Sep
2016
Cristián Campos: “Alberto Hurtado es un baluarte para seguir creyendo en Dios”
Pasó agosto y cambió de folio: el 31 del mes de los gatos uno de los galanes de teleserie más imperecederos y estables de la escena nacional, Cristián Campos, cumplió 60 años y el hecho lo remeció.
“Nunca había entendido esa mala onda con la edad. Pasé los 30, los 40, los 50, siempre sintiéndome joven por dentro, en ese espacio interior donde dicen que uno nunca tiene más de 35, pero ahora la cifra -60 años- me pareció tan contundente, que entendí los amigos que se deprimen para sus cumpleaños. Comprendí a Jaime Vadell, que siempre se ha resistido a decir su edad, aunque con internet esas coqueterías son inútiles. Todo está en la Wikipedia”.
Padre de Pedro, 30, y de Antonio, 28, ambos actores, nacidos de su matrimonio con Claudia Di Girolamo, tiene con su segunda y actual mujer, la también actriz María José Prieto, a Julieta, de 6. “Cuando se me ocurrió ser padre a los 54, les dije que no se les ocurriera hacerme abuelo todavía. Que estaba prohibido, que tenían que acompañarme al parque a llevar a su hermanita a columpiarse y jugar con ella”, bromea, con cierto fondo de seriedad. Luego, con el mismo tono, dice: “Mi mujer tiene 21 menos que yo, lo que tampoco es muy tranquilizador”.
No es vanidad, sino conciencia de que, como dice la canción, “el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos”. Varios elementos se conjugan en esta preocupación. “Poco antes de los 60, postulé a un taller de dramaturgia en la Finis Terrae, que dicta Marco Antonio de la Parra. Quedé aceptado y también Mauricio Pesutic, que es otro papata”.
-¿Qué es un papata?
-Una mezcla entre papá y tata, lo que somos nosotros. Mauricio inventó el término. En ese taller todos estamos escribiendo una obra de teatro y la mía trata sobre la vejez. Se ambienta en una casa de reposo y el protagonista es un viejo, como mi padre.
-¿Cómo es tu papa?
-Tiene 96, está lúcido y cuenta unos chistes muy fomes. Vive junto a su segunda mujer. Los Campos son bien longevos. No entiendo para qué vivir tanto; la vejez es el horror. Mi papá se aburre y se queja mucho. Y, como está consciente, sufre. A la larga, estar senil puede ser una fortuna, quizás se sufre menos. Mi papá es arquitecto y en los años 50 cantó en Los Huasos Quincheros. Era guapo, con sus ojitos azules, muy alegre.
-¿Qué es lo que más te asusta de la vejez?
-El peinar la muñeca, pero también que es triste en sí misma. Mi papá está sano, pero no tiene ninguna ventaja. Sus amigos han muerto. No le gusta la televisión actual. No entiende internet ni el celular. Se ha ido aislando. No está sordo, pero es como si lo estuviera. Resulta un contrasentido que con los avances de la medicina la gente viva más, pero deje de ser productivo tantos años y reciba unas pensiones miserables.
-¿Cuál es en tu caso el primer síntoma del paso de los años?
-La incapacidad de carretear. El que te tomas un vodka de más y pasas tres días hablando en susurros. Y la energía. Yo antes hacía TV, clases, teatro, tenía un carretito por allá, todo junto y tan campante. Ahora todo está más ordenado. Si hago teatro, trato de no estar en televisión. Y si se me juntan las dos cosas, ando pidiendo agüita, con el balón de oxígeno en el auto.
-Tu visión de la vejez suena tremenda.
-No. Me encanta el tema de los viejos, me gusta reflexionar sobre ellos, porque es también pensar sobre la muerte, que nos asusta tanto. Veo cómo al irse acercando al final, se van soltando los filtros, y eso es bueno, más en Chile donde nos reprimimos tanto. Los chilenos estamos llenos de eufemismos y verdades a medias, por eso es notable escuchar a mujeres como la Delfina Guzmán y la Gloria Münchmeyer, que dicen unas cuestiones que a uno le hacen pensar qué maravilla, qué libertad. Ellas no tienen nada que ver con monos; dicen lo que les sale de adentro.
También, en muchos casos, es el momento de la aproximación a Dios, como le sucedió a Roberto Parada, “un viejo y notable actor, comunista toda su vida, que murió en la Unión Soviética. Se cuenta que cuando estaba en sus últimos momentos, pidió un cura para que le diera la extremaunción. Siempre me impresionó ese dato, porque él era el paradigma del ateo. Eso es parte de lo que quiero mostrar en la obra de teatro que estoy escribiendo. También me interesa esa mezcla que se produce entre lo real y lo imaginado, entre lo olvidado del presente y lo que se recuerda con frescura de la lejana niñez.
-Estás aludiendo al Alzheimer…
-A la mamá de Elena Muñoz, la actriz, le dio Alzheimer, y su papá la trasladó a un asilo, donde él también ingresó, aunque estaba perfecto de la cabeza. Estuvieron juntos hasta que ella murió. Cuando eso pasó, él se quedo adentro. Se había convertido en algo así como el presidente de curso, el mejor compañero de todos. Hay otra historia que me metió en el tema de la vejez y su sentido. Cuando fui agregado cultural en Estados Unidos, tomé un curso de escritura con Roberto Brodsky. Fue justo cuando él publicó su mejor libro: “Bosque quemado”. Es la crónica del deterioro de su padre a causa del Alzheimer. Su papá era un médico exiliado, un hombre inteligente, noble. Nunca he leído ni visto tan bien descrito cómo la enfermedad va diezmando a la persona. Se titula así porque el neurólogo les decía que el cerebro de su padre se había convertido en un bosque quemado.
