Abr
2020
Héctor Pérez: “Si me ofrecen mascarillas, me caso al tiro”
En estas semanas en que han escaseado los tan necesarios insumos sanitarios para proteger a los acogidos de residencias y hospederías del contagio del Covid-19, se ha hecho expertos en mascarillas. Las ha visto de todos los colores, formas y materiales, y se ha emocionado con la creatividad y la generosidad de diseñadores y costureras que han hecho sus aportes. Experto en manejo de emergencias –incendios, terremotos, aluviones, temporales–, dice que esta es una prueba mayor.
Por Ximena Torres Cautivo
Héctor Pérez (56), ingeniero industrial, magíster en logística, es el hombre con el que habría que esperar el fin del mundo. Sabe de túneles de desinfección, de esclusas de higienización, de espacios de aislamiento, de packs de comida que no requiere refrigeración, de todo tipo de mascarillas y sus virtudes y defectos, de transporte y distribución de remedios, alimentos, ropa de abrigo, agua, pero, frente a la aparición de la amenaza del Covid-19, lo único que sabe es que no sabe nada.
-¿Es ésta la peor emergencia en cuya logística te ha tocado participar?
-Creo que sin duda es la más compleja, porque hay mucha incertidumbre. El mercado, en todos los ámbitos, está hecho un caos. Dentro de la total incertidumbre en que estamos metidos, debemos aferrarnos a las escasas certezas con que contamos y también celebrar cómo brota la creatividad por todos lados. Eso es estimulante, esperanzador. Aunque la especulación, el alza de algunos productos, sobre todo de los alimentos, me da rabia, me parece inaceptable, y es algo que está pasando.
Héctor partió trabajando en empresas Fernando Mayer, de ahí a DICOM y, desde hace 20 años, es el responsable de toda la operación logística del Hogar de Cristo en sus 144 programas a lo largo de Chile, atendiendo las necesidades de más de 30 mil personas de extrema vulnerabilidad y pobreza cada año.
Ahora está concentrado en que los casi 4.500 adultos mayores, hombres y mujeres con discapacidad mental y personas en situación de calle que viven la cuarentena sanitaria en nuestras residencias y hospederías tengan satisfecho todo lo básico: alimentación, medicinas, abrigo, aseo y, sobre todo, asepsia extrema, protección sanitaria total, para evitar que se contagien, porque son todos población de alto riesgo. Y haciendo además todo lo posible para que los trabajadores no sean quienes los contaminen al entrar y salir de los programas, hoy en confinamiento obligado. “Actualmente, se requieren más que nunca insumos sanitarios de protección: buzos herméticos, visores, guantes, mascarillas, para que los cuidadores no se conviertan en vectores de contagio de nuestros adultos mayores. Es una necesidad mundial, y la escasez hace que algunos inescrupulosos se aprovechen. La misma mascarilla que hace tres meses nos costaba 50 pesos la unidad al por mayor hoy nos cuenta mil pesos. Antes de la pandemia usábamos unas 10 mil mensuales en nuestros distintos programas residenciales, ahora requerimos ¡240 mil al mes y aún no las tenemos! O las tenemos en algunos lugares y en otros no”.
-¿Y eso por qué sucede?
-Porque por los cordones sanitarios y las dificultades propias del estado de catástrofe ha ralentizado la distribución. Antes llegábamos en 11 horas por tierra hasta Puerto Montt, ahora tardamos por lo bajo 19 horas. Todo se hace muy difícil. Es como manejar una casa gigante para una familia muy numerosa, con miembros frágiles y que no se valen por sí mismos. Lo más complicado está siendo el extremo sur. En las residencias de Punta Arenas se produjo un quiebre del stock de alcohol gel y el transporte de alcohol en aviones está vedado. Si antes nos demorábamos 8 días en llevar ese tipo de suministros, ahora nos toma 12 días. Una de las mayores dificultades es el trasporte, porque todo está sobre exigido.
