanto amor a su madre y de la señora Eduarda, feliz, junto a su hermana; Eduarda es una de las residentes que falleció a causa del COVID-19.

Esta imagen no se borra de la retina y del corazón de todos quienes la presenciaron. 

La jefa de la residencia de Curicó confiesa que el aporte humano del sacerdote  Andrés Lira para manejar estas pérdidas fue importantísimo. Además de las misas, ideó un espacio de tributo y homenaje a los fallecidos en un pasillo de la residencia, el que aún se mantiene, y un grupo de WhatsApp para los trabajadores donde pudieran compartir recuerdos y características de los que ya no están. “Hay acumulados centenares de emocionantes testimonios”, dice. Y Beatriz Guerrero agrega:

–El espacio en el pasillo es un punto donde los adultos mayores se acercan para recordar a su compañero de pieza o a su contendor en el dominó. Es emocionante ver a los que se detienen ahí. Durante la peor etapa del brote, uno trataba de hacer, hacer, hacer. Hacer todo para que la residencia siguiera funcionando y atendiendo a nuestros acogidos. Yo trataba de no sumarles más dolor. La risa y el llanto son actos colectivos, contagiosos, por eso trataba de no llorar. De ser fuerte para acompañarlos en el aislamiento, el desconcierto, la incertidumbre y el miedo. Ellos, con en su fragilidad, son los que te impiden perder la sensibilidad y robotizarte y trabajar con el foco puesto en sus necesidades y sobre todo en sus particularidades, porque las personas mayores son un grupo heterogéneo y, por lo tanto, la tarea de asistirlos debe ser muy personalizada.

Un altar en un pasillo de la residencia se convirtió en el espacio de tributo y recuerdo a los caídos, como Juan Olmedo, que fue la primera víctima del brote. Todos destacan su fuerte personalidad.

­El Whatsapp del duelo honra a esas personalidades únicas, como la del primer fallecido, “don Juan Olmedo (83), que era tan bueno para echar la talla como para mañosear. Y tenía a su novia aquí mismo, la Fernandita”. O la de Juan Bustamante, al que  le encantaba bailar, en especial la cueca y quien vivía hace de 19 años en la residencia junto a su hermana María Felicinda Bustamante, sordomuda. “Explicarle a ella que él murió, ha sido muy duro”, comenta Beatriz, quien comparte algunas de las frases de ese WhatsApp de tributo a los caídos. Leemos: “Se fue mi ratoncito de molino con sus bigotitos blancos”, escribe María Paz. “Le encantaban los postres de leche, raspaba hasta el conchito. Era muy agradecido. Descanse en paz en el Paraíso Celestial, querido don Augusto Benavente”, anota Silvia. “Te estoy hablando, flacuchenta. Nunca me llamó por mi nombre. Me da una gran pena que se fuera sin poder despedirnos”, de nuevo Silvia. “Aún no me la creo, era muy gruñón y mañoso, bueno para pelear a veces, pero aun así le tenía un gran aprecio. Él me decía que yo era aniñada pero que trabajaba bien, es una pena su partida”, comenta Fresia.

A la derecha, Marcela Ramírez, jefa de operación social del Maule, que ha viajado casi a diario para prestar apoyo, y Cecilia Ponce, la subdirectora social Centro Sur de Hogar de Cristo, que ha estado encima del control de la emergencia.

Recuerdos sencillos y cotidianos, que dan cuenta de una convivencia estrecha y de relaciones humanas profundas, se siguen sumando a ese grupo virtual de una comunidad mermada por una epidemia nefasta, pero de la que están saliendo fortalecidos. Son 18 los que ya no están –14 por causa del COVID-19–, fallecidos en poco más de un mes, y, aunque en las residencias para adultos mayores el duelo es un tema permanente, “nunca lo habíamos padecido tan intensamente, con hasta tres muertes, como pasó un día”, señala Beatriz.

-Estamos lentamente volviendo a la normalidad. Han regresado trabajadores recuperados y eso nos ha dado un respiro. La jefa del programa ha liderado muy bien la emergencia y todos esperamos que la situación siga evolucionando positivamente. Cada día que pasa es un día ganado. Esperamos que la muerte no nos siga golpeando. Nosotros seguiremos con la máxima del padre Hurtado de dar hasta que duela, porque en verdad lo que ha pasado duele y sigue doliendo mucho –concluye Marcela Ramírez.