Mar
2018
Mujeres migrantes 3: Susana Veitía de los Reyes, Cubana
Sus pasarelas son las calles, las ferias libres, las filas en Extranjería. Buscamos cinco mujeres migrantes para que ilustraran con su belleza las páginas de moda de la revista Paula. Cuatro de ellas encarnan dos fenómenos globales: la migración por razones económicas y la feminización de la pobreza, mientras la quinta trabaja en el Servicio Jesuita al Migrante. En el Mes de la Mujer, con ayuda de Paula, las convertimos en modelos y una de ellas, Jocelene, se “robó” la portada de la revista.
Por Ximena Torres Cautivo.
Fuente: Revista Paula.
Entre Santiago de Chile y La Habana hay 6.414 kilómetros de distancia, que en avión toman 8 horas de viaje, pero Susana, su mamá y sus dos hijas, tardaron 9 días en una travesía épica. Susana tiene 31 años, dos hijas de 13 y 4, y estudios de “dependiente de gastronomía”, lo mismo que su mamá, Susana de los Reyes, de 50. Todas nacieron en La Habana y vivieron los rigores de un régimen “con una economía en el suelo”.
Susana hija había logrado independizarse y tenía un pequeño emprendimiento: un carrito de venta de granizados. También poseían una casa. “La vendimos y con ese dinero emigramos. No como lo hacían los balseros en los años 80, sino comprando un ticket de avión a Guyana, uno de los países a los que los cubanos podemos viajar. Los otros son Bolivia, Brasil y Rusia. De Guyana volamos a Brasil y, de ahí, por tierra, en bus, partimos a Bolivia para entrar a Chile por el norte. Al hacer eso, nos volvimos ilegales para Cuba”, explican. En Bolivia, su hija mayor, que sufre una anemia crónica, tuvo una crisis y debieron hospitalizarla durante dos días. Hoy viven en la Hospedería de Mujeres del Hogar de Cristo, en Estación Central, al lado del Santuario del Padre Hurtado. “Somos católicas y acá nos sentimos acogidas. El tratamiento de mi hija en el hospital ha sido bueno y gratuito y las dos ya están matriculadas en el colegio. Estamos ilusionadas, aunque a veces nos deprimimos”. Susana hija trabaja en un local cercano de venta de comida, donde los clientes le parecen amables y educados. “Me llaman mulata hermosa. Aunque a mi mamá, por ser de piel más oscura, sí la han discriminado. A las niñas y a mí, no. Creo que, como en todos lados, aquí hay personas buenas y personas crueles”.
Las niñas, sobre todo la mayor, cantan precioso y en las tardes sorprenden y alegran a los que caminan por la primera cuadra de la calle Hogar de Cristo. Y a todas, abuela, madre e hijas, les intriga lo mismo: cuán helado será el Oceáno Pacífico.