Feb
2018
María Isabel Peña, voluntaria: “Lo más díficil de vivir en la calle, fue ver morir a mis amigos”
Tiene 54 años y es madre de cuatro hijos. Nació en Coronel. Su padre fue minero y su madre profesora. A los 26 años, producto de la mala relación con su pareja, huyó de su ciudad natal. Una vez en la capital su vida giró en 180 grados; vivió en la calle durante diez años y tras una golpiza que la llevó al borde de la muerte, llegó al Hogar de Cristo donde se aferró a la figura del Padre Hurtado, que le cambió su vida.
Por Verónica Vidal.
Isabel es humilde, afable y cariñosa. Se define como una mujer luchadora, resiliente y trabajadora. Está dispuesta siempre a conversar sobre su difícil experiencia de vida, porque “si mi testimonio le sirve al menos a una persona, soy feliz”.
A raíz de una relación de violencia y agresiones con el padre de sus tres primeros hijos, huyó a Santiago, con el menor de entonces, que aún no cumplía un año. Llegó sin tener un lugar donde vivir y al encontrarse sola, unos carabineros la auxiliaron y la llevaron a la Hospedería de Mujeres del Hogar de Cristo a pasar la noche. Ahí comenzó su relación con el Hogar de Cristo.
“Cuando llegué a Santiago, sin conocer a nadie, lo único que tenía en mente era trabajar y enviarles dinero a mis hijos, a los que había dejado con mi madre. Mi experiencia en la hospedería fue buena. Me acogieron súper bien. Estuve un mes viviendo con mi hijo. Pronto comencé a trabajar puertas adentro en una casa e interné a mi pequeño hijo en La Casa Nacional de Menores, pero sólo fue un tiempo. Mi madre se lo llevó al sur y así crió a mis tres hijos. Todo ese tiempo, me dediqué a trabajar a mandarles todo lo que ganaba a ellos. Tiempo después, me vi nuevamente sin trabajo y regresé a la hospedería. Esta vez mi estadía fue de cuatro meses y comencé a pasar más tiempo en la calle que en el Hogar. Me relacioné sentimentalmente con Pedro, quien vivía en situación de calle. Ahí comenzó mi vida difícil, me enamoré de nuevo y me fui por el mal camino. Con Pedro, comencé a fumar. Primero cigarros, luego marihuana y terminé muy metida en la pasta base. Así estuve 10 años, me olvidé de mis hijos y de todo. Con Pedro, vivíamos en un ruco cerca del Hogar de Cristo en Estación Central. Nos casamos en la Parroquia Jesús Obrero, no tuvimos hijos. Me cuidaba mucho para no quedar embarazada. Vivía en la calle, cómo iba a tener una guagua en la calle.
“Lamentablemente mi historia volvió a repetirse, Pedro me golpeaba, al igual que mi anterior pareja. Era un hombre alcohólico, drogadicto y muy celoso. Un día me agredió tanto que me dejó muy mal herida. Pedí ayuda en el Hogar de Cristo y me hospitalizaron. Ese día cambió mi vida, me separé de Pedro y no lo vi más hasta el día de su muerte”.
–¿Qué fue lo más difícil de vivir en la calle?
-Lo más difícil fue ver morir a mis amigos. A varios de ellos los mataron en peleas callejeras. Fue terrible tener que llevarlos al hospital malheridos, desangrándose y verlos morir. Uno de ellos falleció cuando lo trasladábamos en ambulancia. Vivir en la calle es muy difícil, tienes que tener una coraza en tu cuerpo. Yo vivía en un ruco, en el que llegaban muchos amigos a pasar la noche. Hacíamos una olla común. A pesar de no tener nada, se compartía entre todos. Yo era muy querida en la calle, porque ayudaba al que podía. A pesar de todo, tengo lindos recuerdos de esa vida; siempre recuerdo lo bueno. Lo malo lo dejo pasar. Si me sacará un premio en dinero, lo primero que haría es un hogar para la gente de calle. Para sobrevivir, cachureaba la basura, reciclaba el cartón, aluminio, cobre. Fui una de las precursoras del reciclaje. El cartón lo buscábamos en Meiggs y el dinero que obteníamos por la venta, lo consumíamos.
De los cuatro hijos de Isabel, dos son profesionales y la pequeña está en la enseñanza media. Jorge, el segundo, de 30 años, repitió su historia: vive en situación de calle y es consumidor de pasta base.
Isabel, entre lágrimas, relata: “Es la cruz que llevo ahora. Él es mi gran dolor. Saber que vive en la calle, que pasa frío, hambre, que está flaco, que se expone a los peligros, me daña. Yo sé perfectamente lo que es vivir en la calle y no quiero eso para mi hijo ni para nadie. Mi gran miedo es que un día me vengan a avisar que murió. Hace un tiempo un camión lo atropelló. Lo tuve en mi casa, lo cuidé, pero no duró mucho, regresó a la calle. Lo salí a buscar y sólo me dijo: ´Te amo mamá, eres la mejor, pero déjame solo´. Mi gran lucha es sacarlo de la pasta”.
–¿Qué significa para ti el Padre Hurtado?
-No sé cómo expresarlo, es mi apoyo, mi ángel, mi pañito de lágrimas. Un gran santo. Cuando Pedro me golpeó, llegué toda moreteada y me fui a la tumba del Padre Hurtado. Recuerdo que me hinqué y le dije: ´Si realmente me quieres, cambia mi vida´, y así fue, me dio la fortaleza que necesitaba para salir de las drogas. Desde ese día cambió mi vida, me dediqué solo a trabajar y mantenerme ocupada. Hasta el día de hoy, y con orgullo lo digo, nunca más he consumido pasta base. Le prometí al Padre Hurtado que si me ayudaba a salir de las drogas, sería toda la vida voluntaria del Hogar de Cristo.
-¿Qué es para ti ser voluntaria de Hogar de Cristo?
-Lo es todo, es una forma de agradecimiento. El padre Hurtado cambió mi vida, me hizo la mujer fuerte que soy hoy. Mi relación con la bodega del Hogar de Cristo, comenzó hace 20 años. En un principio como trabajadora y luego, al nacer a mi cuarta hija, como voluntaria. Siempre en el área de bodega. Mi trabajo es seleccionar y clasificar ropa, además de derivarla a los distintos programas de la fundación. Vengo mínimo 3 veces a la semana. En el Hogar he logrado tener una familia, hacer grandes amigos. Me ayudan cuando estoy en dificultades y lo más importante es que aprendí que cuando uno de verdad quiere, puede”.
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