Feb
2021
“Lo único que falta es abrazarnos”
Hace 30 años que Magdalena y Josefa no se veían. Habían sido compañeras de voluntariado en Batuco, y hoy, gracias a la Escuela de Verano organizada por el Hogar de Cristo, se reencontraron y retomaron su interrumpida amistad.
Por María Luisa Galán
“¡Oh!, la señora Magdalena”, exclamó con entusiasmo Josefa Méndez (67), cuando vio a través de su teléfono a quien fue por varios años su compañera de voluntariado en Batuco. Ambas estaban participando de la Escuela de Verano que organizó el área de Comunidad del Hogar de Cristo para quienes colaboran ad honorem en los diferentes programas de la fundación a nivel nacional. Josefa, representando al Programa de Atención Domiciliaria del Adulto Mayor (PADAM), en Lampa, y Magdalena, como parte del equipo del Programa de Tratamiento Residencial (PTR), de Quilicura.
“Nos conocimos hace más de 30 años, ella era dirigente igual que yo. Nos gustaba todo esto del voluntariado, siempre haciendo cosas para la comunidad. Hicimos un grupo de señoras y conseguimos máquinas para hacer costuras, cursos de peluquería. Era como un centro de madres. Ella era muy dada a la comunidad, le gustaba mucho hacer actividades sociales aquí en Batuco; había mucha pobreza entonces, aunque todavía la hay, sobre todo en los adultos mayores”, cuenta Josefa, quien actualmente lidera un comedor solidario precisamente para ese grupo etario.
Magdalena Muñoz (70) llegó a Batuco junto a su marido, médico de profesión, luego de comprarse un terreno y contruir una casa en el vecindario. “Era voluntaria, siempre he sido voluntaria. Mi marido ayudaba a las personas con problemas de salud y cuando en las tardes quedaba sola me reunía con un grupo de amigos y hacíamos huertos familiares. Ahí conocí a doña Pepa y comenzamos a trabajar formando talleres laborales para mujeres: lencería, cerámica, moda y cocina. Formamos una directiva con doña Pepa, Carmen y yo, que éramos las más entusiasmadas. Ahí construimos una amistad hermosa con doña Pepa”, recuerda Magdalena, una mujer de mucho esfuerzo que a sus 50 años obtuvo su licenciatura como profesora general básica, logrando especializarse como docente de inglés.
Tras cinco años en Batuco, Magdalena tuvo que volver a Santiago, dejando atrás a Josefa y todo el voluntariado. Pero las vueltas de la vida y en medio de una pandemia, las amigas se volvieron a ver las caras, por lo menos de forma virtual. Todo, gracias a la Escuela de Verano.
Josefa rememora lo que dijo ese día: “Cuando la vi, no sé si alguien se dio cuenta: vi a la señora Magdalena y dije: ‘¡Oh!, la señora Magdalena’, ¿se acuerda de Batuco? Y me contestó que sí, que había hecho unas clases acá. Gracias al Zoom nos volvimos a encontrar”. Magdalena complementa, con entusiasmo, sobre lo que ocurrió después: “La llamé y ahora quedé comprometida para ayudarla en su comedor de Batuco. Fue fantástico, lo único que falta es abrazarnos”.
A pesar de la distancia, ambas continuaron en la senda del voluntariado. Josefa estuvo durante 20 años en el PADAM de Lampa del Hogar de Cristo, el cual, debido a la contingencia sanitaria, tuvo que cerrar. Sin embargo, el equipo de voluntarias se empeñó en seguir prestando servicios a los adultos mayores y, gracias al apoyo del municipio, entregan alimentos a 60 hombres y mujeres de Batuco. “La gente del pueblo de Batuco es pobre, hay mucha pobreza, sobre todo en adultos mayores. Ahora han hecho casas mejores, ha crecido, pero sigue habiendo pobreza. Nuestro comedor es impecable, grande”, cuenta Josefa, y agrega que espera volver con los bazares que hacían antes de la pandemia para apoyar en otras áreas a los adultos mayores, como la visitas al médico o la compra de medicamentos.
En tanto, en este lapsus, el marido de Magdalena falleció. Además, había jubilado pero seguía con todo el ánimo de seguir ayudando, así que volvió a Batuco para desempeñarse como profesora de inglés en el colegio Amankay. “Como conocía el barrio, la gente y la necesidad me fui a trabajar ahí. Estuve cinco años en la escuela y ¡nunca vi a doña Pepa!”, dice.
Pero volvió a irse, esta vez tomó rumbo hacia Chiloé, donde estuvo durante cuatro años. Hoy, por razones familiares, vive en Santiago y es voluntaria del PTR de Quilicura, el cual acoge a mujeres adultas con consumo problemático de alcohol y drogas. “La Escuela de Verano fue una oportunidad de conocer más personas, como Marcela, de Quellón. Cuando hice los cursos en el verano fue fantástico, conocí a un montón de gente voluntaria que de repente ves en la calle y no conoces”, dice Magdalena, feliz de haber podido reencontrarse con Josefa y expandir sus redes.
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