Este profesor de Historia, andacollino de nacimiento y educado en Coquimbo, inauguró en tiempos de pandemia un Espacio de Reingreso Educativo, en el Centro de Educación Integrado de Adultos (CEIA) de Andacollo, que dirige. Con tablets en préstamo, con plan de datos pagado, 25 jóvenes de entre 15 y 19 años se conectan a diario con la escuela para recuperar los años de educación perdida.
Por Ximena Torres Cautivo
Cumple 20 años el próximo 12 de octubre, día en que se celebra el encuentro de dos culturas, al que antes le decíamos descubrimiento de América o, peor todavía, Día de la Raza. Aún con 19 años e indiferente a estos conflictos histórico-culturales, porque él tiene “otros dramas”, nos cuenta que está cursando primero y segundo medio en el Centro de Educación Integrado de Adultos (CEIA) de Andacollo, comuna de vocación minera, ubicada al interior de la región de Coquimbo.
Lo está haciendo en un programa inédito, más aún en estos tiempos pandémicos en que las clases presenciales están suspendidas y todo pareciera haberse detenido: asiste de manera virtual a un Espacio de Reencuentro Educativo (ERE), uno de los dos que está desarrollando el Servicio Local de Educación Pública Puerto Cordillera en alianza con Fundación Súmate y financiado por el Ministerio de Educación en sendos establecimientos educacionales de la región. Uno está en la ciudad de Coquimbo y el segundo en Andacollo.
Los Espacios de Reencuentro Educativo buscan reincorporar a adolescentes y jóvenes que estaban fuera del sistema escolar por su alta vulnerabilidad social para que logren “sacar los estudios”, en sus palabras, además de recuperar su trayectoria escolar interrumpida, la seguridad en sí mismos, la capacidad de trabajar en equipo. Una tablet con plan de datos entregada en préstamo por el programa en un convenio firmado entre el establecimiento, el apoderado y el alumno, les permite conectarse y así estudiar de nuevo.
“Tenemos un chat en el que nos comunicamos los del curso”, explica este joven que vive “al lado de los Bomberos, en la población de la Católica de Andacollo”, y que es el mayor de 6 hermanos. Cuenta que sus papás están separados. Su mamá vive en Paihuano, en el valle del Elqui, con tres de sus hermanos, y él está acá con su abuela paterna y su padre, la nueva pareja de él y sus medio hermanos. “Mi papá trabaja en la minera y yo también. Hago operación de izaje del camión grúa. Quiero tomar el curso para ser Riggert, ayudante de camionero, un trabajo piolita, pero para el que se necesita el cuarto medio”, explica.
Cuando le preguntamos el porqué de su rezago escolar, nos dice:
–Dejé de ir al colegio, porque tenía problemas con los cabros de otra población, que está para allá arriba. Ellos son de otro equipo de fútbol. Había peleas, dramas, era como una enfrentamiento.
–¿Como una guerra de pandillas?
–¡Eco!, pero ahora yo he cambiado. Ya no me meto en dramas. Paso en mi casa, voy del trabajo a la casa. Después de que me apuñalaron, cambié. Fue una noche en que salí con un amigo y vino un loco y me tiró un corte al cuello y yo puse la mano y me la cortó, además de darme otras cinco puñaladas en la espalda. Una me tocó un pulmón, otra un riñón. Quedé muy mal. Estuve varios meses en recuperación. El cabro está en prisión preventiva y siempre ha vendido cuestiones ilegales, pero yo no quiero eso. Yo he cambiado.
Él está decidido a aprovechar el Espacio de Reencuentro Educativo donde espera sacar cuarto medio el año 2021. “Con esto del coronavirus está todo más tranquilo. Yo estoy recién enchufándome en los estudios. A mí lo que siempre me ha costado es el inglés y lo que me gusta mucho son las matemáticas. Me atraen”, dice, disculpándose porque nos tiene que cortar. Onur, su perro con nombre de galán de teleserie turca, se salió del antejardín y arrancó para la calle.
LOS NECESARIOS RITUALES: GRADUACIÓN, PASEO DE CURSO
-Este año debutamos con un Espacio de Reencuentro Educativo en el establecimiento que dirijo, el CEIA de Andacollo, que es el único Centro de Educación Integrado de Adultos público del servicio local en la región. Para nosotros fue una gran oportunidad para tomar a chicos desescolarizados y conseguir que vuelvan a estudiar –explica Sergio Honores (38), el director de este Centro que se inauguró en 2006 y que hoy cuenta con 100 alumnos. Un gran número para una comuna pequeña, de sólo 11 mil habitantes.
El CEIA permite regularizar estudios desde séptimo y octavo básico a personas de 15 años en adelante. Y en educación media ofrece un primer nivel, para cursar primero y segundo medio, y un segundo nivel, para hacer tercero y cuarto medio, desde los 17 años de edad. Se hacen dos años académicos en uno. Y ahora cuentan con estos Espacios de Reencuentro Educativo, donde hay 25 alumnos inscritos, que funcionan como un curso en sí mismo.