El ingeniero tiene varias emergencias de todo tipo acumuladas en el cuerpo. Su estreno fueron las lluvias torrenciales y temporales de viento del año 2002, que se prolongaron durante tres semanas y dejaron a más 70 mil damnificados entre Coquimbo y Biobío. Luego, el 27 de febrero de 2010, el terremoto y tsunami de intensidad 8.8, que abarcó desde Valparaíso hasta La Araucanía y marcó el cambio de gobierno de Bachelet a Piñera; después los grandes incendios forestales de 2017 en el centro y el sur de Chile, que alcanzaron una gran intensidad en las regiones de O´Higgins, Maule y Biobío, y destruyeron pueblos completos, como Santa Olga; los distintos aluviones en el norte del país, donde fue en el de mayo de 2017 en Copiapó, donde Héctor participó activamente en el envío de agua potable, ya que las localidades quedaron sin suministro.
Dice que el mejor manejo de todas estas emergencias que le ha tocado vivir fue el primero: el de los temporales de 2002, cuando gobernaba Ricardo Lagos. “Hubo mucha inteligencia al actuar y una muy buena coordinación entre las instituciones, y el rol de la Fuerzas Armadas fue clave. Para el 27F la gran dificultad fue el corte de las carreteras y de la conectividad. Ahí, la FACh estableció un puente aéreo en Concepción, que nos permitió a nosotros partir el país en dos y llegar a todos los puntos donde estamos presentes”.
Pero nada de eso se iguala a esto, sostiene. Y argumenta: “Esta es una emergencia mundial, global, donde todos los países están complicados por las lucas y, lo más lamentable, hay un sobreprecio a todo nivel. Los alimentos han aumentado en un 20 por ciento más o menos. Nosotros tenemos más de 140 programas residenciales de Arica a Punta Arenas, donde hemos debido incrementar nuestros servicios y han aumentado nuestros gastos. Las hospederías que solo daban desayuno y comida, ahora, en cuarentena, tienen que entregar almuerzo y once, se requieren más manos, más cuidados, más personal y contamos con menos, porque hay trabajadores que por su edad o por patologías crónicas están en sus casas. Esto vuelve la situación muy compleja desde el punto de vista financiero”.
MASTER EN MASCARILLAS
La bodega del Hogar de Cristo, en pleno barrio Estación Central, es el corazón del funcionamiento logístico de la fundación. Único centro de distribución a nivel nacional, trabajan en ella 50 personas, las que hoy se han dividido. La mitad, que son compradores y se dedican a buscar las mejores ofertas y a cerrar negocios, están desarrollando su función de manera remota, en formato de teletrabajo. La otra mitad se ha divido a su vez en dos turnos semanales; son los operarios de bodega, responsables de este centro neurálgico, donde incluso cuentan con una farmacia con todas las de la ley. “Una farmacia de barrio como la mejor del centro”, bromea Héctor, orgulloso. Y agrega: “La audita el Instituto de Salud Pública, tiene resolución sanitaria, una químico farmacéutica de planta y surte en parte las necesidades de medicamentos de las residencias de adultos mayores, de personas con discapacidad mental, de los programas para personas con consumo problemático de alcohol y otras drogas, de nuestras residencias infanto-adolescentes… En fin, de una serie de programas donde mantener los tratamientos médicos es clave”.
-Entiendo que con la escasez de insumos médicos, te has hecho experto en todo tipo de mascarillas…
-Cierto –dice, riéndose, y añade–: Uno quisiera tener mascarillas n95, las certificadas, pero ahora no miro en menos ninguna, más desde que el Ministerio de Salud recomendó incluso las artesanales. Se nos ha acercado todo tipo de gente, personas y pymes. Desde imprentas que trabajan con polímeros y han sacado mascarillas 3D hasta pequeños grupos de costureras que vienen a donarnos desde 15 hasta 350 mascarillas. Yo recibo y agradezco todo, porque todo sirve y porque es estimulante cuando la gente se pone al nivel del pobre y sus necesidades y decide hacer algo, y ayudar. Me han llegado unas bien colorinches y artesas, y otras de polímero, de una materialidad que se llama TNT. Ahora hace unos días, Eduardo, una persona ligada al colegio San Ignacio, nos donó 80 mil mascarillas de ese material para armar. Ahora estamos viendo cómo las armamos. Uno valora tanto esos gestos, más cuando se trata de las tan necesarias mascarillas. Si hablamos de mascarillas, a todos les digo que sí.
