Ene
2018
“Les rogué a los servicios sociales que se llevaran a mis hijos”
Sam pasó más de 20 años sumida en las drogas y el alcohol, hasta que finalmente logró romper el ciclo traumático de relaciones abusivas y superar adicciones. Contó a la BBC cómo lo hizo y las situaciones difíciles que tuvo que atravesar.
Sam, una mujer británica, pasó más de 20 años luchando contra sus adicciones, tratando de mantenerse sobria y alejada de las drogas. Pero no quería usar la metadona que le prescribía constantemente su centro de salud local. Ella quería mantenerse en la abstinencia.
Milly Chowles, periodista de la BBC, conversó con ella para entender cómo logró superar el traumático ciclo de relaciones abusivas y, gracias a ello, dejar por sí misma sus adicciones.
Mi marido no me dijo que lo que me dio para fumar era heroína. Me dijo que era hachís. Pero después de casi una semana me empecé a sentir mal.
En la televisión estaban dando un programa sobre un chico que también fumaba y que estaba dejándolo, y relacioné su situación con lo que me estaba pasando.
Desperté a mi marido en medio de la noche y me puse como loca.
Teníamos dos hijos. Me acuerdo de haberle dicho: “No quiero hacer más esto, no quiero continuar”, y le rogué que él no lo hiciera. No me escuchó.
Recuerdo estar sentada en la sala mirando televisión, viendo como fumaba, sintiéndome derrotada.
El crack llegó una semana más tarde. Mientras él fumaba, me decía: “Prueba solo uno, solo uno”. Yo le decía: “No, no, nunca voy a fumar eso”, y me lo creía cuando lo decía.
Al final, cedí y no paré por las siguientes dos décadas.
Es una fuerza fenomenal. Te controla.
El camino de la delincuencia
Empecé a robar y cometer delitos menores. Me arrestaron bastante pronto y acabé en prisión.
Mi primera sentencia fue de solo ocho semanas de las que cumplí cuatro.
Mientras estaba en la cárcel, mis hijos quedaron a cargo de los servicios sociales. Logré recuperarlos cuando salí, pero dos meses después me ingresaron a un hospital psiquiátrico.
Desde allí, llamé a los servicios sociales y les dije: “Tienen que ir a mi casa y sacar a mis hijos”. Quedaron allí con mi marido y el usaba drogas. Sabía que allí corrían peligro.
Fueron, se los llevaron y al año fueron adoptados. Nunca volvieron a estar bajo mi cuidado.
Firmé los papeles de adopción cuando estaba en prisión. Había salido del psiquiátrico para volver a la calle, y de allí otra vez a la cárcel.
Así fue mi vida por 15 años: salía y entraba del psiquiátrico, y lo mismo de la prisión.
Relaciones de abuso
Puedo recordar mi última visita con mis hijos y lo obsesionada que estaba con las drogas. Tanto que cuando nos subimos al auto aproveché para enviar un texto a mi traficante.
La gente te dice: “Encontrarás aceptación en todo esto”. Yo acepto que estaba enferma. Y puedo decir honestamente que eso no hubiese pasado si no hubiese tendido las drogas dentro de mí”.
Pero es algo que no me he perdonado. Y no sé si alguna vez lo haré.
Asumo la responsabilidad total de haber consumido drogas y no culpo a mi marido. Tengo una enfermedad.
Pero las adicciones están vinculadas a las relaciones y que te lastimen una y otra vez hasta que pierdes la confianza.
Yo siempre estaba en una relación y todas y cada una de ellas eran disfuncionales.
Lo más triste es que yo pensaba que esos hombres realmente me amaban.
Cuando empecé a prostituirme, ellos esperaban a que llegara a la casa y luego consumían drogas que pagaban con el dinero que yo acababa de ganar.
Mirando hacia atrás me da rabia haberlo permitido.
¿Cómo alguien que se supone que me amaba podía verme salir (a prostituirme) noche tras noche? No entiendo cómo podían tocarme cuando regresaba, después de lo que había hecho.
De mal en peor
Una noche tuve una experiencia muy mala. Un cliente me violó en su auto. Me bajé y no fui a casa. No se lo dije a mi marido. Salí a buscar otro cliente. No me acuerdo mucho de esa noche pero me acuerdo de esos dos clientes.
Volví a la calle porque estaba obsesionada con las drogas. Necesitaba dinero. Así de poderosas son. Ese era el control que tenían sobre mí.
Al final, conocí a otro hombre cuando mi marido estaba en prisión, cumpliendo una sentencia larga. Pasé de esa relación de codependencia a una muy abusiva y violenta. Cada nueva relación era un poco peor. Y yo me quedaba con ellos.
