Nayadeth Vega y Romina Catalán son trabajadoras sociales del Colegio Padre Álvaro Lavín, de Fundación Súmate en Maipú, Trabajan en la búsqueda de niños, niñas y jóvenes que han dejado la escuela por distintas razones, desde económicas hasta por problemas de consumo o judiciales. Hoy notan lentitud en las matrículas para el 2022 y están preocupadas; las vacaciones son el peor enemigo.
Por María Teresa Villafrade
Los dos años que ya lleva la pandemia han significado un golpe importante a la labor que venían desarrollando con ahínco Nayadeth Vega y Romina Catalán, ambas trabajadoras sociales del Colegio Padre Álvaro Lavín de Fundación Súmate, en la comuna de Maipú, muy cerca del Metro Bueras.
Hasta el año pasado en Chile existían más de 186 mil menores y jóvenes de entre 5 y 21 años que abandonaron el sistema escolar, y las cifras entregadas por el Ministerio de Educación a comienzos de este 2021 reflejaron que otros 39.498 niños y niñas no se matricularon en ningún establecimiento este año. De estos casi 40 mil niños, un 53% (21.260) son hombres y un 46,17% (18.238) mujeres. En tanto, el nivel educativo con mayor índice de abandono escolar es primero medio (7.048).
En una carrera contra el tiempo para evitar que esto siga aumentando, la dupla formada por Nayadeth Vega, encargada de familia y comunidad en el establecimiento, y Romina Catalán, en conjunto con el equipo de formación –orientadores y encargados de convivencia– recorren las comunas de Maipú, Cerrillos, Estación Central, Pudahuel y Padre Hurtado, ya sea para visitar a los estudiantes que durante el año no se presentaron y saber de ellos o bien para buscar a quienes han estado excluidos del sistema escolar por mucho tiempo.
“Está todo muy lento porque hay muchos que dejaron de estudiar estos dos años de pandemia, no visualizan la importancia del estudio, nos dicen que no pasa nada si uno no estudia y ya tienen su ritmo de no ir al colegio. Prefieren quedarse trabajando en lo que tienen”, explica Nayadeth Vega, quien desde 2018 no veía una situación similar.
“Este año además el sistema de evaluación volvió un poco más a la normalidad lo que significó que muchos han reprobado. Son aquellos que no se presentaron nunca, no contestaron una sola guía pese a que hicimos las visitas y tampoco vinieron, son casos en que en realidad a una la dejan desolada”, acota.
Ella es tutora de primero medio B, nivel que, de acuerdo a las estadísticas, es el que más peligro de abandono registra. “Ha sido particularmente difícil, porque con el encierro no pudimos hacer las visitas domiciliarias y estas son una herramienta fundamental dentro de la dinámica para que los chiquillos se mantengan y vuelvan a la escuela. Ellos sienten que hay una preocupación cuando uno los va a buscar a sus casas, pero sin esa herramienta, tuvimos problemas con los contactos, con la permanencia. Fue bien complejo. Los alumnos lo tienen tan incorporado que te cuentan cuando ven a un compañero o compañera trabajando en una esquina, tienen asimilado que se corre peligro de que no vuelvan a estudiar”, agrega.
Producto de la pandemia, se dejaron de realizar actividades escolares motivadoras como el Día de la Familia, donde se preparaban bailes para que papás y hermanos fueran a verlos en la escuela. Tampoco se celebraron los cumpleaños de cada semestre por temas de aforo y de compartir la comida. “Sin embargo, los alumnos lo comentan a sus compañeros nuevos, quieren que vuelvan esas tradiciones”, dice.
VACACIONES PELIGROSAS
Con más aspectos en contra que a favor, Romina Catalán cuenta que están en pleno proceso de matrículas y advierte sobre el período de vacaciones que se avecina. “Nosotras vamos a las casas a buscar a los estudiantes, ver en qué están ellos, cómo está su familia, por qué no han ido al colegio o cuáles son los problemas familiares que han tenido en el último tiempo. Sobre todo a principio de año, porque muchos chiquillos se matriculan en diciembre pero en marzo siguiente tenemos que ir a visitarlos de nuevo porque sabemos que en las vacaciones pueden pasar muchas cosas y no tenemos contacto con ellos en esos meses. En el verano generalmente no tienen el mismo rigor y disciplina que les da la etapa escolar, a veces pasan situaciones en que nosotras, al conocerlas, podemos ayudarles y contenerlos”.
Entre las principales razones que se dan para la exclusión educativa figura la necesidad económica. Pero hay otras causas. Nayadeth Vega explica: “La mayoría, un 80 por ciento de los casos, comenzó a trabajar e incluso se ha transformado en el principal sustento de su familia. Otros se fueron a vivir en pareja, a ´buscar su vida´, como dicen, y un porcentaje menor es por razones de consumo problemático de drogas y, como consecuencia de ello, caen en actos delictuales. Hay casos en que son derivados a los centros semi cerrados o caen en prisión preventiva, entonces ya no pueden venir a clases”.
