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Ago

2021

Alicia Vega y más de 6.500 niños que tomaron un tren

La académica creó un método de apreciación cinematográfica con el que formó a generaciones de niños pobres y vulnerables que jamás habían ido al cine. Recluida a causa de la pandemia, a sus 89 años, recopiló el material de tres décadas haciendo esos talleres y escribió a mano “Los Cuadernos de Alicia”, tres maravillosos volúmenes que se guardan en una caja de pizza.

Por Ximena Torres Cautivo/ Publicada por El Mostrador

Justo al salir del colegio, la joven Alicia Vega enfermó de tuberculosis, lo que la obligó a permanecer durante 5 años en cama y a no poder entrar a la universidad. Ahora, a sus 89 años, la destacada cineasta y académica, ha vuelto a vivir recluida a causa de una enfermedad, planetaria y sorprendente –el COVID-19–, pero las circunstancias son muy diferentes, asegura.

En este año y cuatro meses de reclusión obligatoria, acompañada por Eduardo Vilches, Premio Nacional de Artes 2019, su esposo desde hace más de medio siglo, hizo memoria manuscrita de sus 30 años como profesora de cientos de talleres de cine para más de 6 mil 500 niños y niñas pobres y vulnerables en distintas comunas de Chile. De su puño y letra, fue plasmando recuerdos, aprendizajes, experiencias, junto con dibujos, fotos y trabajos de sus maravillados alumnos, que mayoritariamente nunca habían ido al cine en sus vidas. Así nacieron “Los Cuadernos de Alicia”, tres volúmenes preciosos, que se venden en una caja que semeja el envase de una pizza pedida a domicilio.

En la presentación del libro, hecha de manera telemática, el periodista Francisco Mouat, además de declararle su amor a Alicia, afirmó que los aspirantes a ministro de la Cultura y las Artes del futuro gobierno, sea el que sea, deberían estar leyéndolo para construir a partir de él la política cultural de la nación.

Alicia no se arruga. No peca ni de modestia ni de soberbia. Escucha, agradece. Modesta y austera, como es, no hace grandes aspavientos con nada. Entrevistada en el programa “Piensa en Grandes”, dice:

“Las enfermedades no se eligen. Te tocan y ya. Yo tuve que quedarme cinco años  en cama, porque en ese tiempo todavía no llegaba la eritromicina a Chile, que fue el medicamento que permitió después combatir la tuberculosis. En mi caso, hubo que recurrir a los métodos antiguos, que eran reposo, aislamiento y paciencia. Este encierro actual por la pandemia tiene algo parecido en el sentido de que uno no puede salir, pero hoy tienes muchas más posibilidades de hacer cosas, de conseguir que este tiempo sea productivo. Igualmente, cuando yo era joven y estuve enferma, pude leer mucho, pude escuchar mucha música y pude entretenerme con la gente que iba a visitarme, eso es lo único que he echado de menos ahora: el poder ver a los amigos. Aunque, claro, ahora contamos con la  tecnología, que te permite hablar con gente que está al otro lado del mundo como si estuviera aquí mismo, en Santiago. Siempre hay que verle lo bueno a las cosas que pasan.

Lo bueno de la pandemia ha sido para ella el trabajo de memoria y recopilación que ha hecho. Ahora mismo trabaja en el montaje de dos exposiciones: una en el Museo de Bellas Artes y otra en el Centro Cultural de Los Vilos.

-¿De qué se tratan ambas muestras?

-En ellas van a encontrar el trabajo creativo de niños que vivieron en la pobreza y asistieron a mis talleres de cine entre los años 1985 y 2015. Hay de distintos grupos, de todos esos años, de la Región Metropolitana y de algunas regiones. Todos hicieron el curso Taller de Cine para Niños que duraba seis meses y aprendieron a conocer la imagen cinematográfica y qué se podía hacer con ella, utilizando juegos del siglo 19, como el zootropo, hasta terminar generando sus propias creaciones. Todos esos trabajos los guardé y ahora van a ser expuestos. Las personas se van a  sorprender al descubrir el rigor con que trabajaron esos pequeños, siguiendo un programa académico con una gran dedicación y entrega, y eso los hizo crecer como personas y aprender algo bueno y propio que nunca nadie se los va a poder quitar.

-¿Cómo descubriste que el cine es una herramienta de promoción social para los niños y los jóvenes más vulnerables?

-Cuando empecé a dar películas en las poblaciones, me di cuenta que los niños pobres necesitaban muchísimo más entretenimiento y estímulo, que era clave acercarlos a la cultura y a la creación artística. Los niños más ricos tienen muchas ventanas para ver el mundo, por eso me dediqué a esto a partir de 1985, tiempos muy duros de dictadura, además, en que los niños de los sectores marginales, sufrían mucho.

ADICTA AL HOY

-¿Crees que el contacto intergeneracional, el estar siempre rodeada de niños, ayuda a mantenerse bien y vigente?