Una vez mi nueva pareja me dio un cabezazo tan fuerte que me desmayé. Cuando recuperé la consciencia lo primero que le dije fue: “Dame un abrazo por favor”. Yo fui la que le pedía perdón por algo que no había hecho. ¡Qué locura!
Me quedé en esa relación ocho años.
Pero no fue la heroína o el crack lo que finalmente me hizo tocar fondo. Fue el alcohol.
Los dos niños de mi segunda relación se habían ido a vivir con familiares. Yo estaba aislada en un departamento, sola, y por 18 meses mi vida consistió en levantarme y tomar tanta Tennent Super (una cerveza de alta gradación alcohólica) como pudiese.
Algunos días tenía demasiado miedo como para salir de la casa a buscar mi receta de metadona. Prefería quedarme sentada en la sala, con síntomas de abstinencia pero con mi cerveza.
Al final ya ni podía abrir las cortinas. No podía sentir el sol en la cara. No quería saber nada con la realidad.
Sentía un profundo desprecio por mí misma.
Mi amiga Pat se murió seis días antes de que yo tuviera que empezar mi rehabilitación. Me acuerdo de haber destrozado mi departamento. Creo que estuve gritando tan fuerte que los vecinos llamaron a la policía. Entraron en mi casa dándole una patada a la puerta.
Yo estaba en la sala gritando que no quería morirme. Nunca me había abrazado un policía, pero esa noche uno me abrazó. Imagino que estaría hecha un desastre.
Creo que ese fue el momento en que me di cuenta que ya era demasiado. Realmente era demasiado.
Grupos de ayuda
Estuve luchando para recuperarme por muchos años. En el camino pasé por varios centros de tratamiento y numerosos procesos de desintoxicación.
Pero en mayo de 2014 fui a un centro en Weston-Super-Mare, un pueblo en el suroeste de Inglaterra.
Yo estaba muy enojada. Me dijeron que si no cumplía con las reglas y seguía discutiendo me iban a echar.
Sabía que si me echaban volvería a caer en las drogas. Así que decidí marcharme.
Todavía seguía usando valium y metadona, y no había terminado mi rehabilitación por el abuso de alcohol.
Les dije que me iba. Me preguntaron a dónde y les dije que me iba a una reunión de Narcóticos Anónimos en Londres. Me miraron como si estuviese loca. Y probablemente lo estaba, un poco.
Fue un salto al vacío. No tenía donde vivir porque no podía regresar a mi departamento por cuestiones legales.
Fui a una reunión del grupo en Soho, en el centro de Londres. Me senté, pedí ayuda, y eso fue lo que recibí.
Tres personas del grupo ya no están con nosotros. Están muertos.
Soy consciente de lo afortunada que soy.
Después de casi 20 años de adicciones y de entrar y salir de los servicios de ayuda para consumidores de droga y alcohol, estos no me ayudaron a parar.
De hecho, siento que hicieron que continuara más tiempo con las recetas de metadona.
Su respuesta ante la situación siempre fue siguiera usando metadona, nunca me recomendaron abstinencia.
Y nunca me mencionaron los grupos de ayuda mutua.
Dejé la medicación y las drogas y el alcohol gracias a las reuniones. Estoy orgullosa por ello.
Este mes se cumplen tres años y medio desde que las dejé.
No ha sido fácil.
Hace seis meses me quedé sin casa y me dio mucho miedo. Me echaron de un día para el otro. Superé la situación sin abusar de ninguna sustancia.
Sufro de trastorno por estrés postraumático que creo que se debe al trabajo sexual que desarrollé para saciar mi adicción. Me afecta todas las áreas de mi vida porque reacciono mal muy rápido. Pero estoy decidida a superar esto también.
No me recuperé para estar así. Pero es algo controlable. Lo controlo para seguir adelante.
Estoy reconstruyendo mi relación con mis dos hijos mayores. Esta Navidad fue la primera vez que tuve a mi hija desde 2012.
Ahora dirijo un grupo de recuperación para mujeres en un centro y estoy progresando en mis estudios (dejé la escuela a los 13 años).
No tengo un departamento y no tengo un trabajo de tiempo completo. Vivo en un hotel y eso a veces es difícil.
Pero cada vez que miro por la ventana y está lloviendo, me siento agradecida de no tener que salir a buscar clientes bajo la lluvia.
Las cosas no son perfectas, pero estoy bien. La vida es buena.
Ilustraciones: Emma Russell.
Fuente: http://www.elmostrador.cl