Jul
2018
Jaime Bristilo y su taller literario: “Algo cambia en mí después de estas sesiones; no salgo como llego”
Jaime Bristilo y su taller literario para adultos con discapacidad mental: “Algo cambia en mí después de estas sesiones; no salgo como llego”
Este profesor y poeta impartió tres talleres por los que pasaron 55 personas de extrema vulnerabilidad económica, además. 8 eran incluso analfabetas, pero no cejaron y escribieron poemas, cuentos y testimonios conmovedores. Todo ese material es parte del Quinto Concurso Literario que recibe trabajos hasta el 31 de agosto.
Por Ximena Torres Cautivo
“¿Cuál es la flor que vuela de pájaro en pájaro?”.
Esa y otras preguntas de Pablo Neruda desafiaron a los 55 asistentes que participaron de los tres talleres literarios para personas con discapacidad mental de los programas de Rostros Nuevos, fundación del Hogar de Cristo. “¡Violeta!”, “¡Violeta!”, gritaban varios, mientras otros se quedaban pensando, tomándose la pregunta en serio, tanto como los principios de la creación literaria que les enseñó Jaime Bristilo (49).
Bristilo, profesor, editor y poeta magallánico afincado en Santiago, es quien diseñó y dirigió estos talleres, de los cuales surgieron cuentos, poemas y relatos testimoniales, “algunos realmente sorprendentes”, que participarán del Quinto Concurso de Expresión Literaria para personas adultas con discapacidad mental, cuya convocatoria 2018 está abierta y recibe trabajos hasta el 31 de agosto (revisa aquí las bases).
Antes de hacer su evaluación de estos talleres, “el profe”, como lo llaman sus entusiastas alumnos, les entrega sus diplomas y se fotografía con cada uno de los asistentes al tercer taller en la biblioteca Josse Van der Rest de la Hospedería de Adultos Mayores del Hogar de Cristo, en Estación Central, donde se desarrollaron las clases. Y, ya instalado en plan de entrevistado, cuenta que cuando aceptó hacer este taller, se documentó mucho, leyó y se reunió con profesores que habían hecho clases a grupos similares o desarrollado experiencias pedagógicas inclusivas. Su primera conclusión fue que debía borrar algunos prejuicios, como que a los adultos con discapacidad hay que tratarlos como niños. “Son personas grandes con necesidades especiales, donde la afectividad y la empatía para lograr el acercamiento son claves, pero eso no significa infantilizarlos. Uno como monitor debe reconocer sus habilidades y desde ahí hacérselas notar a ellos mismos, ayudar a que ellos las descubran”.
-¿Cómo resultó en el terreno la experiencia de enseñarles a escribir literariamente?
-Al principio, ante la incertidumbre del primer taller, sentí lo mismo que la primera vez que hice clases de Lenguaje en un colegio alternativo, donde llegaban chicos expulsados de todos lados. La clase era en un galpón donde había jóvenes haciendo piruetas arriba de las mesas, mientras otros estaban tan medicados que se quedaban dormidos sobre el pupitre. Era un verdadero cumpleaños de monos. Yo tenía 23 años y, parado en la puerta, con el libro de clases en la mano, sentí que o me daba vuelta y salía arrancando o entraba y me la jugaba hasta la muerte. Ese sustillo desafiante que te impulsa a tirar la carreta y sacarla adelante fue algo similar a lo que sentí ahora, aunque acá los alumnos son personas cariñosas, llenas de entusiasmo e interés por aprender. El contexto es muy amable y lo único que hay que hacer a ratos es controlar las intervenciones ansiosas de algunos que quieren leer lo suyo, alterando el trabajo de otros, pero nada es conflictivo o desagradable; todo lo contrario.
Jaime cuenta que de los 55 participantes al menos 8 eran analfabetos. “Pero tenían el impulso y el interés de contar, y uno los ayuda tomando apuntes de sus historias. Ninguno tenía pudor de confesar que no era alfabetizado. Todos, lo que sabían y los que no sabían leer y escribir, tenían el impulso, aunque algunos, al momento de concretar, no logran tanto, hay otros que consiguen cuestiones notables”.
