en la ruta del Padre Hurtado
“Comienza por darte. El que se da, crece”
Alberto Hurtado
1. Un Hogar que es de Cristo
En el transcurso de su vida el padre Alberto Hurtado pudo reconocer por gracia que el pobre es Cristo. Así, su amor y entrega a Dios la manifestó en servir y amar a sus hermanos: sus patroncitos, “los preferidos de Cristo”, buscando entonces acoger a quienes padecían las injusticias de nuestra sociedad, dándoles techo y pan, pero sobre todo tratándolos conforme a su dignidad de seres humanos, con amor.
Al mismo tiempo se dedicó a promover las reformas estructurales de la sociedad, necesarias para atacar los males de la miseria. Cristo no tiene Hogar decía, y por eso surge esta inmensa obra llamada Hogar de Cristo.
2. La acogida del pobre
La acogida del pobre es una actitud hacia nuestros hermanos que implica sentir en nuestro propio corazón sus sufrimientos y tristezas. Esto nos hace pensar en las personas que no tienen hogar, que son rechazadas o discriminadas, que incluso pueden convertirse en ‘desechables’ social y culturalmente.
Desde una visión humanitaria que valora a toda persona en su dignidad, nos sentimos llamados a darles un lugar, acogiéndolos con ternura, con amor y respetando su valor intrínseco de persona.
“Cristo vaga por nuestras calles en la persona de tantos pobres dolientes, enfermos, desalojados de su mísero conventillo. Cristo, acurrucado bajo los puentes en la persona de tantos niños. ¡Cristo no tiene hogar! ¿No queremos dárselo nosotros? “Lo que hagan al menor de los pequeños, a Mí lo hacen”, ha dicho Jesús.” (Alberto Hurtado)
3. El anhelo de transformaciones sociales y estructurales
El Padre Hurtado buscó incansablemente cambios estructurales en nuestra sociedad. Su vida estuvo marcada por un anhelo de transformación social que se expresó a través del Hogar de Cristo, cuestionándonos e invitándonos a ser parte de la causa que busca justicia social.Si bien como Hogar de Cristo funcionamos económicamente en base a las donaciones de personas y organizaciones diversas, no nos configuramos como simples administradores de la limosna. Queremos relacionarnos con todos quienes se vinculan a este mundo de la solidaridad, despertando en ellos la conciencia social, cuestionándolos para propiciar la generación de movimientos hacia los cambios que necesitamos como sociedad.
De aquí la ineficacia de la filantropía, de la mera asistencia, que es un parche a la herida. La miseria del pueblo es de cuerpo y alma a la vez. Proveer a las necesidades inmediatas, es necesario, pero cambia poco su situación mientras (…) que no se llega a suprimir o al menos a atenuar las opresiones y las injusticias, mientras no se asocia a los humildes a la conquista progresiva de su felicidad. (P. Alberto Hurtado, ¿A quiénes amar?, 1947)
4. El sentido del pobre en el Padre Hurtado
Desde su profunda espiritualidad y aguda mirada social, San Alberto pudo descubrir por gracia tres capacidades: identificarse con el pobre, identificar al pobre con Cristo, y actuar coherentemente con lo anterior. El Padre Hurtado nos invitaba a identificarnos con el sufrimiento de cualquier hermano o hermana, sintiendo sus dolores y sus angustias como propios, a no quedarnos tranquilos ni descansar mientras exista un dolor que mitigar.
Esta enorme valoración del hermano que sufre, nos motiva también a querer estar en contacto con el pobre, ir a su encuentro, “esos dolores son nuestros, no podemos desentendernos de ellos. Nada humano me es ajeno” (La búsqueda de Dios, p. 146);
5. Los pobres son nuestros maestros
A través del tiempo hemos generado muchos aprendizajes, especialmente en el contacto constante con la pobreza, la miseria y la marginación. Los rostros que hemos ido conociendo nos han dejado enseñanzas profundas. De ellos aprendemos a trabajar cada vez de forma más respetuosa e inclusiva. Ya no solo trabajamos con los niños y los adultos mayores en situación de calle, sino que reconocemos nuevos espacios de intervención: las mujeres, las enfermedades mentales, las adicciones, los jóvenes, entre otras.
Reconocer que los pobres son nuestros maestros, significa reconocer su dignidad de personas y valorar su perspectiva de vida: “bajo los harapos de pobre y bajo esa capa de suciedad que los desfigura por completo, se esconden cuerpos que pueden llegar a ser robustos y se esco
nden almas tan hermosas como el diamante.” (Alberto Hurtado, Tradición oral).
6. Los encuentros transformadores
El Padre Hurtado comenzó esta gran obra luego de tener dos encuentros decisivos que lo impactaron y lo transformaron. Y es que él reconoció en la señora enferma y en la persona en calle al mismo Cristo, y pudo tocar con sus manos su miseria, su dolor y sus tristezas:
«… de esos pobres hermanos nuestros, hijos del mismo Padre Dios que vagan por las calles sin tener donde cobijarse, si no es debajo de los puentes del [río] Mapocho, o en el hueco de una puerta de calle, como los hemos encontrado tantas mañanas de invierno tiritando de frío, medio muertos por el hielo de la noche. Recuerdo una pobre mujer recogida en una casa caritativa cuando caía víctima de inanición, a la que fui a asistir como sacerdote y murió al poco tiempo de hambre y del dolor de sus largas privaciones… Recuerdo hace pocos días, uno de esos lluviosos de primavera, un pobre hombre con una amigdalitis aguda, tiritando, en mangas de camisa, que no tenía donde guarecerse» (El Mercurio, 22 diciembre 1944).
Esta experiencia transformadora no pudo dejarlo indiferente, sino que lo desacomodó aún más y lo impulsó a soñar con un cambio y una intervención social que sí eran posible.
“Preocúpense que haya respeto al pobre: sus camas, que no falten cucharas, platos, etc. Trabajen por la dignidad del pobre, es Cristo a quien sirven. Que haya en el Hogar contacto con el pobre, vayan a Chorrillos, busquen al pobre con amor y respeto… Que no se desvirtúe esa llama de caridad del Hogar de Cristo para convertirse en una caridad fría”. (Alberto Hurtado, Diario de Marta Holley).