Ago
2019
Pedro Torres, ex “patroncito”: “Entonces se salvaba el 80% de los niños”
Tiene 79 años y vino con su mujer desde Los Ángeles indignado con quienes enlodan la imagen del padre Hurtado, quien lo rescató de la calle en 1950 y lo trajo al Hogar de Cristo, donde estuvo hasta 1961. Aquí se formó y aprendió un oficio. Campechano y simpático, esto es lo que conversamos bajo el sol dominical.
Por José Francisco Yuraszeck
Este 2019, el 18 de agosto, cayó domingo.
Partimos con la misa en su Santuario a las 9 de la mañana, presidida por Celestino Aós. Al concluir la celebración, el administrador apostólico de la arquidiócesis de Santiago puso una ramas de aromo en la tumba del padre Hurtado, siguiendo la solicitud de Gabriela Mistral: “Alguna mano fiel ponga por mí unas cuantas ramas de aromo sobre la sepultura de este dormido que tal vez será un desvelado y un afligido mientras nosotros no paguemos las deudas contraídas con el pueblo chileno, viejo acreedor silencioso y paciente”.
A la salida, me encontré casualmente con Pedro Torres Luengo, quien se acercó con alegría a Josse Van der Rest, nonagenario sacerdote belga que estaba conmigo, así es que le dio un gran abrazo, le presentó a su mujer y estuvieron recordando viejos tiempos, sentados bajo el sol invernizo. Yo me “colé” en la conversación. Así me enteré de que Pedro fue uno de los “patroncitos”, como llamaba Alberto Hurtado a los niños abandonados en medio de la pobreza del Chile de mediados de los años 40. Fue acogido en 1950 por el mismísimo padre Hurtado, cuando tenía 10 años. Estuvo en el Hogar de Cristo hasta que cumplió 21. Aprendió un oficio. Hoy vive en Huepil, y se dedica a hacer reparaciones a domicilio: gasfitería, soldadura, arreglos de puertas. Eso dice la tarjeta que me entregó. Pedro se manifiesta muy molesto con las habladurías de algunos que, frívolamente, intentan enlodar la imagen del padre Hurtado. Habla del tema con enojo, con impotencia por lo que le parece tan injusto y, con su estilo campechano, ofrece puñetes a los que ensucian la imagen de un hombre bueno.
Pedro y su mujer Ana Canales viven en Huepil, cerca de Los Ángeles, comuna de Tucapel, región del Biobío, como precisa, con gran conocimiento. Cuenta que hace cuatro años que no venía para esta fecha a ver al padre Hurtado. “Siempre surgía algún imprevisto, así es que lo estaba echando de menos. Pero ahora me enojé por las cosas malas que se andan diciendo de él. Vine a verlo y a participar de la fiesta que hacemos en la noche, para celebrarlo, para agradecerle todo lo que hizo por nosotros. La pena es que ya casi no llega nadie a la comida de egresados, porque los niños de entonces estamos viejos y la mayoría muertos”.
Pedro va cumplir 79 años el próximo 14 de septiembre, por eso le proponemos que para sus 80 nos invite a Huepil y hagamos una gran fiesta. “Habría que matar un animal. Un pollito, que más sea, para hacer una cazuela”, dice y luego se pone memorioso. “En este sector estaba la piscina de la Hospedería y más allá los talleres. A nosotros, los egresados antiguos, lo que más nos dolió fue cuando eliminaron los talleres y se empezaron a hacer casas prefabricadas. Los talleres de carpintería eran muy útiles. Venían a practicar los cabros de la población Jesús Obrero. Ellos en la mañana y nosotros en la tarde. Y aprendíamos un oficio. Era una salida de aprendizaje a la pobreza, muy útil, muy efectiva”.
-Era algo bueno.
-Muy bueno. A mí mismo no me entraban los estudios, pero aprendí a trabajar la madera, a ser carpintero. Otros cabros sí tenían facilidad para el estudio y los mandaban a una escuela que se llamaba San Vicente. La escuela parroquial no daba abasto, porque éramos muchos. Entonces se salvaba el 80% de los niños. Gente como el Pecos Bill, el Cara de Gato, que se llamaba Núñez, y ahora vive en algún lugar en el sur, y yo mismo, somos egresados que nos salvamos, gracias al Hogar de Cristo y al padre Hurtado, por eso me enrabia tanto que cualquiera se sienta con derecho a hablar horrores de él. Yo quería pillar a algún periodista por acá para plantearle este tema.
-Pero no encontró ninguno, salvo a mí, que soy cura…
Por la tarde, después de la misa de las 19 horas, se realizó la “cena de egresados”, de la que hablaba Pedro. Desde hace años, los 18 de agosto acuden los ex “patroncitos” con sus familias, a revivir el tiempo en que este fue su hogar. En 75 años de historia han sido cientos de miles de personas las que han pasado por los programas del Hogar de Cristo. Agradecidos de haber sido cobijados, se reúnen para recordar, compartir la mesa y sostener con su testimonio una causa que sigue viva, sana y palpitante.