Ella personalmente los ha visitado y acompañado en esos difíciles momentos. “A veces no va nadie y ellos mismos no saben qué hacer, hacemos gestiones para que terminen el curso. Eso hace que después se cuestionen y se dan cuenta que el colegio estuvo con ellos en las buenas y en las malas, y si nosotros creemos en ellos hay un punto de inflexión, no en todos, pero sí al menos hay esa reflexión. He ido a Santiago 1, al centro semi cerrado de San Joaquín, a dejarles fichas y también los he acompañado a tribunales, a audiencias, es parte de nuestro trabajo social, principalmente para que se sientan acompañados”.
El objetivo es mantener el vínculo siempre. La trabajadora social recuerda con mucha alegría que el año pasado egresó un joven que ella había visitado en Santiago 1: “Después de un mes volvió y retomó sus estudios. Hace poco vino a contarme que está trabajando ´legal´, como dicen ellos, y le ha ido bastante bien, es un logro para todos. Cuando les va bien, la mayoría viene a contarnos y también vienen a vernos cuando están en su peor momento, saben que aquí hay un espacio donde van a encontrar ayuda y eso es muy importante para nosotros. Que se sientan con esa seguridad”.
Romina Catalán hace hincapié en que la falta de motivación proviene de carencia de apoyo en sus casas. “Muchos de los estudiantes nuestros no tienen una persona significativa, alguien que cada mañana los estimule para estudiar. Nosotros tenemos que encantarlos para que ellos mismos sean su propia motivación. Somos afectuosos, porque a través del vínculo podemos trabajar con ellos la motivación y resaltarles la importancia de retomar sus estudios. Los mismos estudiantes nos dicen ´profe, a mí nunca me habían venido a buscar del colegio para que vuelva´”.
La labor de ambas profesionales implica realizar mucha difusión territorial, especialmente en los sectores que más se han visto afectados por una mayor deserción. “Nuestro foco siempre es Metro Bueras, que está a pasos de nuestro colegio, el Mall Espacio Urbano que nos presta un espacio para tener un stand y estar más visibles, también vamos a ferias estratégicas, que sabemos que hay niños trabajando allí o que no hacen nada. A veces una vecina nos informa o un estudiante nos cuenta de su amigo que trabaja y que quiere que vuelva a estudiar. Nuestros mayores aliados son los mismos estudiantes del colegio, porque ellos hablan desde su experiencia y de cómo se volvieron a reencantar con el estudio, especialmente con todo lo que tiene que ver con la educación que nosotros les brindamos y el apoyo socioemocional que entregamos, porque tratamos de apoyarlos de manera integral”, dice Romina.
SALUDARLOS POR SU NOMBRE
Para ella, el sistema educativo debería ser más amable con los estudiantes: “No puede ser que ellos cuando llegan a nuestro colegio muchas veces me han dicho ´profe, usted se sabe mi nombre´, en un colegio regular no hay cercanía, sentido de pertenencia. Son etapas importantes en el desarrollo de su personalidad y ni siquiera se han aprendido el nombre de los alumnos. Nuestro sello es precisamente ese: estamos en la puerta todas las mañanas y los saludamos por su nombre”.
Algunos jóvenes han pasado su vida en residencias de protección, separados de sus familias, de padres y hermanos. “Uno de ellos me decía que no quería nada, no le interesaba estudiar, entró casi por obligación, porque no podía tener más lagunas educacionales, pero empezó a ver nuestra dinámica y que muchos chicos estaban pasando por lo mismo, que tenían falta de motivación, ha visto que se puede. Que te dediquen palabras en una ceremonia especial, es súper bonito. Ahí me digo ´estoy bien en donde estoy´”.
Respecto a la obligatoriedad de clases presenciales que el Ministerio de Educación anunció para el 2022, Nayadeth Vega no duda de su importancia: “Para nosotros siempre es mejor que los niños estén en la escuela, ya que para ellos es un espacio seguro en sus vidas y para muchos, lo único que tienen con horario, con preocupación, con todo lo que necesitan para hacer lo que se les pide. Para nosotros es mejor poder verlos y estar atentos a lo que les pasa, además podemos darnos cuenta de los cambios”.
Asegura que la pandemia dejó secuelas en sus historias. “La complejidad aumentó porque no solo nosotros dejamos de verlos, los otros programas que trabajaban con ellos tampoco los vieron, estuvieron sin mucha supervisión. El resultado ha sido el reflejo de eso: no pasaron de curso o abandonaron”.
Nayadeth Vega sueña con que el narcotráfico pierda el poder que tiene en la población: “Finalmente se instala un estilo de vida, una valoración de la persona según cuánto dinero gana, en lo que pueden comprar o adquirir, participan en el microtráfico o en la venta, o se convierten en soldados, finalmente ahí ganan dinero y sentido de pertenencia a un grupo, ponen ahí su fidelidad”.
Los colegios de la Fundación Súmate buscan marcar una diferencia e incidir en la política pública. Hay un presupuesto para las escuelas de reingreso que todavía no entra en discusión. Vienen las vacaciones y ambas profesionales se preguntan: cuántos volverán a estudiar?