Por Liliana Cortés, directora de Fundación Súmate
En 2019, existían casi 250 mil profesores de educación media y básica en Chile, según cifras del Ministerio de Educación; el número había aumentado en un 3,3% respecto de 2018. Pese a eso y de acuerdo a un estudio de Elige Educar, se estima que en 2025 habrá un déficit de más 26 mil profesores idóneos en establecimientos educativos.
En paralelo, en el país hay 186 mil niños, niñas y jóvenes fuera del sistema escolar, a los que sumaron 40 mil en 2020 a causa de la pandemia. Son estudiantes que tiraron la esponja por una complejidad de causas, no sólo por sus dificultades de aprendizaje, sino por una suma de todos los males sociales posibles. Por vulnerabilidad y precariedad totales. En el Observatorio de Trayectorias Educativas, hicimos un decálogo de esas causas hace un tiempo. En esa lista conviven, entre otras, pobreza y escaso capital cultural de las familias, inasistencia crónica, consumo de alcohol y drogas, embarazo adolescente, estigmatización y falta de expectativas en sus capacidades. En esta última razón, la responsabilidad de los profesores es clave. Aquí un maestro capacitado, con vocación social y pedagógica, marca la diferencia.
Este 16 de octubre se celebra el Día del Profesor, porque es la fecha de la fundación del colegio del gremio, y en la ocasión me parece importante reconocer a los docentes que se juegan la vida en las escuelas y programas de reingreso educativo o de segunda oportunidad, como se les llama.
Para trabajar con los que todos reconocen como “estudiantes complejos” se requieren condiciones superiores, tanto en lo pedagógico como en lo humano. Fundamental, es el trabajo colaborativo. Acá el individualismo no corre. Los profesores de Súmate trabajan estrechamente con las duplas sicosociales –trabador social y psicólogo– y con los otros profesionales de la escuela para estar siempre alineados y abordar de manera coherente y profunda las necesidades de cada uno de sus alumnos y de sus familias.
Muy ligado a lo anterior, está el poner a sus alumnos al centro. Conocerlos como personas, no sólo en la sala de clases, sino en sus territorios y en sus realidades. Tener claro dónde, cómo y con quién viven; eso es lo que facilita una relación de confianza mutua. Destacaría además el hambre de aprender, de mantenerse siempre vinculados a su vocación, ese motor que, en cada caso, los llevó a estudiar pedagogía y a trabajar con y por los más vulnerables. Señalaría además el estar en contacto directo con la directiva de su establecimiento, entendiendo que así –juntos y entre todos– se fortalece el liderazgo y la influencia positiva del colegio en la comunidad.
Enseñar a aprender distinto a niños, niñas y jóvenes que cargan con la frustración de haber sido incomprendidos, estigmatizados, mal tratados por un sistema educativo sordo e indolente, es una tarea magnífica y gigantesca. Como se usa decir, hay que salir de la caja y abrir el corazón y el intelecto. A esos profesores que luchan por que sus alumnos recuperen su derecho a la educación y, con ello, consiguen herramientas para tener un propósito de vida al terminar la escuela, los saludo y le agradezco en su día, y eso incluye a todos los profes que suman en Súmate.