Recientemente ha visto muchas películas sobre este tema específico, que lo han llevado a plantearse el porqué de la prolongación exagerada de la vida y las profundas cuestiones éticas asociadas, como la eutanasia en oposición el ensañamiento terapéutico. “¿Tiene sentido vivir enchufado a una máquina? ¿Hay hálito divino en el funcionamiento mecánico de un pulmón o de un corazón?”.
-¿Esta preocupación te ha llevado a hacer algún trabajo social vinculado a los adultos mayores?
-Honestamente, no. Los viejos me conmueven, pero ha sido de lejos hasta ahora. La madrina de mi hija va a una Fundación, donde limpia, alimenta, muda a abuelos. Me impresiona lo que hace.
Aunque no se ha dado el tiempo para hacer voluntariado, siempre ha tenido sensibilidad social. Quizás se deba a que lo marca la provincia, el haber nacido en el extremo austral. “Mi papá era empleado de la ENAP y fue trasladado a Punta Arenas donde nacimos tres de sus cinco hijos. Viví allá hasta los 11 años. Salíamos del Colegio Alemán de Punta Arenas, almorzábamos en la casa y nos íbamos a esquiar con los hijos de las peluqueras, porque mi mamá tenía una peluquería. No había clases sociales separadas, esa segmentación tan grande que existe en Santiago, era puerto libre, se vivía un ambiente medio europeo, medio argentino. En la noche todos patinábamos sobre el hielo de la laguna del regimiento Pudeto, mientras el orfeón tocaba valses”.
Recuerda que cuando volvieron a radicarse en Santiago, hablaba del “birome” en vez del lápiz de pasta y todos le envidiaban sus blue jeans importados. También cuenta que su vocación histriónica es de siempre. A Sara, su hermana melliza, ya en kindergarten le decían “qué suerte la tuya que tienes un hermano payaso”.
Aunque quedó en Arquitectura en la Católica, su papá lo autorizó a entrar a Teatro y “sacarse el gustito” por un año. Ahí se quedó, porque fue “inmensamente feliz” y lo sigue siendo.
-Has hecho 34 teleseries en tu vida, incluyendo “Preciosas”, pero muchos siguen asociándote a la serie donde encarnaste al padre Hurtado. ¿Cómo te ha marcado eso?
-Fue una idea de Ricardo Miranda, productor del Canal 13, a comienzos de los 90. Él era muy católico y estaba obsesionado con el padre Hurtado. Tenía muy buen ojo para lo que le haría sentido a la audiencia. Fue una serie muy trabajada, muy preparada, casi como se hace teatro. Conversé con decenas de curas, hice retiros, incluso en los mismos lugares que los hizo Alberto Hurtado, entrevisté a quienes lo habían conocido, revisé películas y audios de él.
En sus tiempos de agregado cultural en Estados Unidos, cuenta que le llegaban cartas de Iowa, de Minnesota, “de señoras gringas muy católicas, que habían visto la serie por cable y querían conocerme”. Desde que tiene Twitter recibe regularmente “testimonios emocionantes de personas a las que esa producción les hizo recuperar la fe o encontrar el sentido de la vida. Los jesuitas dicen que les ha servido mucho para estimular las vocaciones”.
-¿Y en lo personal, qué te pasó?
-Me aportó mucho, porque es un personaje notable. Era un hombre santo, un gallo muy limpio, que sabía donde tenía que estar, aunque eso significara pasar sobre la autoridad. Él no dormía, no paraba y ponía toda su capacidad al servicio de los pobres, porque no se perdía en una cosa: el pobre es Cristo y el pobre está en la calle pasando frío y hambre en este momento. Su pregunta ¿es Chile un país católico? es crucial y actual. Yo pienso en eso cuando veo tanta pegatina pro vida, haciendo que el que conduce ese jeep con calcomanía se sienta tan satisfecho de sí mismo, tan buena persona…
-Su canonización, ¿reforzó tu imagen de él?
-No, no necesité la anuencia de la curia romana para admirarlo. Desde que lo conocí, muy profundamente para poder interpretarlo, lo considero un pro hombre, un personaje excepcional de la historia de Chile.
-¿Habría algún otro comparable?
-Cuando estuve casado con Claudia Di Girolamo, cuyos papás son muy católicos, tuve la fortuna de conocer a Mariano Puga, que sigue trabajando en las poblaciones. Lo recuerdo llegar en bicicleta, sin calcetines en invierno, con una austeridad conmovedora. Él es comparable. Esos curas son los baluartes, los que a uno le permiten seguirle dando crédito a la Iglesia Católica.
-¿La edad te ha vuelto descreído?
-Yo quiero creer en Dios, pero han ido cambiando mi creencias. Uno es más limpio e inocente cuando es más chico. Yo lo veo en mi hija, a la que pusimos en un colegio católico tradicional, aunque yo tenía algunas reservas. Puede sonar medio cínico pero he ido descubriendo la utilidad de la fe a escala infantil. Siendo adulto, hay que tener duro el cuero de la fe para soportar las pruebas que nos han puesto para mantenernos fieles a esa “plataforma espiritual “que es la Iglesia Católica. Y el padre Hurtado es un bastión para seguir creyendo.
Por Ximena Torres Cautivo