Nov
2019
El Mewi Soto y sus Hijos de la Calle
A los 18 años era voluntario del Hogar de Cristo y hacía catequesis a niños en situación vulnerable en Renca. Hoy, a través de la ONG Hijos de la calle que dirige y que cuenta con el apoyo de Fundación Acción Solidaria, sigue ayudando a quienes más lo necesitan en su comuna. A él no le cuentan cuentos; sabe lo que es la pobreza dura porque ve su rostro día a día.
Por Jacqueline Otey A.
Mauricio Soto (47), el “Mewi”, como le dicen, es padre de tres hijas, trabaja en un emprendimiento familiar, pero su vocación de servicio social lo llevó desde muy joven a ayudar a personas de pobreza extrema en Renca, la comuna donde nació y vive junto a su familia. Hoy sigue trabajando incansablemente para apoyar a quienes tienen menos y necesitan no sólo ayuda material, sino ese abrazo auténtico que les indica que con cariño nada está perdido.
Con orgullo cuenta que comenzó a trabajar como voluntario el año 1992 en el centro abierto Padre Alberto Hurtado de la Fundación Hogar de Cristo de Renca. “Hacía catequesis a los niños que llegaban a ese lugar. Yo tenía 19 años y les llevaba galletas y bebidas los sábados. Sin embargo, un día se me ocurrió ir a conocer el sector donde vivían, que sólo quedaba a diez cuadras de mi casa. Al llegar me di cuenta de su realidad, que muchos sólo comían lo que les llevaba yo el fin de semana. Ese día algo cambió en mí y comencé a trabajar con ellos y sus familias de manera mucho más cercana”.
Mewi comenta que cuando se cerró el Centro en 1998, él y su pareja de toda la vida siguieron trabajando voluntariamente con el entorno y el 2001 creó la organización no gubernamental Hijos de la Calle. “Desde ese momento, pasamos a ser un tercero del Hogar de Cristo. Eso nos permitió ir con los chiquillos a campamentos en Lampa, tener apoyo del Programa de Calle y trabajar en distintas instancias que el Hogar manejaba. Pero también empezamos a contar con el respaldo del municipio, de otras ONG y de algunas familias y empresas. Así logramos hacer por mucho tiempo las Caravanas de Navidad siguiendo los pasos del Padre Hurtado. Juntábamos más de mil juguetes que repartíamos en los campamentos de la comuna”.
Actualmente la ONG trabaja con niños, jóvenes y adultos que viven en pobreza extrema en la comuna. Es un colectivo familiar que se preocupa de la reparación de hogares y mediaguas, entrega de alimentación en un comedor y apoyo de distinto tipo a las familias, incluso ayuda jurídica.
Mewi indica que Hijos de la Calle es un espacio que les permite a las personas que asisten relacionarse con una familia, ya que muchos están solos debido a sus historias de vida. “Esto es muy importante porque la vinculación es la primera etapa del proceso de reparación, pero requiere de tiempos individuales. Para algunos se trata de un año, para otros cinco y, pese a que es posible salir adelante, hoy después de 25 años me pesan todas las víctimas que no logramos rescatar, como los niños que llegaron al Sename, las jóvenes que terminaron prostituyéndose o las familias completas que están sumidas en el consumo de droga o en el narcotráfico… todos ellos se vincularon con un monstruo que pisa fuerte”.
Con dolor afirma que casi el ciento por ciento de las personas que llegan al programa, enfrentan situaciones difíciles. “Viven en hacinamiento, situación de calle, tienen viviendas precarias, sin acceso a luz, agua o a un baño. Muchos hacen trabajos esporádicos, desarrollan estrategias de sobrevivencia para alimentarse, como ir a recolectar comida a la feria, y hay quienes simple y sencillamente no comen. Algunos niños aprendieron a no tener hambre. Para mí todos ellos son héroes”.
Actualmente la ONG funciona en un espacio que comparte el Hogar de Cristo con la capilla San José de Renca, en el barrio Valle Central de la comuna. “Ahí viven familias muy pobres y, al comienzo, cuando llegamos los jóvenes nos apedreaban. Por mucho tiempo, ahí dimos once los días sábados, pero este año lo extendimos al almuerzo y empezaron a llegar muchas más personas. Quienes cocinan son mujeres de ese mismo lugar que llevan años ayudando en el programa. Son las ´mamás´ de esos cerca de 95 niños y jóvenes que acuden cada semana. Ellas son tremendamente empáticas, fuertes y organizadas y acogen a los chiquillos con cariño. Son alrededor de 15 mujeres que junto a 16 adultos mayores conforman el corazón del colectivo. Ellos son la gerencia y yo, el socio estratégico”.
Afirma que al comedor cada semana acuden 120 personas aproximadamente y su responsabilidad es conocer la realidad de cada uno de ellos. “Lo encantador de todo esto es que ellos saben que pueden traer personas a este lugar y siempre llegan con alguien que está peor que ellos, que también están excluidos. Ahí mi pega es generar vínculos, mejorar calidad de vida, integrarlos, que no se sientan solos, aceptarlos tal cual son”.
Con una gran sonrisa y los ojos muy abiertos, comenta que desde la pobreza dura ha visto salir adelante a jóvenes. “He visto convertirse en profesionales y en no profesionales, pero en trabajadores competentes, a personas que han pasado por instancias de abuso y maltrato y hoy tienen una vida diferente”.
La vocación de servicio de Mewi lo acompaña desde niño. “Nací al lado de ollas comunes, en un barrio donde murieron personas producto de la violencia callejera. Soy poblador y hoy aunque tengo la suerte de que mi familia tiene un emprendimiento y puedo comer tres veces al día, lo que es un privilegio, nunca me he olvidado de dónde vengo ni de mis vecinos”.
Este año la labor del fundador de Hijos de la Calle fue premiada por la fundación Camiseteados, que anualmente elige a 7 ciudadanos que, de manera extraordinaria, trabajan para construir las soluciones que el país necesita a partir de la colaboración y la solidaridad. “Un grupo de amigos me postuló. No me gustan estas cosas, pero por más que uno se esconda, igual lo ven a uno”, concluye.