Ago
2017
Maite Zubia, creadora del taller Expreso “Estoy enamorada de los viejos hasta las patas”
Maite Zubia (39) ha tenido unos días llenos de emociones.
“Los viejos” de Expreso, el taller de carpintería que fundó hace 3 años en la Hospedería del Hogar de Cristo, fueron los encargados de hacerle un regalo a la presidenta Bachelet el 18 de agosto pasado, fecha en que se recuerda la muerte de Alberto Hurtado, es el Día de la Solidaridad y se ha vuelto tradición que los mandatarios visiten el santuario del santo chileno. Sus amigos y colegas de Expreso salieron en los noticieros ese día y en los diarios del día siguiente, mostrando sus trabajos: tablas para el asado, el cóctel, el picoteo, hechos con madera reciclada, que realmente son obras de artesanía fina.
Por Ximena Torres Cautivo
“Lo primero que hice al llegar al Hogar de Cristo fue un taller de mandalas. Pero los mandalas tenían un problema que no me gustó; se hacen en solitario. Acá, en cambio, trabajamos en comunidad. La tabla pasa de uno a otro y se va convirtiendo en un producto de todos, Un día vi que en Estación Central había montones de madera botada. ¿Qué hacemos con ella?, les pregunté a los viejos. Era madera sucia, toda cagada de pájaro, ahumada, tapada de escupos, chorreada, como van poniéndose las cosas que quedan tiradas en la calle. Porque la calle opera así, crea como una costra de mugre en los objetos, pero también en las personas. La calle endurece, hace mucho daño y es urgente salir de ella”.
Es una muy buena metáfora de lo que el taller de carpintería ha logrado con los hombres mayores que llegan a la hospedería después de años de vida en la calle. Tal como la madera roñosa, inmunda, carcomida que ellos recuperan a punta de lija y talento, estos hombres mayores, solos, enfermos, hoscos, muchas veces con consumo problemático de alcohol y drogas, reviven en su dignidad al redescubrir el valor del trabajo en equipo, el reconocimiento de sus talentos, el trato humano, el compañerismo. Es gratificante verlos trabajar, echando la talla, piropeando a la Maite, siendo amorosos como auténticos abuelos de Pedro, Ema y Alai, sus tres niños, de 9, 5 y 2 años, que suelen acompañarla los dos días a la semana que dedica a trabajar en el taller.
Mientras conversamos y ellos lijan escuchando música y bromeando, Maite borda en la pechera de unos delantales negros el nombre de dos nuevos miembros del taller. “Antes les ponía sólo el nombre de pila, ahora incluyo el apellido, porque siento que eso forma parte de la dignidad y el reconocimiento que ofrece este espacio. Acá nadie se trata de oye, voh, ni a garabatos. Acá mantenemos el respeto, nos apreciamos los unos a los otros”.
Cuenta que unas 70 personas han pasado por Expreso, “incluyendo a 8 que ya no están, que se fueron y a los que tenemos muy presentes. Aquí la gente es ruda, dura de roer, sobre todo algunos, como Nelson, que, pese a su talento, cuando lo conocí vivía borracho, no tenía dientes. Hace un año dejó de tomar, se independizó, arrienda una pieza, se ve como un príncipe y es el responsable de abrir y de cerrar el taller y además es miembro del directorio, porque ahora Expreso es una fundación”.
Contra viento y marea, incluso contra el desconcierto de su familia y de su marido, “que el algún momento pensaron que me había vuelto loca”, Maite ha logrado en muy poco tiempo grandes cosas. Desde tener status jurídico como Fundación hasta haber recibido el Premio Mujer Impacta que otorga un medio de comunicación a las mujeres que consiguen impactar la realidad, con proyectos sociales poderosos. La frase clave del premio es: “Ella pudo no haber hecho nada, pero lo hizo”.
¿Cómo llegó esta esposa y madre de 3 niños pequeños, nacida en Bilbao, España, donde estudiaban sus papás chilenos, educada en Las Ursulinas, administradora de empresas de la Universidad de Los Andes, casada con un sociólogo y académico de la Católica, dueña de un próspero emprendimiento, la chocolatería Maitelates, a dejar su zona de confort para ayudar a los adultos mayores de la hospedería del Hogar de Cristo?
Por estos días le ha tocado contarlo varias veces: en 2013 leyó en internet una carta del capellán del Hogar, el jesuita Pablo Walker, titulada “No calles”, donde aludía a la invisibilidad de los que viven en situación de calle, y sintió que debía hacer algo. Lo llamó, él le dijo “súmate” y ella siguió la instrucción a pie juntillas.
“Yo estaba triste, con pena. Habíamos vivido durante siete años en una ciudad universitaria en Estados Unidos, en Michigan, donde la vida era tranquila. No esta carrera frenética que es la vida en Santiago. Tengo la imagen como de un sueño en que voy por la calle corriendo junto a un montón de gente y preguntarle al del lado: ¿Por qué corremos? “No importa el porqué, sólo corre, sigue corriendo”. Así me sentía, aunque tenía un buen trabajo, que desarrollaba en mi casa, ganaba plata, era la esposa ideal. Vivía en Vitacura, mis niños iban a un colegio privado, lleno de prejuicios y reglas, hasta que, de repente, bajo a General Velásquez, a la Estación Central, y descubro la vida de verdad. Y me enamoro hasta las patas de los viejos y me quiero venir a vivir aquí”.
-¿Y qué pensó tu marido, tu familia?
-Los niños están tan enamorados como yo de los viejos. Me acompañan siempre y les encanta venir. Gozan, lo prefieren a cualquier otro panorama. Los adultos, en cambio, se asustaron, pensaron que me había rayado. “¿Y esta qué se cree?”, “Se las está dando de Benito Baranda”, ¿Qué onda, qué le pasa?”. Mi pobre marido sintió que le habían cambiado a la esposa. Realmente, no ha sido fácil; quizás yo fui muy intensa, muy impulsiva. Ahora, que los niños están en un colegio que me acomoda, en Peñalolén, que estamos vendiendo el departamento de Vitacura para comprar algo cerca del colegio, y que mi marido y mis papás estuvieron conmigo en la premiación Mujer Impacta, las cosas están mejor.
Donde no duda del estado de las cosas es en Expreso. “Aquí los viejos pasaron de no tener nombre, historia, cara, a recuperar la identidad, la dignidad, el orgullo por su oficio. ¡No sabes el talento que tienen, lo capaces que son! Los miércoles yo les pago 10 lucas a cada uno. Me da un poco de vergüenza decirlo, pero cuando pienso que al mes son 40 mil pesos, la mitad de la pensión que reciben del Estado, no me siento tan mal, porque lo que logran aquí es mucho más que esa plata”, dice, acompañada de Ñecle, su mascota y la única perra con labio leporino que me ha tocado conocer, otra de las muchas singularidades de Maite Zubia.
En 2013, cuando habló con el capellán del Hogar de Cristo, él le dijo: “Si me ayudas a egresar a una sola persona de la Hospedería, ganamos todos”. Y la meta está más que cumplida. A su amigo Nelson, se suman “uno, dos, tres ex miembros de Expreso, que ya no viven en el Hogar, trabajan y son independientes”, comenta, satisfecha.
Cómo no va a estarlo si es la niña de los ojos de decenas de adultos mayores que han encontrado en esta mujer rubia, pecosa, de chasquilla corta y bototos, la fuerza para sacudirse la costra que les creó la calle en el alma.