Héctor aprovecha también de agradecer el compromiso que han demostrado los trabajadores de las empresas contratistas, “quienes se ocupan de la alimentación, del aseo –hoy la sanitización de los espacios es clave-, del lavado de ropa, del transporte, y son todas funciones tercerizadas. Pero alegra y emociona mucho la disposición de las empresas y su personal a ser tan colaborativos con nosotros”. Y no puede dejar de mencionar a su equipo directo. “Para mí lo fundamental son ellos. Podemos tener los mejores indicadores, los KPI más top, el mejor proceso o supply chain, la mejor tecnología, pero lo que define el éxito son las personas con que trabajamos”.
-Hogar de Cristo, Techo y Fondo Esperanza, más otras fundaciones, se unieron en #ChileComparte, una campaña de recaudación de recursos para comprar cajas de alimentos para las poblaciones más vulnerables. ¿Tienes algún rol en esa tarea?
-Claro que sí, esa ha sido una campaña que está yendo de menos a más. Ya hemos comprado 5 mil cajas de alimentos al supermercado Alvi, las que empezamos a distribuir este sábado y que serán entregadas a fines de esta semana a las primeras familias a lo largo de todo Chile. Yo estoy en la distribución de esas cajas de alimentos, de acuerdo a una rigurosa priorización de las familias que hacen los equipos sociales de las fundaciones. Tenemos experiencia en eso. Para los incendios forestales nos tocó distribuir los kits para las viviendas nuevas de las familias que lo habían perdido todo. Ahora, como Hogar de Cristo, estamos privilegiando a los adultos mayores que viven solos, a los postrados y a las personas con discapacidad mental.
En paralelo, Héctor ha estado concentrado en buscar barreras sanitarias infranqueables sobre todo para las residencias de adultos mayores. Parar el virus, que se quede afuera, es la consigna, y lo único que ha impedido los contagios y muertes. Para ello y por eso, ha evaluado y cotizado esclusas sanitarias. “Estamos piloteando una, en la residencia de Nos, pero son caras. Cada una vale alrededor de 15 millones. Son verdaderas barreras de desinfección. Otra solución más económica, incluso con sensores de movimiento, para descontaminar a todo el que entre, son los túneles sanitarios. En ambos casos, todo se encarece hoy por la especulación en los precios de los materiales de construcción. Lamentable”, dice, de nuevo, pero vuelve a animarse cuando le preguntamos.
-La explosión social que se produjo en el país a partir del 18 de octubre me imagino que también implicó desafíos logísticos para la operación del Hogar de Cristo. ¿Fueron muy distintos a los actuales?
-Por supuesto, ahí implementamos los pouch de alimentación, que son alimentos preparados, que no requieren refrigeración y vienen listos para consumir en envases que preservan la frescura y el sabor hasta por un año. Ya tenemos en todas las residencias bolsas con estos platos preparados en caso de emergencia. Los compramos porque después del 18 de octubre empezó a haber muchos cortes de caminos y alteraciones en la distribución a causa de la violencia y temimos quedarnos sin suministros. Ahí hubo logística. Previsión y planificación, que son las bases de la logística. Esto del coronavirus, en cambio, nos pilla absolutamente descolocados, porque no tenemos certezas y cada día parte cargado de inseguridades. Pese a todo, yo tengo una mirada optimista de las cosas. Esto lo vamos a superar con creatividad y va a sacar lo mejor de nosotros, como ha pasado con los fabricantes de mascarillas. Al ver esos gestos, dan más ganas de trabajar por los que de verdad no tienen nada y lo están pasando pésimo porque les está faltando el pan si es que se quedan en casa, porque viven al día. Pero creo sinceramente que de todas estas miserias que impone la pandemia, todos vamos a salir fortalecidos.