Mar
2019
Emmanuel Riffo: “Yo me borraba y me ponía como loco, no estaba en mis cinco sentidos”
Conmueve la experiencia de rehabilitación de este joven de 16 años, quien reconoce no fue fácil aceptar la ayuda que se le brindaba: “Yo era muy pesado, me portaba muy mal”. Pero en el Programa Terapéutico Ambulatorio Los Morros del Hogar de Cristo, logró dejar el consumo de pastillas, alcohol y marihuana krippy, que lo llevó incluso a delinquir.
Por María Teresa Villafrade
Un total de 90 jóvenes participaron voluntariamente el 2018 en el Programa Terapéutico Ambulatorio Los Morros del Hogar de Cristo, ubicado en la comuna de San Bernardo, al lado del Hospital El Pino, y recibieron tratamiento personalizado para sus problemas de consumo problemático de alcohol y drogas.
Emmanuel Riffo (16) fue uno de ellos y culminó con éxito su proceso de rehabilitación. Pero recuerda que cuando llegó por primera vez al programa no estaba nada contento: “Yo era muy pesado, me portaba mal, porque antes había tenido una experiencia muy mala en otro lugar cerca de la población El Castillo donde vivo, entonces trataba pésimo a todos los que me querían ayudar: al psicólogo Ángel Retamal, a la trabajadora social Mackarena Muñoz, a todos. Ellos tuvieron harta paciencia conmigo y se supieron ganar mi cariño”.
Lo cuenta ahora que está de visita en la espaciosa casa con acogedoras salas y enorme antejardín. Vino a saludar al equipo que se la jugó por él un año completo y a desearles un muy buen año 2019. “Aquí son muy cariñosos, hay vida, por eso me gusta venir a verlos. Siempre me están invitando y ahora vamos a almorzar juntos”, dice.
“Tengo solo sexto básico”
Emmanuel reconoce que desde los 13 años se manda solo porque se puso a trabajar. A esa edad comenzó una época que define como “de pura fiesta” en la que llegó a gastar hasta 20 mil pesos diarios en consumir pastillas, alcohol y marihuana krippy con sus amigos. “Todo lo compraba en la misma población. Yo me borraba y me ponía como loco, no estaba en mis cinco sentidos y por eso caí preso después de entrar a un colegio a robar. Cuando estaba así no aguantaba siquiera que me miraran. Menos mal que ya dejé las pastillas”, dice.
La jefa del Programa Terapéutico Ambulatorio Los Morros, la psicóloga Camila Ayala, explica que tienen un convenio con el Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (Senda), para recibir a jóvenes que han sido sancionados por la ley 20.084 de Responsabilidad Penal Adolescente. Sin embargo, la asistencia al programa es voluntaria y no forma parte de su sanción. La mayoría proviene de El Bosque, San Bernardo y de un sector de La Pintana, como es el caso de Emmanuel.
“Yo empecé a consumir pero no por problemas familiares, era para estar con mis amigos y algunos me llevaron por mal camino. Ahora cumplo con mi familia en decirles dónde estoy y a qué hora voy a llegar. Soy el menor de cuatro hermanos y mis padres son separados. El programa me ayudó para cambiar mi forma de ser y a no seguir consumiendo pastillas, a no mezclarlas con alcohol para no meterme en más problemas. Me ayudaron en todo sentido. Mi meta es ser profesor de zumba, me gusta el baile y el reggaetón, la música romántica cortavenas”, revela el joven con una sonrisa y añade: “Nunca he llevado a nadie por mal camino, a los menores por nada del mundo”.
De su paso por centros de corta estadía en San Bernardo y en Tiltil solo dice que no le gusta estar encerrado, “no digo que lo pasé mal, pero no es mi vida”. A sus 16 años, Emmanuel tiene estudios sólo hasta sexto básico. “Mi mensaje para los jóvenes como yo es que sigan adelante y que acepten la ayuda, aquí les van a dar todo el apoyo que necesitan, el programa es bueno pero uno tiene que poner de su parte”.
“Vamos donde ellos están”
El territorio en que está ubicado el Programa Terapéutico Adolescente Los Morros es complejo, afirma Camila Ayala. “Las intervenciones se tienen que hacer muchas veces en terreno porque hay demasiadas bandas y a los chiquillos se les hace difícil salir de sus casas por amenazas o por otras circunstancias, entonces nosotros vamos donde ellos están. Algunos están en situación de calle o con arresto domiciliario y no pueden venir, por eso nos movemos mucho”.
Camila lidera un equipo multidisciplinario que integran dos psicólogos, dos trabajadores sociales, dos técnicos en rehabilitación, un terapeuta ocupacional, dos psiquiatras y un tallerista de trato directo, que se va rotando. La pintura, los juegos, las fotografías y el arte con máscaras de yeso forman parte de la metodología que aplican porque algunos participantes tienen dificultades para leer y escribir, e incluso algunos derechamente son analfabetos. “Por ejemplo, para explicarles el plan de tratamiento individual usamos juegos que hemos llamado el Morrópolis, un tipo de ludo en el que están sus metas. Así ellos entienden mejor”, agrega.
La trabajadora social, Mackarena Muñoz, asegura que lo que más le gusta de su trabajo en Los Morros con estos jóvenes es también lo que menos le gusta: “Ayudarlos implica darte cuenta de su dolor, verlos excluidos y violentados por instituciones que debieron protegerlos, y una tiene que tratar de ponerle color a esas vidas que en realidad están súper oscuras. Nosotros usamos una metáfora del faro para explicarles qué es el programa, es el vínculo, el cariño y la aceptación. No podemos cambiar su historia. En los hitos de egreso, lo que más agradecen tanto ellos como sus familias es el trato. Acá ellos pueden venir llorando, cansados, a un lugar que los acoge y donde pueden dormir, ducharse y descansar. Es sobrevivir con una cuota de cariño”.
Entre los casos que más le han impactado señala el de una pareja de hermanos, ambos consumidores de pasta base. Su padre había fallecido de cirrosis y su madre, de cáncer. Crecieron en instituciones del Sename y para ellos, la calle era su familia. “Pero en la calle los códigos son distintos y corren muchos peligros. Tienes que ser choro, hacerte parte del robo o de la violencia. Una dosis de pasta base cuesta desde 500 a mil pesos. También ha aparecido mucho el consumo de pastillas: clonazepam y diazepam. Cada pastilla cuesta mil 500 pesos y su consumo no es tan evidente como el de pasta base. En este momento, la mitad de nuestros jóvenes identifica como problema de consumo las pastillas. No tiene un deterioro físico tan evidente y rápido. Las muelen y las mezclan con cocaína y la inhalan. El jarabe lo mezclan con alcohol. La marihuana krippy tiene pasta base y produce alucinaciones. Hay quienes roban para consumir y otros consumen para poder delinquir. Les da más coraje”.