-La pandemia nos ha hecho cambiar nuestras percepciones del trabajo que veníamos desarrollando. Nuestra comuna tiene una alta proporción de alumnos vulnerables, sin acceso a internet ni computador, por eso hemos ido buscando cómo hacer, trabajando vía Whastapp, entregando carpetas y contenidos en video que los mismos profesores graban. Diría que un 60 por ciento de nuestros estudiantes está contactado y conectado. La crisis sanitaria ha obligado a todos a buscar sistemas educativos alternativos, más flexibles, mucho más facilitadores del aprendizaje. Esto nos ha cambiado la lógica. Aunque somos animales de costumbres, reacios a los cambios, hemos ido adaptándonos. El coronavirus ha sido además una tremenda cachetada para los estudiantes, pero el trabajo sigue, continúa con buenas respuestas, en continuidad y permanencia.
-¿Cuál es el perfil de los alumnos de este nuevo Espacio de Reencuentro Educativo que inauguraron en condiciones tan especiales?
-Ellos presentan en su mayoría uno o dos años de desescolarización, muchos acarrean experiencias de repitencia. Tienen entre 15 y 19 años, pertenecen a familias disruptivas y han abandonado la educación por diversas razones, propias de contexto. Su manejo de contenidos y competencias para el estudio son muy bajos y elementales. Diría que, en promedio, su nivel académico corresponde al de quinto básico. Son chicos con altos niveles de frustración escolar y de todo tipo de frustraciones, en realidad. Pertenecen a una generación que vio a sus demás compañeros avanzar, mientras ellos se iban quedando atrás.
-Con esa descripción, parece bien desafiante lograr su inclusión educativa…
-Al comienzo, cuando partimos con las clases o reuniones iniciales vía Zoom o Meet usando las tablets, la mayoría no activaba su cámara, revelando su baja autoestima o sus limitadas habilidades sociales. Lo interesante es que de un tiempo a esta parte, han encendido sus cámaras, participan, respetando los tiempos, se muestran interesados, vivaces, echan la talla. Eso es muy estimulante para nosotros y muy bueno para ellos, porque están reconciliándose con un proceso educativo que les había sido negado.
Los 25 alumnos –hombres en su mayoría– comienzan sus clases virtuales a las 12 del día. “Tengo a varios muchachos que trabajan en construcción o en minería y se conectan desde las pegas con autorización de sus jefes”, explica Sergio Honores. Y se embala, cuando le preguntamos qué resultados espera de estos Espacios de Reencuentro Educativo en estos raros tiempos de pandemia. Dice: “La meta es que logren un manejo conceptual del currículo que les corresponde y que, en algún minuto, se conecten a la modalidad regular de estudio. Esto no tiene tanto que ver con cómo llegar al estándar académico, sino con una cuestión mucho más profunda de la que carecen. Te lo ejemplifico: estos estudiantes nunca han tenido una licenciatura. Me refiero a la foto de todo el curso, a la graduación, a la ceremonia o al paseo de fin de año. Eso no es trivial, tiene un valor mucho más grande de lo que parece. Hay pertenencia, logro. Es una especie de currículum oculto ese de dar valor e importancia a los rituales. Estos chicos se perdieron, nunca han tenido esos momentos significativos que en la vida de todos tienen impacto y permanecen en el tiempo. Personas adultas de nuestro CEIA hablan con emoción de aquella vez que fueron a Parque Fray Jorge o al Bosque Petrificado del Valle Transversal con el curso, le dan valor”.
El director de este CEIA es un orgulloso andacollino, aunque pasó su adolescencia e hizo sus estudios en Coquimbo. También es profesor de historia y desde 2015 dirige este CEIA. “Aquí el 40 por ciento de los alumnos tiene más de 18 años; la mayor es una señora de 60 años que ya está en el cuarto nivel. Es de un sector rural de Andacollo y trabaja como dependienta en un negocio”.
-¿Qué la impulsa a ella a recuperar su trayectoria escolar a esta altura de la vida?
-En los CEIA yo distingo tres grupos de alumnos: los que buscan sacar su enseñanza media para ayudar a sus hijos y nietos con el trabajo escolar. Ella se ubica en este primer grupo. Luego, están los que necesitan un cartón por razones laborales y obtener así una mejor remuneración; y hay un tercer grupo al que, por circunstancias culturales, sociales, familiares, les fue negada la educación y se han quedado con una espina clavada y punzante que puede convertirse en una frustración permanente o impulsarlos a retomar lo que perdieron.
Los chicos que asisten por ahora de manera virtual a este Espacio de Reencuentro Educativo en el CEIA de Andacollo, pertenecen a este tercer grupo. Como detalla el director Honores: “Tenemos entre ellos hartos casos de alumnos judicializados. Yo sueño con que parte importante de ellos, ojalá todos, logren recuperar su escolarización perdida. Que varios de ellos, que pasaron o se criaron en hogares o estuvieron en centros de detención juvenil, que han vivido en situación de permanente o recurrente abandono, con tremendos “dramas” familiares, donde homicidio y abuso, son comunes, logren reintegrarse a este espacio donde se les acoge y recuperen su educación. Uno no puede culpar a la mala suerte de la exclusión escolar: es necesario hacerse cargo y aquí lo estamos haciendo. Espero también que pronto todos podamos volver a asistir a clases de manera presencial, porque para todos nuestros alumnos la escuela es un refugio. Ofrece más de lo que uno cree en una primera mirada. Y eso, en pandemia, hemos aprendido a valorarlo”.