“El profe” diseñó un taller que en tres horas de duración los induce a la creatividad, con preguntas como las de Neruda, por ejemplo; luego les da las bases conceptuales de los géneros líricos y narrativos, distinguiendo poesía, cuento y relatos testimoniales, para finalmente tirarse juntos a la piscina de la creación. “Aunque hay de todo, la mayoría se va por la prosa testimonial. Y uno descubre que, pese a lo árido y teórico que puede sonar qué son los géneros literarios, algo les queda, cuaja y uno ve la intención en los textos”.
-¿Cómo son los resultados propiamente literarios?
-Hay trabajos que me han impresionado. Puede que requieran edición, porque tienen ripios, pero demuestran un tremendo potencial. Dentro de la línea testimonial, muchos son conmovedores, porque las vidas de estas personas, que son adultos con discapacidad mental de extrema vulnerabilidad económica, están cruzadas por el abandono, el maltrato, la violencia.
La tendencia de la mayoría, cuenta Bristilo, es escribir desde el testimonio. “En ambientes que no tienen nada que ver con discapacidad es más fácil trasmitir la diferencia entre lo literario y lo testimonial; acá cuesta un poco más y ellos tienden a narrar sus historias personales, pero es innegable que toda la literatura se nutre del testimonio, que algo de ti siempre queda volcado en tu texto, aunque logres convertirlo en ficción”.
-¿Qué has aprendido tú de ellos en estos talleres?
-He corroborado que la literatura está a la alcance de todos, que la construcción literaria es inherente al ser humano. Esto no es una novedad, pero lo he experimentado de manera clara con ellos. Ha sido muy importante para mí darme cuenta del aporte que uno puede hacer a la autovaloración de estas personas con una necesidad muy fuerte de contar sus historias. También es muy valioso ayudarlas a salir de sus rutinas. Eso es enriquecedor para todos. Algo cambia en mí después de estas sesiones. No salgo como llego. Creo que habría que convertir estos talleres en una actividad regular, orientada a la escritura autobiográfica para visibilizar a personas que son parte nuestra como sociedad, pero cuya voz no es habitual que se escuche y mucho menos que se lea. Ese sería un aporte inmenso para ellos y sobre todo para nosotros.
Otro potente -y elocuente- hallazgo que hizo el profesor y poeta Jaime Bristilo en este taller literario para adultos con discapacidad mental comparándolo con los para personas normales “es que aquí no existe el ego, un factor tan poderoso entre quienes no son discapacitados. El ego, la competencia, ese celo que existe y es natural y quizás imprescindible en el mundo del arte y de la literatura, acá no se da. Nunca escuché entre estos alumnos una crítica destructiva, un decir qué malo o qué feo lo que escribiste. Acá todo son aplausos y felicitaciones, tú lo viste”.
Y para quién dude que las personas con discapacidad puedan tener genio poético o creativo, el profe selecciona una par de trabajos. Estos son:
LA LUNA OSCURA
De Cristián Aguilar Montecinos
I
Dueña de la noche asustada
La oscuridad reinaba en el aire
Susurraba en sí misma
Temblaba muy acorralada
II
Soledad teniendo ganas de llorar
Lágrimas de sus ojos caían
Corría y corría alrededor
Dentro de su corazón anhelaba gritar
III
Negro velo la aterrorizaba
Escalofríos sentía en su cuerpo
Su brillo disminuía poco a poco
Sombras diabólicas ella observaba
Y el relato sin título de Germán Soto: “Había una vez un circo que llegó a instalarse en Melipilla, y en ese circo había un joven que se llamaba Germán. Una noche de circo, Germán salió a hacer su presentación de argollas; todo estaba bien, pero de repente la huincha de la argolla se soltó y Germán nada pudo hacer. Cayó a la pista y la función tuvo que continuar, mientras a Germán lo llevaban a la posta. Ahí empieza su verdadera historia. Gracias a Dios, Germán está bien y acá está en la Fundación Rostros Nuevos. El circo se fue y Germán se quedó. Gracias a su padre está hoy con vida, porque sin él habría muerto. Y es así como yo cuento y relato mi historia”.