-Por supuesto, uno está recibiendo siempre mucho más de ellos de lo que uno les da. Los niños están ávidos de vida. Y los niños pobres tienen menos posibilidades de crecimiento, de estímulo, y reaccionan maravillosamente cuando alguien les ofrece tiempo y un mundo. Muchos de los niños de los talleres no habían ido jamás al cine, por lo tanto estaban totalmente vírgenes para extraer las conclusiones más refinadas a partir de la obra de un realizador. No estaban maleados por la televisión o por la tontera de andar gastando plata de más en cuestiones inútiles. Había mucha sensibilidad escondida en ellos, que se perdía al no contar con buenas escuelas en las cuales ellos pudieran encontrar elementos valiosos. A mí me ha dado mucha alegría ver la cantidad de niños que lograron subir su autoestima a partir del taller, que eran reconocidos dentro de sus propias familias como dueños de un saber. Ellos llegaban después de sus clases los días sábado a contarles a sus padres lo que habían hecho y se daban cuenta de que eso les otorgaba un rol protagónico. Era algo muy importante que les ha ayudado hasta hoy.

Esa experiencia está plasmada en el famoso documental “Cien Niños Esperando un Tren”, del realizador Ignacio Agüero, que fue ayudante en alguno de los talleres de Alicia y decidió registrar ese trabajo. Ella hoy se ríe cuando nos cuenta que Agüero, su amigo y discípulo, es su referente para ubicar a las personas generacionalmente. “Cuando me doy cuenta de que Ignacio ya tiene casi 70 años, me da risa porque para mí el representa a las personas jóvenes”.

Con sus alumnos de Lo Hermida, Huamachuco, Lo Sierra y La Legua, no ha mantenido lazos. “Son unas 6 mil 500 personas, así es que no. Me habría costado privilegiar a uno sobre los demás, pero cada vez que voy a alguna parte, aparece alguien que se me acerca y me dice yo fui su alumno, yo estuve en su taller. De ellos, no salió ningún cineasta, pero sí personas capaces de conectarse con el arte y la experiencia artística”.

Impresiona que una persona de casi 90 años, como Alicia, esté tan presente en el presente. Tan conectada con el hoy. Quizás se deba a que es adicta al hoy, como dijo en una entrevista hace varios años. “Cuando yo era chica supe por un cura que en la Biblia la palabra hoy aparece sólo tres veces, me hice fanática de ella, me hice adicta al hoy. Son tres momentos: cuando un profeta dice que un ángel anunciará que hoy les ha nacido el niño Jesús a los hombres, y luego otro profeta afirma lo mismo: que hoy ha nacido el niño Jesús. Y después, cuando  Jesús está crucificado y el buen ladrón, crucificado a su lado, le dice que cuando esté junto a su padre en su reino, se acuerde de él, Jesús le responde: ´Hoy estarás conmigo en el paraíso´. A mí me encanta el hoy, porque como siempre he trabajado con niños pobres, sé que para ellos no hay certeza ni del hoy ni menos del mañana. La mamá no sabe qué comerán hoy, menos mañana. No hay ninguna certeza ni planificación. Así viven los niños pobres. Y mis clases yo las planteé siempre desde la certeza: hoy veremos tal película, hoy haremos tal ejercicio y hoy comeremos pan con queso y jamón. Y eso a los niños pobres los maravilla, porque necesitan tener un marco que los reguarde, un espacio de certidumbre que les permita crecer. Yo creo que en eso radica el éxito de mis talleres y también el que yo sea una adicta al hoy”.

-¿Nunca has pensado hacer un taller de cine para adultos mayores pobres y vulnerables, que hoy están solos y abandonados y que podrían encontrar en el cine un estímulo tal como pasó con los niños de tus cursos?

-No. Yo sólo trabajo con niños y creo que no hay que confundir la terapia ocupacional con los trabajos de arte. Yo hice programas para niños de sensibilización con la creación cinematográfica y esa es mi competencia. Seguramente muchas otras personas podrían hacer lo que dices, inventar algún proyecto bueno para adultos mayores, sería muy bueno que lo hicieran, pero yo no tengo esa capacidad.

-Como adulta mayor que eres, ¿hay un momento en que te diste cuenta de que ya estabas grande y que no podías hacer todo igual que antes?

-Sí, el uso del bastón marca ese punto. Con Eduardo, desde hace años, tenemos una casa en Chiloé, a la que no hemos podido ir desde que partió la pandemia. Allá, yo empecé a ayudarme con un bastón porque el terreno es disparejo y me costaba caminar. Ahora lo uso siempre, incluso en Santiago. Me acostumbré porque el bastón me da seguridad.

-¿Y cómo ha sido caminar la vida junto a Eduardo Vilches durante 50 años?

-Muy bueno. Nos une hasta hoy la creatividad y el interés que siempre hemos sentido ambos por los demás, por el prójimo

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