Directora Ejecutiva Súmate: Compromiso y desesperación
¿Qué futuro les espera a los 35.548 jóvenes de la Región Metropolitana que en 2016 “desertaron” del sistema escolar?, se preguntaba Soledad Alvear en estas páginas.
Ninguno, mientras no existan más y mejores escuelas de reingreso. A nivel país, son 77.554 niños y jóvenes los que han “desertado” del colegio, verbo injusto, porque desertar implica irse voluntariamente y lo que en la mayoría de los casos les ha sucedido es que fueron excluidos del sistema escolar por sus historias familiares conflictivas, sus precarias situaciones económicas y sociales, por un embarazo adolescente o por haber incurrido en consumo problemático de alcohol o drogas. En suma, por la pobreza de todo tipo en que han crecido y que los ha vuelto desconfiados, temerosos, desesperanzados.
Tal como afirma la ex ministra, las escuelas de reingreso son salvadoras. El único pasaporte que puede abrirles la esperanza a un futuro mejor, que no este secuestrado por el delito, el consumo problemático, el Narco del que hoy todos hablan.
Compromete y desespera ser parte de la solución, porque como directora de Súmate, fundación del Hogar de Cristo que mantiene 5 escuelas de reingreso, así lo siento. Compromete porque he visto cómo cambian cuando vuelven. Juntos, logramos sacar la mejor versión de ellos. Las escuelas de reingreso son un espacio de nivelación, donde se reencuentran con sus habilidades socioemocionales, desarrollan predisposición al aprendizaje y constatan que es posible construir una sociedad más solidaria, donde ellos caben.
Conozco decenas de casos de jóvenes que vuelven desesperanzados después de haber experimentado un trabajo precario en la construcción o en la feria, y que, al cabo de un tiempo de proceso educativo, en pocos meses, vuelven a confiar en sí mismos y se van sintiendo orgullosos de sus habilidades y logros. He vivido emocionantes reencuentros entre padres e hijos en una celebración de Fiestas Patrias o en el Día de la Familia. Y está también la amistad. Los cabros en la poblaciones más duras saben que los de la pandilla son amigotes útiles, no amigos de verdad, como los con que se reencuentran en la escuela, de esos que apañan en serio. Todo eso pasa en la escuela, por lo que es fundamental que regresen.
Lo único que requieren esos jóvenes para hacerlo es saber cómo volver. Y aquí es donde me desespero, porque necesitamos más escuelas de reingreso. Porque, habiendo tan pocas -no más de 15 en todo el país, las que atendemos apenas al 3% de la población excluida-, muchos no alcanzan a verlas.
Tampoco parece verlas el gobierno, ocupado en entregar educación superior gratuita, sin acordarse de estos 77.554 niños y jóvenes a los que no está garantizándoles su derecho a la educación, y que incluye a un tercio de los que están en el Sename.
Me desespero porque desde 2015, la glosa presupuestaria destinada a las escuelas de reingreso se ha ido reduciendo a razón de mil millones por año y para el presupuesto 2018 que se discute en el Senado está más escuálida que nunca, pese al aumento de las platas para Educación. ¿Cómo se explica esto si hay consenso en que la escuela de reingreso es salvadora? Que alguien responda.